• 10/05/2018 02:01

La Estrella de Panamá y la literatura

‘Resulta grato y estimulante [...] que La Estrella de Panamá actual [...] esté dando cabida, [...] a reseñas de libros recientes como a artículos de opinión [...]'

Resulta grato y estimulante el hecho de que La Estrella de Panamá actual haya venido publicando no sólo información calificada y muy bien ponderada en torno a diversas noticias y eventos literarios nacionales, tales como la presentación de libros, mesas redondas, premios, talleres, conversatorios y entrevistas con escritores, críticos y editores, sino que además esté dando cabida, como en otras épocas de su historia, tanto a reseñas de libros recientes como a artículos de opinión (como este). A manera de reflexiones serias en torno a la creatividad literaria, sus manifestaciones en la escritura y los nexos existentes entre literatura y vida, esta apertura acompaña al auge de nuevos autores que en décadas recientes se viene manifestando en Panamá.

Evidentemente existe una sensibilidad particular entre los directivos del periódico, quienes comprenden la necesidad de que todo el contenido intelectual en un medio de difusión de la antigüedad de éste no esté orientando de forma exclusiva hacia la realidad política y social de Panamá y el mundo, sino que también se dé cabida a las múltiples manifestaciones de la cultura y la identidad, una de cuyas vertientes ha sido, desde siempre, la creación literaria. Y es que los escritores —novelistas, cuentistas, poetas, dramaturgos, ensayistas— nos dedicamos a escudriñar la realidad a través de la experiencia, la observación, la imaginación y el lenguaje más idóneo para expresarla en obras que pretenden ser leídas y descodificadas por lectores inteligentes y sensibles.

Y ocurre que cuando las fuerzas ocultas se desatan en un escritor al momento de crear, es perfectamente factible que mediante el movimiento concertado de sus dedos desplazándose súbita y febrilmente sobre el teclado, la imaginación no solamente sea, en efecto, la consabida ‘loca de la casa' sino que, literalmente, se convierta en toda una gran casa enloquecida. Una casa, se entiende, concebida como mundo propio, único, intransferible, henchido de sí mismo.

Porque a veces es tal el ímpetu emocional o la irracionalidad capaz de crear imágenes con la magia de las palabras, o el desparpajo intelectual que nos guía al írseles dando vida como si fuéramos auténticos magos o posesos, o como médiums a través de quienes ‘alguien' o ‘algo' dictara sin pausa la articulación precisa de situaciones, atmósferas y personajes muy particulares que poco a poco cobran vida en el texto, que entonces el cuentista que somos, seducido desde adentro, acepta casi sin saberlo el reto de ese mundo íntimo súbitamente desatado.

Y entonces, sin escatimar palabras en ese primer rapto de creatividad extrema el creador termina, como reza el refrán, tirando la casa por la ventana. Lo cual supone darle rienda suelta a los impulsos creativos sin medir límites ni ponderar prejuicios ni cortapisas al escribir. Todo esto implica, qué duda cabe, un fuerte grado de intuición, de automatismo, de instintividad, incluso de sana improvisación cuya única rienda es la natural fluidez que caracteriza al lenguaje. Al lenguaje de la escritura. Un lenguaje que consciente o inconscientemente se mantiene en secreta sintonía con el ser interior, con la vivencia íntima, con los deseos y las fobias, con los recuerdos enterrados que de pronto afloran, con el anticipo de situaciones de algún modo posibles...

Ya después, en un segundo momento, tal vez un tiempo después, cuando la calma se instala en el ánimo de quien crea, solo entonces se revisa, se pule, se reescribe en busca de la mayor perfección posible de forma y contenidos. La obra que finalmente resulta cuando hay talento, disciplina y autocrítica, sin duda contribuye a sensibilizar a los lectores, a expandir los resortes de su imaginación y a compartir o disentir de la visión de mundo del autor.

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