• 08/12/2025 00:00

Cuando supe que me quería

Hoy celebramos a las madres. Los tiempos han cambiado, pero al más áspero de los corazones palpitantes le es difícil escapar de las remembranzas. Una versión de esta columna fue publicada hace más de una década.

En algún momento de la vida, por un acto impredecible, nos golpea la realidad: las madres nos quieren de la manera más infinita posible. Todos conocemos de las noticias o reportajes sobre aquellas ‘mamás’ que, con un sentido desatinado de amor y sin consideraciones, han arremetido contra maestros y profesores que, por algún motivo legítimamente explicable, han tenido que disciplinar a sus acudidos.

Las cosas no son como antes. Un educador no se atreve a llamarle la atención a un estudiante sin tomar en cuenta las consecuencias violentas y las amenazas a su integridad física. Estas demostraciones de ‘amor y solidaridad’ a cualquier precio, de estas madres a sus hijos, independientemente de las razones y las faltas de estos últimos, han ido mermando lentamente el tejido social; enajenando el sentido de responsabilidad de estas nuevas generaciones. Eso, en las capas más humildes. En las capas sociales adineradas, ante la falta o violación social, los envían fuera del país.

Cuando escribí este artículo, días antes había compartido con algunos contemporáneos que, con los ojos húmedos y la voz entrecortada, hacían memoria sobre el momento preciso en que se percataron de que sus madres los querían. Eran tiempos en que la disciplina y la sanción oportuna de ellas, era motivo de rechazo y rebeldía. La poca tolerancia al abandono y el irrespeto juvenil servía insistentemente como fuerza de orden, método ordenador y firme que inculcaba un sentido constante y creciente de disciplina y responsabilidad. Tan constante e intenso que muchos llegamos a pensar que nuestras progenitoras no nos querían.

Absortos rememoraban. Una quizás fue de las más afortunadas, supo que su madre la quería a los siete años cuando, desesperada, salió a socorrerla a la esquina de la calle cuando pensó que había sufrido un accidente automovilístico. Otra entendió el amor de su madre a los 16 años cuando intentó suicidarse ante las presiones emotivas producto de las dificultades académicas. Su madre lloró descontrolada al borde de su cama. Otro confesó no entender a su madre, sino hasta los 30 años cuando tuvo sus propios hijos.

Una colega, que creció entre 8 hermanos, me conmovió al escribir: “... mis hermanos y yo tuvimos una ventaja o desgracia con respecto a otras familias, a mi madre le dio un cáncer de páncreas, el cual le limitó su tiempo de vida. Ella desde un principio sabía que no tenía más de 6 meses para no dejar cabos sueltos sobre la tierra, estaba en el patíbulo de la muerte. Eso permitió que el grupo familiar revaluara muchas cosas y creo que ella también. Particularmente, en ese estado, por primera vez ella opinó sobre el rumbo que tenía mi vida. Fue la primera vez que me dijo que abandonara el proyecto que tenía, que no me convenía, casi me lo suplicó, su mirada la tengo entre ceja y ceja (me encojo de hombros). Nunca la había visto así ni le había visto una mirada con tanto amor.... Yo tenía 33 años y ella 76. Mi madre tenía como filosofía de vida, para criar a una familia tan numerosa, la de acariciar y besar un hijo SOLO cuando durmiera... Ella explícitamente NUNCA manifestó su amor, no habían palabras, pero si actitudes... Después de su muerte me di cuenta de todas las manifestaciones de amor que tuvo conmigo durante la existencia... pero esa tarde de agonía fue más allá y lo entendí claramente”.

Yo, a los 19 años, en un acto público y sin la compañía de mis hermanos, vi el amor en los ojos de mi madre, parada en medio de una multitud desconocida. Un amor privativo, no colectivo. Cuando nuestros ojos se encontraron, me transmitió la fuerza de su cariño y de su ternura. Ese amor arduo y esencial, inconmovible y desde siempre. Incluso en esas ocasiones de mi juventud salvaje y rebelde en que le tocó disciplinarme.

En este noble reconocimiento hacia ellas, todos coincidimos en que, igual hoy, ante los reclamos de algún maestro o adulto, el amor de madres solo les hubiera permitido reprendernos. Ante las faltas sociales, nos llevarían de la mano para enfrentar las consecuencias. Difícil decisión, pero esas han sido las muestras de amor más significativas que nos legaron. El amor comprometido con traernos a este momento para servir de ejemplo a nuestros hijos. Así supimos que nos querían.

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