• 10/09/2018 02:00

Botero y ‘la muerte de escobar'

Los dos cuadros al óleo sobre tela no exaltan el personaje, ni la escena a través de su contenido 

En la extensa colección de obras de Fernando Botero, en el magnífico Museo de Antioquia en Medellín (Colombia), se exhiben dos pinturas suyas que sugieren la eternidad de un momento pasajero: la muerte a balazos del narcotraficante Pablo Escobar sobre los tejados de una casa en el barrio de Los Olivos a las dos de la tarde del 2 diciembre 1993.

En ambas pinturas nada es real, nada es natural, sino más bien artificial, porque su originalidad proviene de la ejemplaridad estilística de Botero para expresar las circunstancias de ese preciso momento.

Los dos cuadros al óleo sobre tela no exaltan el personaje, ni la escena a través de su contenido o técnica, pues al decir del propio artista ‘uno siente tal desaprobación y lo plasma en su obra'.

Al retratar la muerte de este icono mediático y el horror criminal de su megalomanía, Botero ‘presenta el hecho, sin comentario alguno. Si algo me repele, yo pinto la situación. Que la repulsión la sientan los otros'.

Los dos cuadros tienen diferencias y similitudes. El primero y más famoso, ‘La muerte de Escobar' (1999), es de pequeñas dimensiones (45 x 34 cm); el segundo, ‘Pablo Escobar muerto' (2006), es más grande y monumental (135 x 164 cm).

Las diferencias, aparte de su tamaño, también se aprecian en la forma dramática como Botero pinta ese instante efímero: en el más pequeño, un Escobar moribundo que sigue de pie, pistola en mano, como guerrero que no se rinde; mientras que en el segundo se le ve muerto, yaciente en su inmensidad sobre los tejados. En ambos lienzos Botero lo sitúa en ese limbo de villano y héroe, donde además parece contraponer al diablo y a Dios, en un diálogo con la muerte.

Las similitudes la brindan la estética y estilística de Botero: la monumentalidad, redondez y curvilíneas sensuales de sus figuras, que deforman la realidad con su inagotable imaginación, mediante el uso de volúmenes y colores.

Esa deformación pictórica boteresca tan personal e intuitiva, con sus formas rotundas y voluminosas, donde lo real y ficticio conviven en un rejuego de llenos y vacíos en el espacio que los contienen, dan a su proceso creativo una nueva forma de expresionismo colombiano.

Así, en ambos cuadros, Escobar es una figura formada por su propia inmensidad: la primera, a punto de caer acribillado por una lluvia horizontal de balas que parecen moscas metálicas voladoras; la segunda, recostado sobre las tejas de una casa, como si estuviera durmiendo. En la distancia, montañas verdes, altas y redondeadas; cielos grisáceos nublados y opacos como si anocheciera; casas blancas con tejados terracota y algunas chimeneas humeantes.

Al reconstruir este hecho con su realismo mágico, con colores ocre, amarillo, rosa, verde y negro, con sus figuras volumétricas, Botero nos muestra la contradicción y amoralidad de la muerte, un instante único y arquetípico de todo ser viviente.

Estas dos obras de arte son tan insustituibles como irremplazables, porque nos ayudan a vivir mejor al mostrar la pasión y terrible realidad de la muerte de un sicario.

EXDIPLOMÁTICO

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