• 16/01/2018 01:02

A cinco años de mi destitución de la OEA

En esos cinco años la desgracia de Venezuela se ha multiplicado infinitamente

El tiempo pasa volando y causa muchos estragos. En esos cinco años la desgracia de Venezuela se ha multiplicado infinitamente: uno de los países más violentos del mundo; con la inflación más alta del hemisferio; con los índices de corrupción que lo colocan como el peor del mundo; con la hambruna que solo se conoce en los países más pobres del África; con el regreso de las enfermedades que en casi todas partes se habían radicado. Nadie se hubiera imaginado que esto le podía ocurrir al país con las mayores reservas de petróleo del mundo y por eso uno de los más ricos. Bien se podría decir que en estos 20 años de gestión Chávez-Maduro Venezuela se ha convertido en un verdadero infierno, del cual Dante Alighieri hubiese sentido envidia.

Ese 16 de enero de 2013, en mi última intervención en el Consejo Permanente de la OEA, advertí lo que iba a pasar si el mundo seguía tapándose los ojos de las ilegalidades y abusos del régimen chavista. Actúe con mi conciencia a sabiendas de que los pusilánimes de la Cancillería, dirigidos por el presidente Martinelli y el canciller Rómulo Roux, podrían destituirme. Mi compromiso con la libertad y la democracia estaban por encima de cualquier interés personal. No iba a tolerar que ese día, después de haberme permitido decir durante tres años y medio lo que consideraba debía decir, a petición de la Embajada gringa, mi Gobierno coartara mi compromiso con el sufrimiento del pueblo de Venezuela. Asumí las consecuencias.

Días antes, el 10 de enero, sin tener derecho a hacerlo, los chavistas juramentaron a quien era el vicepresidente, Nicolás Maduro, como presidente. Adujo un fallo de la manipulada justicia de ese país que no era necesario que el ganador de las elecciones del octubre anterior (Chávez) tomara posesión. Después se pudo comprobar que para ese día el ‘Eterno Comandante' estaba ya muerto. Todo lo que hicieron estuvo viciado de nulidad absoluta y fue vergonzosamente convalidado por el entonces secretario general de la OEA, José Miguel Insulza. Pero los gringos —y por supuesto su orquesta, incluida Panamá— no querían revolver la olla. Nunca entendí sus razones para querer dejar que el régimen venezolano implosionara solo; algunos atribuyen esta posición a los demócratas izquierdistas de Obama, en el fondo (como Danny Glover, Oliver Stone y Sean Penn), simpatizantes del dictador Chávez. Miren todo lo que ha pasado cinco años después: Venezuela se cae a pedazos.

Dije lo que sentía: Venezuela vive una democracia enferma, que pronto entrará en un estado catatónico, donde los que más sufrirán serán sus ciudadanos. Ese día, el único que tibiamente me apoyó, fue Canadá. Se regocijaron con esa soledad en que me dejaron el impertinente y odioso embajador chavista en la OEA, Roy Chaderton y, por supuesto, sus coristas de Nicaragua, Bolivia y Ecuador. Los demás guardaron silencio, incluyendo mi país, que después tuvo la desfachatez de desautorizarme, documento que nunca recibí, pero que me enteré de su existencia porque la Misión de Venezuela en la OEA lo circuló al resto de los demás países. Lo que había dicho no se podía borrar; allí quedó para la historia.

La tragedia de los venezolanos es la tragedia de toda América Latina. A todos nos afecta. Basta ver las imágenes que circulan por la falta de alimentos y de medicinas; cómo se dispersan las familias en busca de mejores oportunidades en otros lares, donde los reciben de malas ganas; cómo la violencia oficial liquida lo poco que va quedando de la economía de ese país. Cómo abusan y manipulan los procesos electorales, pretendiendo con ello mantener las apariencias democráticas, aunque ya a nadie engañan que se han convertido en una tiranía, que se mantiene con la corrupción y las drogas.

El 16 de enero de 2013 me destituyeron del cargo de representante permanente de Panamá ante la Organización de Estados Americanos. No me arrepiento de lo que hice, porque en un mundo donde los principios están supeditados a los intereses políticos y económicos, es necesario protestar. Los principios deben prevalecer sobre cualquier otro interés y en este caso, el de todo un pueblo que, por complicidad o inacción, América permitió que llegará al caótico estado en que hoy se encuentra.

ABOGADO, DIPLOMÁTICO Y POLÍTICO.

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