• 15/03/2015 01:00

Letras doradas para un buen profesor

Sinalefas, hipérboles y otras figuras literarias eran material bien conocido

Sinalefas, hipérboles y otras figuras literarias eran material bien conocido. Analizar párrafos en latín y leer piezas de literatura universal eran tareas usuales. La diferencia entre el relato y el cuento generaba acaloradas discusiones. Esto sucedía de lunes a viernes, e incluso algún sábado, cuando había que discutir alguna nueva obra de Gabo para preparar un resumen. No éramos universitarios ni profesores de Literatura, éramos estudiantes vicentinos de tercero a sexto año de secundaria que, sin darnos cuenta, fuimos llevados de la mano a un mundo inagotable de letras y valores.

La mano era la del profesor Abel Castillo, quien después fue director y seguía dando clase. La inspiración la daba el Espíritu Vicentino que era la goma que mantenía todo funcionando. Los que llegaban nuevos al colegio, rápidamente aprendían qué era eso del espíritu vicentino. Nadie se preguntaba qué era, porque no era necesario, todo el mundo lo intuía y era sabido que ese espíritu cantaba lindo y era de color verde-amarillo.

El profesor Abel usualmente estaba de buen humor, incluso cuando alguien lo visitaba en la Dirección. Con la misma sencillez que ayudaba a organizar una graduación, nos explicaba la importancia del siglo de las luces de la Literatura Española. Así como leíamos a Cervantes, también había que leer las grandes obras de la literatura universal, porque la literatura es universal, enfatizaba. Así, el profesor Abel nos educaba para la vida, aprendíamos que la matemática no eran números, que era pensamiento y que la literatura no eran palabras, sino universalidad. Creo que siendo jóvenes, hasta éramos un poco arrogantes, porque hablábamos de temas y obras que ni nuestros padres conocían.

Gracias al profesor Abel también hacíamos murales inolvidables en grupo. Los de la Ilíada y la Odisea fueron fenomenales, tanto que parecía que Aquiles caminaba por el pasillo de la Dirección. Lástima que en aquellos tiempos no había WhatsApp, si hubiera habido, seguramente los grupos habrían tenido nombres evocadores como Universales o Los inmortales.

Aprendíamos y nos divertíamos. Hasta los chistes eran elaborados. Profesor Castillo, ‘¿cómo se dice avión en latín?’. Las risas eran automáticas, pero en medio, el mensaje de fondo que nunca faltaba, ‘recuerden jóvenes estudiantes que Da Vinci hizo los primeros esbozos sobre vuelo’, decía el profesor Abel.

Hacíamos poesía, oratoria, leíamos novelas y hasta publicamos un libro de cuentos. Para la portada, el profesor Abel eligió la inolvidable sirena. Todas queríamos estar en la portada, pero el espíritu vicentino prevalecía y la envidia no se valía, así que pronto pusimos manos a la obra para vender nuestra obra celeste y recaudar fondos.

Días de un sistema educativo distinto, con profesores irrepetibles como el profesor Abel Castillo. La célebre educación en valores era una realidad. Gracias al Colegio San Vicente, a las monjas y al profesor Abel fuimos mejores personas. Que el buen Jesús-Rabí, de quien el profesor Abel también nos hablaba, lo reciba con letras doradas y que la casa del Padre sea su morada eterna.

*ABOGADA ESPECIALISTA EN AMBIENTE Y DESARROLLO.

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