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- 22/11/2015 01:00
- 22/11/2015 01:00
La sociedad actual le tiene tanto miedo a morir que prefiere esclavizarse. Estos días nos hemos vuelto a topar con el horror absoluto. Con el asco de saber que hay descerebrados que no saben morir de otro modo más que matando.
En general no le tengo mucha fe al género humano, así que estas vainas no me pillan demasiado por sorpresa.
Me gustaría hablarles hoy de Ötzi, uno de mis personajes favoritos de toda la historia, Ötzi fue un hombre que vivió hacia el 3300 a.C. Su cuerpo, momificado por el hielo perpetuo en los Alpes fue descubierto en 1991. Su cadáver nos ha permitido dar un vistazo a la vida de los europeos de la Edad de Cobre. Y lo que hemos visto, además de su magnífica habilidad para fabricar prendas de abrigo con pieles y su intolerancia a la lactosa, ha sido muerte. Ötzi murió de un flechazo por la espalda que le perforó el pulmón, haciendo que agonizara lentamente. En sus armas y en sus ropas había sangre de por lo menos otras cuatro personas, en su capa de una, en su cuchillo de otra y de otras dos en la punta de la flecha que aún conservaba con él, lo que indica que los hirió, extrayendo de sus cuerpos la flecha cada vez, para volver a utilizarla.
¿A qué viene esta lección de historia?, estoy tratando de mostrar mi punto: los homo sapiens hemos sido unos canallas sanguinarios desde el inicio de nuestras andanzas.
El dios de Israel tampoco es un dios de paz, porque no son los dioses los que matan, si no los humanos que creen congraciarse así con ellos. El dios de la zarza mandó degollar ciudades enteras incluyendo a los animales. En nombre del dios cristiano hordas enfurecidas asesinaron a Hipatia y durante siglos se quemaron, ahorcaron y desollaron miles y miles de personas. Con el nombre del dios de paz del Islam en los labios se han pasado a filo de alfanje a millones de infieles.
Yo no confío en la buena fe de los dioses. Y cada vez confío menos en la inteligencia, en la compasión y en la razón humana.
No me vengan con las cadenas de oración, y las flores, y las velitas. Para aquellos que disfrutan haciendo daño a los otros, esas muestras de duelo son caramelos para regodearse en la desolación. Los que masacran a personas en un concierto, en un restaurante, quieren atemorizarnos, quieren hacernos suplicar. Quieren que dejemos de gozar la vida. Quieren que bajemos la vista y dejemos de reír. Dejemos de darles gusto. Si lloramos ganan. Si no bebemos vino, ganan. Si no follamos, ganan. Si no salimos en minifalda, ganan. Si no nos besamos en público, ganan.
El fanatismo gana con el miedo. El terrorismo gana cuando nos replegamos en la seguridad. Los hijos de perra ganan cuando vendemos nuestra libertad para conquistar un cachito de terreno seguro, cuando bajamos las orejas y decidimos que es una buena idea no provocarles, no hacer lo que a ellos les molesta. La violencia del hombre no se logrará erradicar, así que tenemos que aprender a enfrentarla y convivir con ella.
Si algo quiero enseñarles a mis hijos es que no se dejen, que vivan libres y con la cabeza alta. Que rían a carcajadas, y que blasfemen si en un momento dado desean retar a los dioses. Pero que no permitan que nunca, nadie, ningún hombre ni ninguna mujer, les diga cómo han de vivir, cómo han de rezar o a qué dios orar. La libertad no se compra. Ni se vende.
COLUMNISTA