• 07/02/2023 00:00

'Hace 22 años que no veo a mi hija'

“Los tiempos han cambiado. Los poderosos de ayer son los perseguidos de hoy. Buscaré la justicia que me negaron en el 2003, porque con la verdad puedo llegar lejos. [...]”

“El grito de un padre”. Ese podría ser el título de un libro que, aunque parezca novela, es la historia real de un amigo al que, usando todo tipo de influencias y artimañas, le destrozaron su vida. Él cuenta su historia.

“Soy un ciudadano panameño que, por tener padres norteamericanos, poseo la doble nacionalidad. Me gradúe en el Javier, estudié posteriormente la carrera de ingeniero electrónico y llegué a trabajar en la prestigiosa empresa IBM.

“Como mis padres, personas respetadas y queridas ambas, carecían de riquezas, me hice yo solo. Me casé con una amiga de la infancia, hija de un potentado ganadero del sur de Veraguas. Esa relación duró seis años y, como sucede en muchos casos, al no funcionar, pedí el divorcio. Teníamos una bella hija, que al tomar esa decisión escasamente tenía tres años. La adoraba. Era lo único que tenía en mi vida.

“Nunca preví cómo el hecho de querer divorciarme me afectaría el resto de mi vida, hasta el punto de que, a mis 62 años, tengo 22 años de no ver físicamente a mi hija.

“Se molestaron en la gran familia y me pusieron la proa. Un día me llamó un abogado, pensando que era para hablarme de cómo se haría el divorcio, pero fue para amenazarme con denunciarme por actos impropios a mi pequeña hija. Le tiré el teléfono, porque era tan absurdo aquello, que pensé que era mentira.

“Carente de recursos, al quedarme sin trabajo, y usando peritajes particulares –o sea pagados por mis denunciantes- me condenaron en primera y segunda instancia. Al llegar a casación en la Corte Suprema de Justicia y dándole traslado al procurador general de la Nación, José Antonio Sossa, en su Vista Fiscal pidió que casaran la sentencia y desestimaran la patraña que, con tanta saña, habían armado en mi contra.

“Los peritajes, no privados, del Instituto de Medicina Legal, desvirtuaron los falsos argumentos en mi contra, negando mi hija lo que antes le habían puesto a decir de mi proceder con ella. En la Corte Suprema le tocó de ponente el caso a un socio e íntimo amigo de mi poderoso exsuegro, quien, olímpicamente, desestimó lo sustentado en evidencias y derecho por el procurador. A ese magistrado, Cesar Pereira Burgos, posteriormente lo echaron de la Corte.

“Afortunadamente el mismo juez penal que me condenó en primera instancia, le advirtió a mi amigo Cochez de que ya bajaba la decisión de la Corte Suprema, quien me advirtió y por eso me fui del país para evitar que me apresaran. Huí a Costa Rica y como un nómada en el desierto, tuve que esperar 15 años para regresar a Panamá, luego de que prescribiera la acción penal en mi contra. Me persiguió la orden de la Interpol por donde fuera, salvándome de ser extraditado por mi pasaporte estadounidense. Nunca conseguí un trabajo estable. Cuando casi estuve a un tris de lograrlo, mi futuro empleador me dijo que, debido a que aparecía en listas de Interpol y FBI, no podía honrar la excelente oferta laboral que me había hecho. Ello me quebró por completo. Caí en una horrible depresión, que me llevó a intentar suicidarme.

“Estuve recluido en Texas en un costoso hospital por dos meses, incluyendo un mes en cuidados intensivos, que gracias a Dios me pagó la organización de veteranos de guerra por mi servicio en el ejército de Estados Unidos.

“Aunque no lo crean. En todo ese tiempo no he podido ver a mi hija. Me imagino que le hablaron tan mal de mí que, aunque no se ha quitado mi apellido, se habrá olvidado de cómo luce el rostro de su padre. Carezco de jubilación, porque por mi tragedia, solo coticé 12 años. Vivo de un pequeño apoyo de un amigo que aún valora lo que sé hacer.

“Seguiré peleando, no solo por reconstruir mi relación paternal con mi hija, sino para que me resarzan, en parte, todo el daño causado por un capricho, inventando un caso del que la mayoría de los parientes de mi exesposa saben que fue una horrible patraña, donde muchos abogados, jueces, peritos, fiscales y magistrados se coludieron para destrozar mi existencia. Me conforta que, en el entorno de esa poderosa familia interiorana, algunos se avergüenzan de lo que me hicieron. Y yo sé que les avergüenza.

“Los tiempos han cambiado. Los poderosos de ayer son los perseguidos de hoy. Buscaré la justicia que me negaron en el 2003, porque con la verdad puedo llegar lejos. Quizás con ayuda del amigo que me advirtió que me fuera del país”.

Analista político.
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