• 08/11/2018 01:00

Las viejas pesadillas de Roma

El mundo ruega porque la cordura impere y Trump, acaudillando al establecimiento imperial, no busque huir hacia adelante provocando más conflictos.

Imaginemos a cualquier emperador romano entre los siglos IV y V de nuestra era, sean Teodoro o Constantino, no importa, para el caso es lo mismo. Al emperador le han informado que grandes contingentes de tribus nórdicas y del este, a quienes llaman bárbaros, se han aproximado hasta las fronteras del imperio y solo solicitan permiso para ingresar, asentarse y trabajar las tierras. ‘Ni modo —habrá dicho— déjenlos entrar, que trabajen y algunos hasta podrían ingresar en las legiones para remplazar a los fatigados ciudadanos romanos que ahora solo desean disfrutar del ‘dolce far niente' (el dulce no hacer nada)'.

Pero, después vinieron más y más caravanas de migrantes bárbaros, aunque están prevenidos de que Roma ya no los acepta. Ellos alegan que, si no los dejan pasar por las buenas, entrarán por la fuerza, porque están armados y en los carromatos vienen sus mujeres y niños anhelantes de una victoria de sus maridos y padres que les permita asentarse en la tierra y trabajarla.

Y así, entre restricciones y concesiones, el imperio no pudo darse abasto para contener a los que llegaban en crecientes y repetidas avalanchas y entraban impetuosos y belicosos por la Dacia en la porción oriental de Europa, por Panonia en el centro, por Renania, por Helvecia, por las Galias, y hasta Hispania y Nor-África.

En un inicio el imperio estaba resquebrajado, aunque todavía unido, pero después se fragmentó y surgieron nuevos reinos que fusionaban a las poblaciones nativas con las hordas invasoras que eran los migrantes anteriormente rechazados.

Poco menos de dos mil años después la situación se repite en las fronteras marítimas de la Europa mediterránea, con sus oleadas de migrantes boteros o balseros que le reclaman a Europa un lugar, después de que sus colonizadores arruinaran el continente africano, pero ahora esta caravana masiva surge con fuerza en la Roma americana: Trump lo sabe. Su mosaico social y nacional no se fusiona, sino que se resquebraja.

¿De qué servirán los muros en la frontera? Ni a los emperadores Adriano ni a Trajano les funcionaron sus respectivos muros. Repetimos: Trump lo sabe y lo peligroso es su capacidad de apelar al recurso de la guerra y la represión para distraer a la dividida opinión pública de su agrietado país. Tal vez espera calmar las movilizaciones de hispanos y negros que vienen a ser los trabajadores esclavizados por un sistema al cual no aguantan más.

El mundo ruega porque la cordura impere y Trump, acaudillando al establecimiento imperial, no busque huir hacia adelante provocando más conflictos.

MÉDICO Y ESCRITOR.

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