• 23/05/2020 00:00

Lecciones no aprendidas

Los insultos, actos de extorsión y de corrupción que hemos venido sufriendo los panameños por parte de empresarios, comunicadores sociales y funcionarios, solo son posibles cuando mantienes al pueblo sumido en la ignorancia e inoculado con el virus de la falta de educación, agente que desarticula toda conciencia y sentido de pertenencia.

Los insultos, actos de extorsión y de corrupción que hemos venido sufriendo los panameños por parte de empresarios, comunicadores sociales y funcionarios, solo son posibles cuando mantienes al pueblo sumido en la ignorancia e inoculado con el virus de la falta de educación, agente que desarticula toda conciencia y sentido de pertenencia.

Es así como nos mandan a buscar agua al río, a que comamos solo dos veces, que donemos el salario o atenerse a las consecuencias; que halemos la cadena del inodoro una sola vez para varios usos; que de nada sirve un pueblo sano sin economía. Nos llaman mentecatos, que vayamos a mamar, en fin, cuanto insulto se les viene a la mente. Eso recuerda cierto presidente que le gritaba a la muchedumbre “cállense imbéciles” y la multitud deliraba en alegría y aplausos. Compran ventiladores y erigen hospitales con leoninos costos e inconfesables arreglos de trastienda.

La burguesía panameña es política e intelectualmente hablando, una de las más limitadas de América Latina y por tanto, se ha convertido en un sociópata social. Como todo sociópata es amoral, incapaz de generar empatías respecto a otros sectores de la sociedad; apátrida espiritual, pues su patriotismo se limita al sitio en donde pueda resguardar sus capitales. Aún en medio de esta tragedia, se atreven a seguir el miserable acto de corrupción. Aún en esta desgracia, son incapaces de dejar de ganar (no perder).

En mi opinión, los vituperios son un claro síntoma del pánico y/o el profundo desprecio que sienten por aquellos que no consideran sus iguales. La COVID-19 ha venido a desnudar y poner en carne viva las extraordinarias desigualdades y distorsiones en que vivimos y que, a falta de más opio, pan y circo para darle a la masa, sienten que corren el peligro de que, por una vez en la vida, el pueblo pueda tomar a pulso lo que le pertenece. Su incapacidad intelectual les impide hacer lo correcto, el mejor antídoto para evitarlo. Robar en medio de una pandemia, solo confirma su amoralidad.

Las naciones solo maduran y crecen ante la adversidad y el sufrimiento. Los panameños hemos vivido en términos antropológicos, dentro de la abundancia y la tranquilidad. Nuestra última gran tragedia ocurrió hace 120 años. Después de allí, no hemos sabido de miserias universales extremas. No sé si con la COVID-19 lleguemos a aprender la lección. Hemos sido tan adormecidos por la sicología del consumo, drogados por la incultura y falta de educación, que, si esta crisis llega a durar solo tres meses, pronto olvidaremos todo.

Con tristeza y vergüenza señalo que la única forma en que esta Nación despierte, es que suframos, y MUCHO. Se necesitan muchos muertos, para entender la importancia de defender la educación. Se necesita mucha miseria, para entender la importancia de impedir la privatización de servicios básicos. Se necesita mucho dolor, para saber por qué debemos garantizar nuestra seguridad alimentaria a través del fortalecimiento del agro, por encima de la economía terciaria. ¡Se necesita tener mucha hambre, para dejar de ser indolente, cuando el corrupto te roba!

La clase media y la trabajadora no deben esperar nada de nadie. Este es quizás el mejor momento para hacer el cambio, la constituyente originaria como mínimo y establecer un nuevo contrato o pacto social. SOLO NOS QUEDA IR A LAS CALLES.

Abogado
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