El huracán Helene dejaba este domingo más de 60 muertos en cinco estados del sureste de Estados Unidos, entre ellos Carolina del Norte, donde el Gobierno...
- 13/09/2024 00:00
De empresarios y ‘empresaurios’
La historia de la gestión empresarial está repleta de icónicos ejemplos de éxito empresarial, en los que se destacan los casos de Henry Ford (Ford Motor Company), Thomas Edison (General Electric), John Rockefeller (Standard Oil), Walt Disney (The Walt Disney Company), Sam Walton (Walmart), Ray Kroc (McDonald’s) y los más recientes, Bill Gates (Microsoft), Steve Job (Apple) Mark Zuckerberg (Facebook/Meta), Jeff Bezos (Amazon) y Elon Musk (Tesla/Space X), por mencionar solo algunos.
En este contexto, destacamos que el éxito empresarial es un fenómeno complejo que puede ser influenciado por múltiples factores. Sin embargo, si analizamos las características comunes de los personajes citados, podemos identificar que la pasión por lo que hacían fue una de las causas fundamentales de su éxito empresarial. Esta pasión no solo impulsa a los emprendedores a iniciar y mantener sus negocios, sino que también se traduce en un compromiso genuino con la calidad y la innovación.
En el otro extremo, tenemos a los “empresaurios”, término acuñado por el expresidente Ricardo Martinelli, cuya característica principal es el negocio a través de manejos turbios, aprovechando la marea de la corrupción. En palabras simples, es ese individuo cuyo enfoque empresarial se basa en prácticas poco éticas. Entre sus andanzas, están la evasión de impuestos, la explotación de sus trabajadores, el no pago de la cuota obrero patronal de la seguridad social, la venta con sobreprecios, la especulación a expensas de las necesidades del consumidor, el diseño de toda una estructura para actuar al margen de la ley o para evadir cualquier contribución o gravamen, el abuso de las exenciones fiscales, la creación de empresas ficticias para desviar fondos, el ofrecimiento de dádivas para agilizar trámites y, sobre todo, el aprovechar sus conexiones e influencias con políticos y servidores públicos para negociados leoninos cuyo objetivo principal es devorar los fondos públicos.
En la última década, hemos visto el crecimiento exponencial y proliferación de estos personajes, que en un abrir y cerrar de ojos se vuelven millonarios a costa del erario, como si fuera un fenómeno de generación espontánea. Sus estratagemas se van adaptando a los tiempos, pero, por lo general, utilizan las mismas técnicas: comprar productos a precios irrisorios en países asiáticos, principalmente, y vendérselos al Estado por sumas exorbitantes, o, en el caso de servicios, aprovechar los vacíos del sistema para, con términos sofisticados, justificar los altos precios de las actividades que ofrecen al gobierno de turno; ejemplo clásico, las mal llamadas “consultorías”.
Su objetivo no es la calidad ni la innovación, propia del buen empresario. Por el contrario, su ambición principal es ubicar una “oportunidad” o crear una crisis o necesidad para vender con sobreprecios al Estado. Digo sobreprecios porque al final los precios con que le venden al Estado están muy por encima de los precios de mercado. Para ello, se aprovechan de sus contactos con políticos y servidores públicos con mando y jurisdicción, para armar toda una estructura y clavar sus garras sobre el dinero de los contribuyentes. A la sombra, obtienen sus pingües ganancias, afectando la capacidad económica del Estado para resolver las necesidades de la población más vulnerable.
La corrupción es una ecuación que involucra a dos personajes: el corrupto (político o servidor público) y el corruptor (el “empresaurio”). Sin embargo, siempre se dirige el foco hacia el político o el servidor público y ese “empresaurio” pasa agachado, inclusive, ante un cambio de gobierno, vuelve a hacer sus contactos y como una boya, seguir flotando en el mar de la corrupción.
Mientras solo se castigue al político o al servidor público, y no se condene también al “empresaurio”, la corrupción va a seguir floreciendo. Entendamos que, como dijo el papa Francisco , la corrupción de los políticos y de los empresarios “la pagan los pobres”, que son privados de aquello a lo cual tienen derecho para sostener la avidez de los poderosos.