‘El tamarindo y la sandía'

  • 17/01/2019 01:00
Tío Tigre, todos los días, recorría su inmenso territorio.

No había barranco, ni quebrada, ni tampoco monte adentro que Tío Tigre no conociera. Era el propietario de todas las tierra centrales de Panamá… Pero Tío Tigre era muy ambicioso y nunca estaba contento con lo que tenía. Tal vez se debía a su índole de depredador más fuerte de la jungla. Su voraz apetito no se saciaba jamás.

Tío Tigre, todos los días, recorría su inmenso territorio. Lo hacía con el miedo de que alguien le quitara algo, le moviera una piedra o una hoja de su inmenso dominio o que alguien le pusiera en duda su severa autoridad, por eso todos los animales de la jungla decían que Tío Tigre era un paranoico y que estaba loco de codicia.

Un día, a primeras horas del medio día, Tío Tigre bajaba por los caseríos de Los Algorrobos, cuando oyó unos gritos que provenían de un rancho que estaba situado bajo un gran árbol. Se acercó para ver si lograba descubrir quién gritaba y a qué se debía semejante bulla. Su sorpresa fue inmensa cuando se dio cuenta de que en el patio frente al rancho se encontraba Tío Conejo que brincaba sobre unos taburetes de cuero y salomaba a todo pecho con una radio pegada a las orejas. De las piruetas que hacía, parecía que hasta borracho estaba. En su cara se alternaban muecas de grandes alegrías y cantaba desentonadamente:

‘Tíreme a su hermana, que la agarro por las orejas'. ‘Tíreme otra vez, que la agarro por la molleja', repetía con un alarido al infinito.

No se sabe cuánto tiempo estuvo el Tío Tigre ahí observando, ni sabremos lo que pasaba por su mente. Hasta que de repente, Tío Tigre se despierta de su encanto por el llamado de su instinto salvaje que, como buen cazador, comprende que frente a él tiene la oportunidad de cazar su presa preferida: un conejo para su cena.

Muy despacio, se acerca a Tío Conejo y de un salto bestial, lo atrapa por el pescuezo. El pobre Tío Conejo se estremecía para salir de su situación fatal, pero no era posible. Las potentes zarpas del tigre no se lo permitían, y poco a poco se fue abandonando a su destino.

Tío Tigre agarra una cuerda y lo amarra por el cuello, como quien ata un perro fogonero y le dice:

‘Vagabundo, ahora te quedas aquí calladito, que dentro de poco te voy a comer'.

Tío Conejo comienza a pensar cómo hacer para salir de esa situación y dice:

‘¡Ay! Tío Tigre ¿cuántas veces le he dicho que la carne de conejo es dura, agria y que no es digna de su majestad?', no había terminado de hablar cuando el tigre alza una pata y, muy enojado, le responde:

‘No comiences con tus discursos y palabras que ninguno comprende; en vez de hablar tantas tonterías, póngase a trabajar, que está siempre bailando y emborrachándose'.

Y es que cada vez que ambos se topaban, las acusaciones eran recíprocas y Tío Tigre trataba de callar a Tío Conejo, que tenía una gran labia y con sus palabras envolvía a todo el mundo.

De repente, a Tío Conejo le viene la brillante idea de proponerle un acuerdo, y le comienza a decir:

‘Mire, majestad, usted es el ser más potente de toda la región... Usted es un empresario que se ha hecho solito. Trabajador y dedicado a la familia. Todo el mundo sabe que su poder nace de su gran inteligencia y honestidad'.

El Tío Conejo se da cuenta de que Tío Tigre lo miraba y lo seguía con gran atención, así que continuó:

‘Todo lo que usted posee, todas sus riquezas son bien merecidas y ninguno se la tocará. Además, usted, mi gran Señor, tiene un encanto, algo fascinante, una belleza que atrae a todas las hembras de la jungla'. El conejo suspende un momentito, nota que Tío Tigre está emocionado y casi por ponerse a llorar, así que continuó:

‘Su padre y su madre han luchado tanto en esta vida para darle toda esta riqueza y todas estas tierras'.

El conejo no pudo seguir porque el Tío Tigre berreaba como un gato en celo y no paraba de llorar. Así que, aprovechó para planear su próximo paso. Y esperó a que el Tío Tigre parara de berrear, porque los tigres poderosos cuando lloran, lloran de verdad.

Tío Conejo comienza a decir:

‘Mire, Tío Tigre, déjeme subir a este gran árbol de tamarindo, ya que allá arriba se encuentran los mejores frutos de esta región... Déjeme subir y ya verá'.

Tío Tigre sabía de las bellaquerías y los enjambres que siempre le hacía Tío Conejo, pero pensó en jugarle una sorpresa a su adversario y le permitió subir al árbol, que recogiera los frutos, que se los comiera y que cuando estuviera lleno, bajara para comérselo de una vez.

Y le responde al Tío Conejo:

‘¡Claro que sí! Suba al árbol de tamarindo y recoja esos frutos, pero con la condición de que se suba amarrado de mi cuerda'.

Y así fue hecho: el conejo subió amarrado al palo de tamarindo y comenzó a tirarle los frutos al tigre y dijo:

‘Ajó, Tío Tigre, acabo de ver un fruto exquisito, apáñelo que se lo mando'.

Y así hizo el tigre, apañando cada fruto que le mandaba el conejo.

Al lado del árbol de tamarindo, había nacido una enredadera de sandía que llegaba hasta la cima del mismo árbol, donde él estaba trepado. El conejo apenas se dio cuenta, buscó la sandía más grande y pesada que había en la cima del árbol y gritó:

—‘Oiga, Tío Tigre, ¡Cáigase de susto! Acabo de encontrar un fruto más bonito, grande y suculento, una fruta digna de un dios todopoderoso'.

Al tigre le brillaron los ojos y respondió:

‘Pues tíremela de una vez, que tengo hambre'.

El conejo le contesta:

‘Sí, está bien, pero no la puede apañar con las manos porque se revienta... abra la boca lo más grande posible', y así hizo el goloso Tío Tigre, abriendo la boca de par en par.

Y el Tío Conejo, con todas sus fuerzas, le tiró la gran sandía en la boca al tigre, que comenzó a correr enloquecido, tratando de respirar y hacer bajar la sandía que tenía bien atorada.

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