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- 08/07/2023 00:00

El cuento de una gata llamada 'Niebla' y su dueña Cristal, junto a otros, se encuentra en una cartelera de una iglesia en Kuna Nega, cuyas instalaciones estuvieron convertidas en salón de clases durante seis meses. Los autores de aquellas historias son los niños de la comunidad, quienes formaron parte del programa 'Aprendamos a leer con el Quijote', creado por la Fundación El Hombre de la Mancha.
Dos pruebas realizadas antes y después del programa evidencian que el 80% de los niños evaluados tenía dificultades para leer. “Lee es un test que mide conciencia fonológica, lectura, fluidez de lectura, comprensión lectora, escritura, comprensión de frases y comprensión de cuentos. Tomamos la medida de 100 niños indígenas que hablan español, tienen entre 7 a 10 años de edad, y estarían entre primero y cuarto grado de primaria. Los resultados fueron catastróficos: solo un 20% resultó competente y el 80% de los niños salió con graves dificultades”, revela Paola Martínez a La Estrella de Panamá.
'Aprendamos a leer con el Quijote' cuenta con cuatro unidades, cada una con 10 sesiones de dos horas. “Son 10 fonemas por unidad; al finalizar cada una, hacemos una evaluación formativa”, explica Martínez, quien es psicóloga y licenciada en educación bilingüe intercultural, enfocada en las culturas indígenas. Cuando empezó la unidad dos, de los 100 estudiantes quedaban 86, “en ese momento comenzó la escuela oficial y muchos abandonaron el programa”, bajó la cantidad de alumnos a 47 y al cierre solo quedaron 27.
“El 95% de los 27 niños se volvió competente en todos los aspectos, lo que quiere decir que el programa funciona”, afirma la educadora. Añade que su misión es llevar el bilingüismo desde la conciencia fonológica porque de esta manera se puede aprender cualquier idioma. “El sistema hace que el cerebro piense en el sonido que emite la letra, no desde el método alfabético ni el global, sino desde el método fonético”.

Martínez detalla que en el programa se enseña a través de cuentos. Por cada letra crearon un cuento, cada cuento tiene un personaje con sus valores y características. Además, invita no solo a la comprensión lectora desde el punto cognitivo analítico, sino también a la reflexión de valores, identificar las emociones y resolución de problemas.
La iniciativa de crear el programa surge durante la pandemia, cuando Ivy Btesh, presidente de la fundación, enfrentó dificultades para enseñar a sus hijos a leer desde casa. “Yo podía darles una maestra especial y ayudarlos con diferentes herramientas. Pero empecé a ver en las noticias que a muchos niños no les funcionaba el internet del celular para estudiar, no podían contactar con los profesores, y otros problemas. Si a mis hijos que les podía dar todo, les estaba costando, no me imaginaba a los niños que no tenían las herramientas básicas. Entonces decidí hacer algo”.
Btesh comenzó a revisar cuáles eran los mejores métodos para aprender a leer, “entendí que el futuro son los sonidos, aprender los sonidos de las letras. Quise crear mi propio programa después de evaluar varios que ya existían. El objetivo principal es que se aprendan los sonidos de las letras, las sílabas y las palabras de diferentes formas: bailando, cantando, escribiendo, dibujando en el cielo, haciéndolas con piedras o palitos”, cuenta.
Otro de los propósitos es que los niños y aprendan a leer de manera simple, “que entiendan que no necesitan tantos materiales para leer. Con un papel, un lápiz y un libro pueden hacerlo, no tienen que depender de toneladas de masilla u otras cosas”.

Las entrevistas con los directivos de la fundación se dan durante el cierre del programa en Kuna Nega, en el que se les entrega un diploma a cada uno de los 27 niños que lo culminaron. Mientras esto ocurre, muchos de ellos lloran, no cuentan el porqué. Sin embargo, Néstor Sosa, coordinador del programa, atribuye las lágrimas al sentimiento de extrañar las clases, al sentido de comunidad. “En seis meses que estuvieron juntos, se encariñaron entre ellos”.
Sosa tuvo una “tarea titánica”, le tocaba reunir voluntarios para que ayudaran con las clases los días lunes, miércoles y viernes, de 2:00 p.m. a 4:00 p.m. Debían trasladarse a Kuna Nega, una comunidad indígena que se encuentra en las faldas de cerro Patacón, el principal vertedero de la ciudad de Panamá. Su habitantes provienen en su mayoría de Guna Yala, pero también hay de otras comarcas del país.
Cuando los niños llegaban a sus clases, hacían un ejercicio de relajación con yoga para niños. Después se daban un abrazo personal y se decían palabras de motivación. “Luego dábamos un gran grito para que todo lo malo saliera, todo lo malo que estuviera en su vida se quedara fuera de este espacio [del aula]. Hacíamos una lectura de un cuento y se remarcaba la letra del día. Todas las actividades que hacíamos eran dinámicas, eran juegos educativos”, relata el coordinador.
El programa posee cuatro componentes fundamentales que son: la identidad cultural, la enseñanza de la lectura y la escritura, los proyectos creativos y el reconocimiento de las emociones. A su vez, maneja ejes transversales como la sana convivencia y el respeto por las diferencias, la apropiación y conservación del territorio y la naturaleza o educación ambiental. Adicional, estimula el autoconocimiento, la sana autoestima y el desarrollo de los talentos.