• 01/04/2010 02:00

Jesús y los mercaderes panameños

El relato bíblico establece que luego de su entrada triunfal a Jerusalén, Jesús reprendió a los mercaderes y fariseos que, dominados por...

El relato bíblico establece que luego de su entrada triunfal a Jerusalén, Jesús reprendió a los mercaderes y fariseos que, dominados por el afán de lucrar, controlaban los negocios en los alrededores y en los atrios del templo. Indignado, Jesús los expulsó del lugar, porque habían convertido un sitio de servicios espirituales en una guarida de ladrones.

Trasladando esa simbología a los tiempos actuales, podría interpretarse que el templo lo representa Panamá y encontrar en los mercaderes y fariseos a los gobernantes de hoy. El presidente Ricardo Martinelli, un mercader sin escrúpulos que asaltó el poder político, es igual de engañoso y falso como los fariseos de los tiempos de Jesús. Es capaz de mercadear la soberanía, hipotecar el país y politizar la pobreza con tal de alzarse con el becerro de oro que representa la riqueza nacional, con el Canal ampliado, los negocios logísticos, energéticos y mineros, entre otros.

Martinelli es un alto riesgo para el país, una anomalía institucional, una incrustación trágica en el proceso democrático panameño.

Ese tipo de mercaderes, y quienes los rodean, reproduce la incultura, la ignorancia, la mediocridad y la indecencia. Carecen de sentido de Patria, porque no tienen compromisos con la Nación panameña. Parecen disfrutar deshilvanando, hasta que se rompa, el tejido social y dar lugar a nuevas y profundas desigualdades que están en la base de los grandes problemas que azotan a la sociedad. No hacen nada por enfrentar la pobreza estructural y dan migajas a los pobres, como un mecanismo para mantenerse arriba en las encuestas. Como el jefe de los mercaderes, Martinelli promueve un festival de intolerancia y sinrazón que rebasa el espacio público para agrietar las relaciones privadas. La política reducida así a una mera confrontación por el poder, es despojada de su sentido de construcción compartida. La sociedad panameña puede, de ese modo, transformarse en fuertemente conflictiva, porque la complejidad que implica gobernarla no es entendida ni tomada en cuenta por Martinelli.

Sobre el país se cierne un velo que está convirtiéndose en crónico, confuso y difuso acerca de las decisiones políticas del gobierno. El propósito de Martinelli es imponer un sistema de poder que mantenga en permanente polarización a la sociedad. En ese camino intimida a aquellos que se oponen a sus designios. Para quienes son sobornables, la caja del Estado está a disposición de la arbitrariedad y discrecionalidad de quien gobierna. En la cuenta final, para Martinelli el poder es un latifundio personal que debe acatarse, por las buenas o por las malas. Martinelli degrada la cultura política nacional, porque mezcla los intereses y el intercambio de favores personales y ha hecho del tráfico de influencia un negocio. Por un lado llama a la unidad y al diálogo nacional, mientras con exabruptos discursivos y totalitarios avanza en su propia versión política de tierra arrasada. Pretender alterar el cuadrante de la actividad política para convertir al país en un basurero en el que se impongan sus acciones de exterminación, es contrario al sentido de la mayoría de la sociedad y menoscaba, además, su propia investidura.

Como mercader Martinelli conforma un gobierno experimentado en atajos y golpes de efecto que debería abocarse a la tarea de gobernar con responsabilidad y prudencia. Hay que evitar una mayor y más peligrosa degradación de la institucionalidad que podría degenerar en una crisis política de grandes proporciones con lo que eso implica para la economía y la convivencia pacífica de los panameños.

*Periodista.d_olaciregui@hotmail.com

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