• 19/07/2018 02:02

El vuelo 901 de Alas

‘En mi mente aún están vivas las imágenes de dolor que vi en las caras de los familiares y amigos de todas las víctimas'

No recuerdo haber estado antes de ese día tan cerca de la muerte. Los propietarios de la empresa para la cual laboraba en Colón, que también eran dueños de un banco, habían adquirido recientemente la empresa Alas Chiricanas, y con el nombre de Alas, habían relanzado una nueva imagen e iniciado servicios entre la ciudad de Panamá y la costa atlántica, y me estaban presionando para que dejara de utilizar los servicios de Aeroperlas, la competencia.

Con algunos conocimientos de aviación, sabía que la aeronave Embraer de Alas era un avión de mayor velocidad y más requerimientos de pista para despegar y aterrizar, mientras que los aviones De Havilland DHC-6 Twin-Otter que operaba Aeroperlas, requerían menos pista, pero además tenían una baja velocidad de pérdida de sustentación, lo que a mi juicio los hacía más seguros. Posteriormente Aeroperlas introdujo los Short 360, con un excelente historial de seguridad. Todas estas razones dieron un cariz técnico a mi terquedad y a mi decisión de continuar como cliente de Aeroperlas, aunque lo tuviera que pagar de mi bolsillo.

Antes que Alas comenzara el servicio entre los aeropuertos Marcos A. Gelabert y Enrique A. Jiménez, todos los ejecutivos que laborábamos en Colón utilizamos Aeroperlas, por lo tanto, durante varios años establecimos una relación de camaradería (‘compañeros pasajeros'), la cual durante el tiempo de espera y el corto vuelo se enriquecía con historias, anécdotas y bochinches, incluso con oraciones sufridas y plegarias mudas cuando algunas tardes la lluvia, los truenos y los relámpagos obligaban a desviar la aeronave hacia Tocumen para poder regresar a salvo a nuestros hogares.

El martes 19 de julio de 1994 no llovía en Colón. El Embraer de Alas bloqueaba en la plataforma de embarque el giro del Short de Aeroperlas para su salida. A las 5:00 p.m los pasajeros de ambas empresas abordamos simultáneamente nuestras respectivas aeronaves. Sin poder anticipar lo que venía, con un ‘hasta mañana' le dije adiós a Miguel Zubieta, a Mauricio Harrouche, a Salomón Chocrón y al tío Jimmy Cain, con quien había compartido asientos por casi tres años en Aeroperlas.

Cuando llegamos a la cabecera de la pista, la torre nos ordenó regresar a la terminal porque el aeropuerto de Paitilla estaba cerrado por mal tiempo. Al notar que el avión de Alas había despegado delante de nosotros, le pregunté al Capitán si ellos habrían recibido otras instrucciones y este me respondió que lo más probable era que tendrían que ir hacia Tocumen.

De vuelta en la terminal, los pasajeros se bajaron, sin embargo, como era mi costumbre, me quedé en el avión conversando con la tripulación sobre diferentes temas de aviación. A los pocos minutos autorizaron la salida hacia Panamá y al momento en que el resto de los pasajeros estaba abordando, el Capitán recibió del Centro de Control de Vuelo de Aeronáutica la solicitud de volar hacia Panamá con un patrón de búsqueda visual para localizar el avión de Alas, con el cual se había perdido comunicación. En toda la ruta se voló a muy baja altura, incluso se pasó por la pista de Calzada Larga, pero al llegar a Paitilla nos confirmaron que el avión de Alas, el Embraer EMB 110, de matrícula HP-1202AC, había estallado en el aire sobre el cerro de Santa Rita, Colón.

Al día siguiente, por otra de esas casualidades de la vida, acompañé en horas de la mañana a un entrañable amigo al sitio de la tragedia, quien iba en búsqueda de los restos de una de las víctimas. El sitio y la escena eran de terror. Había pedazos de avión y cadáveres regados por todos lados, algunos aún colgando de los árboles, sin embargo, la seguridad del Estado tenía desde la noche anterior un control del área y existía cierto orden dentro de aquel caos con olor a muerte.

En mi mente aún están vivas las imágenes de dolor que vi en las caras de los familiares y amigos de todas las víctimas, y todavía llevo conmigo esos sentimientos que resultan de la pérdida irreparable de amigos y conocidos como los pasajeros del vuelo 901 de Alas. Que este testimonio sea un homenaje a ellos.

INGENIERO

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