¿Uripa ené?

Actualizado
  • 20/07/2021 07:04
Creado
  • 20/07/2021 07:04
“¿Uripá ené?” (¿vienes tú?) fueron las primeras palabras que escuchó Diego de Vaca

“¿Uripá ené?” (¿vienes tú?) fueron las primeras palabras que escuchó Diego de Vaca y el padre Castrucci cuando se produjo el primer contacto con la población Omagua en el oriente peruano, en las apartadas zonas del río Amazonas, en 1646. (“Misiones de la Compañía de Jesús en el Marañón Español 1637-1767”, Libro I, capítulo XVI, 1901, citado por Izaguirre, 1926).

Fray Diego de Córdova misionero franciscano y el jesuita Francisco Javier Weigel, quienes estudiaron la lengua omagua -de la que se tenía indicios desde 1557 según crónica efectuada por algunos religiosos radicados en Huánuco, en la sierra central del Perú- explican que la expresión equivale a nuestro ‘seas bienvenido’ a lo que hay que responder “Uri ta” (yo vengo). Doscientos setenta y cinco años después, los Omaguas conmemoraban, en 1921, el primer centenario de la Independencia del Perú y aquí seguiremos el relato del misionero vizcaíno Bernardino Izaguirre, autor de ‘Historia de las misiones franciscanas y narración de los progresos de la geografía en el oriente del Perú’, que, en catorce volúmenes abarca un extenso período desde 1619 hasta 1921, obra por la que fue incorporado como miembro de la Sociedad Geográfica de Lima (Heras, RAH, 2020).

Se organizó oportunamente una fiesta en que se hizo una declaración solemne y fastuosa de esta efeméride. Dijo así quien testimonió los hechos: “[…] De más aparato es la función entre los Omaguas, y es mucho mayor la solemnidad con que se ejecuta, y así merece ser explicada con alguna distinción […] Previenen un banquete con variedad de peces, abundancia de cacería y gran cantidad de bebidas. Hacen [un] convite a todos [los pobladores] del entorno para que concurran el día determinado hombres y mujeres vestidos de gala. Los hombres van tomando sus asientos en dos o tres hileras de bancos prevenidos a lo largo del terreno [la plaza] por uno y otro lado, de manera que se puede andar con todo desahogo. Las mujeres se van acomodando sobre ciertas esteras puestas a los otros dos extremos, de manera que se mantienen separadas de los hombres [durante la ceremonia] […] Se lee la proclama [de independencia] y se canta [el Himno Nacional] con lo que se concluye lo sustancial de la función que llaman ‘Usciumata’, que viene a ser lo mismo que ‘hacer publicar’. Síguese inmediatamente la comida que sirven en grandes fuentes, poniendo en cada una lo que corresponde a cuatro o seis de los que están sentados, y van tomando de lo que gustan. Empieza la comida por plátano y yuca cocida […] luego van poniendo platos de cacería y los mejores peces […] todo con abundancia y ostentación, conforme a sus estilos. No se experimenta en esta función de los Omaguas desórdenes […] o borracheras” (Historia de las Misiones de Ocopa, Libro II, capítulo VIII, 1924, citado por Izaguirre, 1926).

Aunque el relato no lo menciona, es de presumir que la convocatoria fue hecha por el cacique o curaca que, a la sazón, ocuparía el puesto de alcalde y que se ofició Misa previamente al izamiento de la bandera que precedió el canto del Himno Nacional. El coro de músicos omaguas se destacaba en la región ‘por su armonía, orden y buen gusto’ (Chantré, 1901). Establecido en 1723 por el jesuita Bernardo Zumillen, el coro aún se mantenía vigente casi doscientos años después con ocho o diez integrantes quienes entonaron el Himno Nacional en el corazón de la selva amazónica.

Dado el desarrollo que va alcanzando el Perú y el progreso que le ha de conducir a un desenvolvimiento adecuado, en armonía con las otras naciones que comparten la Amazonía, es de necesidad pensar en establecer en debida forma las inversiones en la industria regional, que “den vida a las comarcas sin movimiento” (Raimondi, 1876) e impulsen “empresas que reconozcan las leyes de la humanidad y guarden respeto hacia el poblador originario” como peruano y ser humano (Izaguirre, 1926).

Ad portas del Bicentenario de la Independencia política del Perú, la Amazonía se presenta como un nuevo “El Dorado” a juzgar por el entusiasmo ilimitado que despierta la región para acometer empresas adecuadas que resuelvan el problema de la desigualdad en esa zona. Tal como se viene afirmando desde el siglo XIX “[…] en las feraces montañas del oriente del Perú está la tierra de promisión que realizará las aspiraciones de grandeza y prosperidad que recompensarán en el futuro las angustias del presente, amargo fruto de los extravíos producidos por la inexperiencia de los pueblos […]” (Diario de Tarma, 15 julio de 1887). Amazonía, ecología y desarrollo, un trinomio que desafía la imaginación y la protección de la naturaleza. Un reto digno de la nueva centuria.

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