• 12/05/2021 00:00

En mayo, hay que recordarlo (II)

“Victoriano, muy asidas / a la Patria están tus huellas. / Te velaron las estrellas / de las llanuras perdidas. / Te curaron las heridas / los bálsamos de una fuente. / […]; / tu imagen nunca se aleja / del corazón de la gente”. (José Franco).

Meses después, mientras Lorenzo se ocupaba de la siembra de arroz que tenía en Gatún, su poblado es arrasado por el coronel Pedro Sotomayor. Al retornar a su vivienda encuentra luto y desolación, las chozas quemadas, niñas y mujeres violadas. La madre de Fidel Murillo murió guindada por los cabellos a un árbol y también, atado desde los dedos del pie, un hermano del Cholo fue así torturado, hasta revelar el escondite de las armas. Los pocos compañeros que sobrevivieron la masacre, armados con dos machetes y una escopeta, al ver llegar a Victoriano repetían a coro “guerra… guerra… guerra”. Aquí nace el guerrillero. Él no era Liberal. Pan, tierra y libertad, fue su partido. Porras le había prometido en Chame liberar a su pueblo. “Tenía la cara dura y afilada; de frente: ojos de tigre, labios gruesos y nariz fina. A veces, según los vendavales y odios de la guerra, sobre la estrecha frente caían, como gajos negros, los mechones de pelo liso”. (El guerrillero transparente, Changmarín).

Se traslada a La Negrita y crea una estructura militar compleja con vigías estratégicamente colocados e inicia sus ataques; abate constantemente y por sorpresa a comandos conservadores; así recobra armamento y fortalece su ejército.

El general Manuel Antonio Noriega, al recibir noticias de las constantes victorias del Cholo, se traslada desde su escondite en Chepo, para unirse a la indiada. Por su rango, al llegar a La Negrita, exigió ser el jefe, pero Lorenzo le recordó que el jefe civil y militar del Istmo era Belisario Porras, a quien ya había mandado cartas para que retornase y tomara el mando. “Váyase de aquí, que la pelea es peleando”. Así despide Lorenzo a Noriega, cuando se entera de que este se escribía notas con el prefecto conservador de Penonomé. “Es que somos amigos, éramos vecinos allá en Bogotá”. “Así que, si nos agarran, ¿a usted le dan una limonada y a mí me matan?”, responde Lorenzo.

“Pero en la guerra solía usar un sombrero blanco y alón, con cinta roja; el fusil, a la bandolera, y una espada grandísima para su tamaño. Encaramado así en la curumba de la sierra, era el verdadero tata de toda la gente de la montaña y el llano”. (El guerrillero transparente, Changmarín).

Tratando de acabar con Victoriano, la espía Leandra del Rosario Gutiérrez le ofrece una suculenta gallina adobada, pero este, ya advertido, se la da a los perros, que en pocos minutos mueren. Leandra fue castigada y luego dejada en libertad.

Acosó y venció en las poblaciones de Penonomé, Natá y Aguadulce con ataques sorpresivos, porque “él y la noche eran una sola sombra”. En compañía de sus colegas generales, B. Porras y B. Herrera, fueron ganando terreno y acercándose a la capital. En el Wisconsin, los bandos firman la paz y lo traicionan. En San Carlos, lo capturan y, contradiciendo el tratado recién firmado, lo someten a un Consejo de Guerra. Le negaron la defensa de su amigo abogado Sofanor Moré y en cambio asignan al godo Mallarino, que mal lo defendió. Así, Sicard Briceño y el Manco Huertas celebran la condena. El sacerdote Bernardino de la Concepción lo confesó. Desde el cadalso, sin rencor y en alta voz: “Señores: Oíd una palabra pública, ya sabéis de quien es la palabra. Victoriano Lorenzo muere; a todos los perdono, yo muero como murió Jesucristo”. En mayo quince, a las diecisiete horas, luego de treinta y seis disparos, y “con la Virgen en el cielo de la boca”, muere el general guerrillero. Su cortejo fúnebre… una vieja y solitaria carreta con paja.

“Victoriano era extraordinariamente valiente, pero humilde, sencillo, astuto y honrado; de una inteligencia vivaz; sus instrucciones siempre fueron justas… No era un santo ni un criminal: era un hombre… Generalmente permanecía con los hombros encogidos, encapotado, como ese pajarito que hay en nuestros bosques y que llamamos “cocorito”; respetuoso de las demás personas, cortés para saludar, y se desenvolvía con soltura ante sus colegas militares. No era un hombre ilustrado…, pero sabía discernir, leer, escribir y pensar perfectamente bien… Tenía una extraordinaria intuición para calcular las acciones, reacciones y decisiones de las demás personas, por eso parecía adelantarse a sus enemigos; tenía la malicia propia de su raza… Era un buen director de grupo y consultaba a sus inmediatos colaboradores todas las acciones que debían tomarse” (Según Carlos A. Mendoza, en Memoria de las Campañas del Istmo, citado por Conte-Porras).

“Victoriano, muy asidas / a la Patria están tus huellas. / Te velaron las estrellas / de las llanuras perdidas. / Te curaron las heridas / los bálsamos de una fuente. / Arroyuelos transparentes / murmuran tu eterna queja; / tu imagen nunca se aleja / del corazón de la gente”. (José Franco).

“Fue la tierra tu bandera / tu grito, la libertad; / tu esperanza, la igualdad para la cholada entera”. (El cholito que llegaría a general, Changmarín).

Javeriano cédula 2.
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