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Los escenarios de rápidas transformaciones en la que está inmersa la sociedad actual, conllevan procesos evolutivos en la concepción de familia, lo que diversifica las formas y tipos de relaciones que a lo interno de esta unidad social se manifiestan. No causa extrañeza que hoy se mencione, familia de tipo monoparental, sin vínculos jurídicos, de padres y madres separado o divorciados, de parejas homosexuales, parejas que viven en lugares distintos, parejas con doble ingresos que deciden no tener hijos y algunas que optan por criar mascotas, entre otras.
Lo cierto es que los vínculos de sangre o afinidad, que identifican a la familia, no descartan entre sus miembros el compartir responsabilidades, materiales de producción, sustentación y condiciones afectivas de vínculo emocional, lo que convierte a este grupo, para propósitos de control social, en la institución primaria y el entorno donde se adquieren inicialmente los comportamientos básicos para evitar la génesis o no de faltas antisociales y /o conductas delictivas; sin restar importancia de que además sean considerados los aspectos socioeconómicos, estructurales, su composición, dimensión, valores, confrontación con las normas y la autoridad y el desarrollo de responsabilidades hacia otros.
Refiriéndome a estudios investigativos, dedicados a la influencia de factores familiares en la criminalidad, describo una serie de argumentaciones, que pudieran ser válidas y consideradas para actuar como muro de contención o prevención frente a la criminalidad, desde este grupo social.
La primera argumentación se refiere a la familia como factor de contagio criminal, en donde se destaca el hecho de que basta que opere algún miembro, principalmente un progenitor en la delincuencia o propicie actos transgresores, para que se convierta en una amenaza directa para el resto, principalmente para niñas, niños y adolescentes.
Con relación a este fundamento, se observa con mucha frecuencia hoy, los casos de negocios con características criminógenas en las que operan familias, teniendo como cabeza a padres que son principales los motivadores. Estos hechos fortalecen la correlación de las variables familia y criminalidad. Al respecto, la frase emitida por el Cardenal Oscar Rodríguez Madariaga: “no hay nada peor en la vida, que se dé un consejo, seguido de un mal ejemplo”, tiene mucha asertividad.
Otra fundamentación identifica la dimensión de la familia y el orden de nacimiento de los hijos, en las evidencias investigativas se señalan que la mayoría de las personas que delinquen, principalmente asociados con drogas, proceden de familias de seis a siete miembros o más. Así como los hijos que en orden de nacimiento, ocupan posiciones intermedias.
La casi totalidad de estudios de familia, encuentran una relevante significación de la ausencia temporal o permanente de uno de los progenitores, distinguiendo principalmente la figura paterna, las débiles relaciones de afectividad y comunicación, con el inicio de la criminalidad en esta unidad. Este aspecto es importante analizarlo, frente a la realidad de incrementos de nacimientos que suceden en madres adolescentes y adultas solteras.
En cuanto a las débiles relaciones de afectividad y comunicación en familia, estas variables demuestran espacios que se han reducido a lo interno en tiempo, calidad y convivencia, por motivos de compromisos laborales múltiples, lo que induce a compensar procesos de socialización fuera del hogar. Existen correlaciones importantes entre los inicios de la criminalidad en menores y adolescentes y el rechazo, la desatención, indiferencia, no control de disciplina, exceso de protección de progenitores y la compensación de bienes materiales o dinero en efectivo, sin que sepan el verdadero valor que tiene el trabajo.
La familia, vista desde sus transformaciones y esta perspectiva, reclama atención estatal, mediante políticas, planes y proyectos que favorezcan en calidad su estructura y funciones, en pro de ser la unidad social más importante en la prevención de la criminalidad.