Un buen estudiante, tranquilo y algo introvertido, que fue monaguillo y empleado en un supermercado antes de alcanzar la fama. Esos son algunos retazos...
- 07/06/2011 02:00
La Corocita de Santiago
C onocí hace poco La Corocita; comunidad que forma parte del corregimiento de Los Algarrobos, en el distrito de Santiago de Veraguas. Se ingresa hacia la misma, entrando a la mano izquierda en la vía que conduce hacia el distrito de Soná. Su calle principal de acceso, está compuesta de material de dura tosca y a su plaza principal se llega tras dos kilómetros de recorrido en un paisaje rústico y olvidado de quienes prometen cielo, tierra y carreteras en tiempos de campañas políticas.
Su población predominantemente rural, evoca las características de la mayoría de los pueblos del entrañable Estado panameño en la década del sesenta. Donde lugareños, extasiados de emoción, disfrutaban de las fiestas patronales recargadas a las costumbres más genuinas de los pueblos de la campiña. Murgas, cantadera, corridas de toros y el tradicional baile típico que se constituía en la fresa en el pastel.
La lidia de los toros, fue a mano limpia; hombres y bestias se apostaron del control de la barrera y no faltó uno que otro que resultara revolcado, igual que proponía un candidato presidencial del 94, que debía darse a todo lo que sucede en el sistema de administración gubernamental, entre ello, la justicia con prioridad. En la cantadera se destacó de todo. Se hablo del amor y las mujeres, de las características de los parroquianos, de la belleza del paisaje, de los devotos cristianos y hasta destacaron la pureza de la Virgen María. Los trovadores, en tono picante, desafiaron en versos a su contendiente, transformaron mariachis en torrentes de gallino y varias veces hicieron llorar y sisear a la guitarra.
Pese a la clara noche de luna, miles de estrellas eran perceptibles en medio de la plaza. Mientras el reconocido músico interiorano Mechi Blanco del acordeón, hacia un ‘lleno completo’ en la apretada pista de baile.
La alegría, era parte de la magia que ofrecía la comunidad entera y el intérprete de melodías apetecidas en toldos y discos, desde temprano se paseaba entre la población, con humildad y aceptación, envidiada por los semidioses palaciegos de San Felipe. No era el candidato a ningún puesto de elección, pero el pueblo le distinguía en un sitial.
Las acostumbradas y majaderas riñas de otros lares, de ningún tipo se produjeron. Los visitantes disfrutaban sin excitar la mezquindad, soberbia o actitudes propias de gamberros. Allí era igual ser cura que diputado; concejal que campesino; rico o pobre; negro, blanco o cholito. Nadie exigió distinción alguna; se disfrutaba parejo, sin miramiento a los anacrónicos rangos sociales.
La lechona asada no se hizo esperar, como tampoco el tradicional sancocho de gallina. Entre hojaldres, empanadas, ensalada rusa, macarrones o chicharrón, cada quien satisfizo el hambre que arrastraba, casi reemplazándonos unos a otros en la fonda. Se esperaba el turno entre chistes, comentarios y salomas.
Una filosa corriente de aire fresco se deslizaba por el pequeño valle, refrescando a los bailadores en los espacios de pieza y pieza y más cajas botellas de burbujeante cervezas eran lanzadas a las tinas preparadas para el momento. Igual que hizo la Cenicienta en su aciago momento, miramos el reloj y nos dimos cuenta de que despuntaban los primeros minutos del nuevo día, la responsabilidad demandaba; lo que nos obligó a correr el velo de una maravillosa y sencilla fiesta.
La cantidad de autos de los visitantes, colmaron las calles del pueblo. Había que esperar para poder salir y un pequeño niño de ocho años era el improvisado agente de tránsito que todos respetamos. No vi a conductor alguno insultar a su semejante, por el tiempo de espera; por el contrario, la cortesía y la disposición de ayuda, a todos producía interés. A la hora de salir de allí, cada cual llevaba nuevos pasajeros de aventón en el espacio que disponía en su auto.
*POLITÓLOGO.