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Desde que el humano cree tener “sentido histórico” surge la exigencia elemental de situarlo dentro de un tiempo, un espacio y una forma material específica, siendo inseparables estas tres condiciones existenciales, especialmente cuando pertenecen a una sola persona en un momento especifico de su existir, si bien también pueden aplicarse en otros escenarios y circunstancias.
No hay vida humana que no esté constituida y montada históricamente sobre estas mismas dimensiones, convirtiéndolas así en la verdadera realidad de nuestro ser y además en gran medida, en el telar de nuestro destino, con el que vamos hilando y entrelazando los hilos de la vida, como solían hacer con todos los recién nacidos, la temida y venerada diosa de la mitología griega, Cloto, juntamente con Láquesis y Átropos, las otras dos “moiras” helenísticas repartidoras del destino humano, como veremos más adelante.
Esta estructura tripartita existencial humana, valida mientras estemos en este mundo, nos da nuestro sentido histórico, fecundo terreno donde los humanos cultivamos nuestras creencias, leyendas y mitos culturales, desde tiempos pretéritos.
Lo cierto es que los tres elementos espacio, tiempo y materia demarcan una unidad, en este caso humana, por ser una realidad percibida desde el yo, o sea, que emana de ese conocimiento que cada cual tiene de sí mismo.
Merced a esta conjunción de nuestra realidad humana, podemos ahora extrapolarnos a esa plenitud maravillosa de los mitos, leyendas y creencias de las enigmáticas mitologías griegas y romanas, que nos deleitan con sus alegorías sobre los hilos del destino, controlados por las antes mencionadas hijas de Nix (la noche) y Caos, utilizando la nomenclatura griega. Para los romanos Cloto era “Nona”; Láquesis era “Décima” y Átropos la llamaban “Morta”, todas hijas de Erebus (la oscuridad) y Nox (noche).
En estas mitologías clásicas, los hilos de la vida o del destino eran de varios colores: blanco, usado para reconocer acontecimientos sin mayores consecuencias; negro, para designar momentos de aflicción y dolor; dorado, para simbolizar felicidad, bienestar y buena suerte.
Cómo se tejen y entrelazan estos hilos basta para frustrar y ennegrecer la vida o para hacerla digna, dorada y bella, con esa fragilidad patética de la consistencia y color de las hebras usadas. En la mitología griega le tocaba a Cloto, siempre con su rueca o huso a mano, hilarlos y entrelazarlos para darnos la calidad de vida que nos tocaría; Láquesis, representada desenrollando el copo por hilar, medía la longitud de los hilos, así determinaba la duración de nuestra existencia terrenal; Átropos, siempre vista con tijeras en sus manos, cortaba el hilo vital para provocar nuestra muerte, así de temible era para mortales y dioses griegos.
Con todo esto contamos hoy al vivir, por eso es tan interesante saber ¿Qué papel nos toca como actores principales en esta narrativa del destino humano?
Hay ejemplos esplendidos en las bellas artes pictóricas, escultóricas y dramáticas para expresar este tema, pero ninguno más emocional, trágico y terrible que el cuadro titulado “Átropos o las Parcas” hecho por Francisco de Goya ya de viejo, sordo y pesimista, hoy exhibido en el Museo Nacional del Prado de Madrid.
Este gran lienzo rectangular de pigmentos grisáceos, ocres y negros consta, a la derecha, de cuatro figuras en primer plano, que flotan sobre una nube o las aguas blanquecinas de un lago o río que bordea un desolado bosque de sendos y opacos árboles, con un trasfondo de cielos y cerros grises y lúgubres.
Cloto, a la izquierda, sostiene un muñequito atado a un hilo; Láquesis, detrás, empuña un lente con que enfoca el hilo; Átropos, de espaldas y desnuda, agarra una tijera y abre su otra mano al cielo. La cuarta enigmática figura nos mira sentada de frente con resignación y brazos aparentemente atados atrás, tal vez en representación de la humanidad.
La angustia colectiva del hilo del destino que retrata Goya surge como un grito de desesperación surrealista en esta impresionante pintura. Aprendamos sus lecciones.