• 30/11/2023 00:00

Crisis de la silla vacía

Observar lo acontecido y no señalar al gobierno nacional la enorme responsabilidad política que les cabe, sería incumplir los deberes ciudadanos. No por el placer de verlos vencidos, sino por la necesidad de pasar por allí para avanzar en la reconstrucción nacional

La ausencia del presidente Laurentino Cortizo durante los últimos 40 días es inexplicable, imperdonable e irresponsable. Nunca serán suficientes las explicaciones que intenten dar razones para semejante desconexión. Desconexión esta, que permeó a todo su gobierno, del vicepresidente hacia abajo, que quedó totalmente paralizado y cuando empezó a salir de su letargo mostraron total incomprensión de la realidad.

La historia nos brinda un contraste absoluto. En el año 1947 el entonces presidente, Enrique Jiménez, enfrentó una grave crisis nacional. Ya Jiménez era el resultado de tiempos políticamente convulsos, se desempeñaba como presidente provisional escogido por la Asamblea Constituyente de 1945, hasta las próximas elecciones que se celebrarían en 1948.

Enrique Jiménez era un político avezado de larga prosapia, había sido secretario privado del presidente Belisario Porras, ministro, diputado y dirigente liberal. Popularmente, le llamaban “Submarino”, porque 'fumaba debajo del agua'.

En medio de su atribulado mandato, intentó aprobar un Convenio de Bases (Filós-Hines) negociado con los Estados Unidos. El rechazo popular fue rápido, contundente y nacional.

El carácter, la experiencia y la altura de miras le permitieron a Enrique Jiménez, salir medianamente bien librado, de tamaño entuerto. Recientemente, Juan A. Cardona publicó un interesante artículo dando cuenta de ese hito histórico y su comparación con el actual (https://www.laestrella.com.pa/opinion/columnistas/231031/crisis-tratado-filos-hines-1947-crisis-actual-tratado-minero).

Encuentro una diferencia fundamental, que permite entender la diferencia de cómo el presidente Jiménez enfrentó su crisis: Dio la cara al país.

En tiempos distintos, sin redes sociales, en los cuales los medios principales de comunicación eran los periódicos y la radio, le habló a sus conciudadanos con entereza, claridad y cercanía.

El rechazo en la Asamblea era inminente, el país entero estaba en contra, cuatro días antes de la votación, el presidente Jiménez convocó a una cadena de emisoras de radio y, en lo que consideró una pieza histórica, defendió el proyecto de su administración, explicó y trató de dar razones, se mostró cercano de los que protestaban e, incluso, lamentó específicamente el caso de un estudiante hospitalizado que había sido herido por la Policía Nacional. Valga decir que antes que terminara la crisis, varios de sus ministros renunciaron.

“Asumo la responsabilidad que me incumbe”, fue, a no dudarlo, la frase más potente de ese discurso. El pueblo escuchó a un presidente que se hacía responsable, no uno que se escabullía.

La crisis, ciertamente la más grave del periodo democrático, no encontró en nuestros gobernantes ninguno de los atributos de aquel presidente de 1947. El país fue abandonado a su suerte, ni siquiera tuvieron la entereza de explicar y defender su propuesta, menos de escuchar las posiciones adversas, ni el tino mínimo de comprender la magnitud del rechazo, engrandecido por un descontento social que todavía requiere un profundo análisis.

Desdeñaron el debate democrático y con su bancada de diputados impusieron en la Asamblea sin medir consecuencias.

No es de menor responsabilidad subrayar que las poquísimas apariciones de ministros y el propio presidente, fueron, aparte de desconectadas de la realidad, gasolina al fuego que atizaban la insatisfacción (improvisada “consulta popular”). La historia registrará que, ante una de las peores crisis de nuestra historia, la administración Cortizo-Carrizo dejó la silla vacía.

El hecho particular, que la primera aparición del vicepresidente Carrizo, fuera para hablarle a una minúscula plaza del PRD, marcó la indiferencia convertida en insulto, deja en acefalía las responsabilidades para las que fue electo, para intentar continuar con su campaña política.

Lamentablemente, los asesores del vicepresidente que le recomendaron esa pésima aparición pública no serán los que le aconsejen que bien haría en dejar el cargo que, en la práctica, ya abandonó.

Observar lo acontecido y no señalar al gobierno nacional la enorme responsabilidad política que les cabe, sería incumplir los deberes ciudadanos. No por el placer de verlos vencidos, sino por la necesidad de pasar por allí para avanzar en la reconstrucción nacional.

Si esta responsabilidad no se asume y, por ende, rinden cuentas una parte importante del descontento no cesará y entraremos al proceso electoral de la peor manera.

Abogado
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