• 23/09/2008 02:00

Avaricia y nuevo orden

La invasión a Panamá coincidió con un hecho histórico más trascendente; el derrumbe del llamado socialismo real. Inmediatamente a ello l...

La invasión a Panamá coincidió con un hecho histórico más trascendente; el derrumbe del llamado socialismo real. Inmediatamente a ello los comisarios de la economía panameña, saltaron para clamar sobre el nuevo orden mundial. Así se consolidó en Panamá la economía de libre mercado y de oferta y demanda. No medió ningún proceso de transición y menos un análisis para adecuar esa doctrina surgida de la guerra fría y la concentración del capital del mundo industrial, a las realidades de este pequeño país, con una alta población al margen del propio mercado.

Han transcurrido 18 años desde que el esquematismo de los expertos reivindicó realidades ajenas para con un frío desparpajo imponerle a esta sociedad un modelo que hoy hace aguas y ha obligado a las economías avanzadas a clamar por la intervención del Estado para salvar las empresas en quiebra. Hace unos meses, la crisis del consumo alimentario mundial y la avariciosa especulación en la comercialización del combustible, volvieron a traer al tapete, la llamada “imperfección del mercado” y la necesidad de producir algún tipo de regulación. Pero ahora nuestros queridos sabios de la macroeconomía panameña, guardan silencio. Ya no les son rentables sus arengas a favor del modelo que nunca pudieron adecuar a nuestra realidad. Pero eso sí, nos legaron el efecto de su esquematismo, de su cortedad de vista y su prepotencia tecnócrata, sobre las inculta población local. Privatizaron áreas vitales del Estado, abrieron los mercados sin preparar la rama productiva a una justa competencia, eliminaron cualquier tipo de control y regulación del patrimonio nacional para al final entregarle la economía del país, las tierras, aguas y energía, a la avaricia del nuevo orden mundial.

Pero lo peor es que se hicieron acompañar de una nueva cultura que elevaron a categoría de pensamiento único, en donde la solidaridad y humanismo social no tendrían cabida. Esa es la realidad de hoy. La que marca la contradicción en una pequeña y joven nación, que trata de salvar la distancia entre la opulencia sin límites y las penurias de la mayoría de la población. Como siempre llegamos con retraso a la vertiginosidad de los cambios que se producen en la escena internacional. Siempre a la espera de apañar una teoría novedosa o, cuando esta no existe, abrir las puertas para que el mundo moderno nos salve de nuestras penurias y limitaciones. No es la primera vez que la ausencia de una visión propia limita nuestra capacidad de respuesta como nación. Antes fue la construcción del ferrocarril, luego la del Canal, posteriormente, las guerras mundiales, Corea, Vietnam, para finalmente quedar postrados ante un mundo globalizado e interindependiente y su nuevo orden mundial.

El desafío de hoy llama a una reflexión para alcanzar un común acuerdo sobre hacia dónde dirigirnos y cuáles deben ser nuestras prioridades. Esta campaña electoral es quizás la mayor oportunidad con que contamos para fomentar ese anhelado camino de independencia, pero también de prosperidad y abundancia para todos. Queda en manos de las fuerzas políticas crear la voluntad para el cambio y superar su tutela de los pregoneros de lo que obviamente se encuentra agotado, pero que se resiste a ceder ni un milímetro de su espacio.

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