• 23/03/2016 01:00

Un Domingo de Ramos en La Habana

‘Todos (...) debemos unirnos para augurarle al pueblo cubano un futuro brillante en goce de libertades y de democracia genuina'

Bajo una pertinaz llovizna hace un par de días el mundo fue testigo de un acontecimiento impensable hasta hace poco. El arribo del presidente de Estados Unidos a tierra cubana remarcó el camino de un proceso indudablemente largo y nada fácil para ambos países. Es un proceso que enfrenta opiniones encontradas: defensores, que lo ven como paso positivo en la distensión a que aspiran los pueblos en el siglo XXI; y detractores, que lo estiman como un abrazo inoportuno al régimen dictatorial más antiguo del continente. Evidentemente los frutos solo se podrán apreciar con el tiempo y dependerán de las acciones concretas que ambos Gobiernos y sus pueblos tomen de buena fe. Y del respaldo de otros países.

Muchos acontecimientos críticos han ocurrido durante los casi 60 años desde que la guerrilla castrista derrocó al general Batista, inclusive haber puesto al mundo al borde de una hecatombe general. Recordamos las noticias: el decidido giro al comunismo totalitario del nuevo régimen y su abrazo a la Unión Soviética, la invasión de Bahía de Cochinos, la crisis de misiles soviéticos, el fusilamiento y encarcelamiento de adversarios políticos, las protestas contra violaciones de derechos humanos, la exportación de grupos armados para promover violentos cambios de Gobiernos fuera de la isla —inclusive a Nombre de Dios en Panamá—, las abundantes y permanentes denuncias contra el ‘imperialismo opresor' y contra los ‘gusanos' que huían a Miami, los marielitos, el embargo impuesto al Gobierno cubano que indiscriminadamente castigó a la población, la exclusión de Cuba del sistema interamericano. En fin, toda una serie de heridas y agravios recíprocos impuestos y sufridos en carne propia por tirios y troyanos.

Para los ciudadanos cubanos que se vieron forzados a escapar de su patria, o que voluntariamente optaron por hacerlo, y para aquellos que permanecieron en ella sufriendo consecuencias por su oposición al sistema, las nuevas relaciones resultan un trago amargo. Eso es comprensible. Pero hay elementos positivos en el horizonte y vale la pena trabajar con optimismo para lograr ese buen futuro.

Por un lado, el contacto personal que se pueda facilitar entre ciudadanos comunes y corrientes de ambos países evidentemente resultará de beneficio mutuo. Ese tejido, inexistente o dificultoso hoy, se construye mediante el intercambio fluido de vivencias, experiencias comunes, alegrías o sufrimientos humanos, que permitan conocernos mejor y por percepción directa. Que podamos convencernos de que no somos ogros ni enemigos, sino seres humanos con las mismas aspiraciones, deseos, problemas; y sobre todo que podamos aprender los unos de los otros, porque cada quien tiene algo que enseñar y mucho que aprender del otro. Sobre todo de la creatividad, viveza, chispa, optimismo innato e inteligencia del cubano(a).

Las nuevas relaciones deberán aportar progreso a la población. Pero no el falso progreso creado en aquella época cuando el control de la mafia, del juego de azar, de la prostitución, del contrabando y de tantos negocios ilícitos, esparcieron al mundo una lamentable imagen de la isla y de sus gentes. El nuevo progreso debe estar basado en legítimos negocios mutuamente beneficiosos, transparentes, que incorporen al cubano(a) a actividades productivas sanas, que lo pongan en contacto directo con un capitalismo con responsabilidad social, muy lejano al capitalismo salvaje que tanto ha criticado el papa Francisco.

Todos los Gobiernos y todos los ciudadanos debemos unirnos para augurarle al pueblo cubano un futuro brillante en goce de libertades y de democracia genuina. Esa posibilidad se vislumbra gracias a la visión de estadistas como Barak Obama y Raúl Castro, precisada en algo muy concreto un Domingo de Ramos, bajo la lluvia en Cuba.

EXDIPUTADA

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