• 31/05/2015 02:00

Historia de un entusiasmo

‘... una crónica marciana..., que relata cómo fue que logré que Joaquín Sabina viniera por primera vez a cantar a Panamá'

El título no tiene nada que ver con la novela de la colombiana Laura Restrepo ni su trama es parecida. Ésta es una crónica marciana sin que se haga un striptease, que relata cómo fue que logré que Joaquín Sabina viniera por primera vez a cantar a Panamá. Y es la historia cómo, a través del empeño y de un grupo de personas que creyeron en mí, el jueves presenciamos uno de los conciertos más espectaculares que se hayan visto en Panamá, ante un auditorio que coreaba a voz en cuello las letras sabineras. El cantautor de Úbeda se ha ido feliz de nuestro país, al que había sobrevolado a lo largo de su carrera y los que nos consideramos sus más fieles seguidores, lo hemos ido a ver a Miami, México, Colombia y Chile. Otros han viajado a Costa Rica, a Perú (su mujer es peruana, además de bellísima) y donde lo veneran, que es en Argentina.

Pero volviendo al entusiasmo, resulta que de tanto insistirle a su manager que viniera a Panamá, logré conocerlo el año pasado en el concierto al que fui a Santiago de Chile. De la mano del gran escritor Antonio Skármeta, fuimos ‘back stage' a saludarlo y a reiterarle el interés de que viniera a cantar a nuestro país. El 1º. de enero me enteré por estar siempre pendiente de la página web del autor (ojo, que él no la maneja, porque como bien dejó claro en conferencia de prensa, no tiene Twitter ni celular ni automóvil) que vendría a México, Colombia y Ecuador, por lo que volví a la carga a insistirle al paciente Berry que metiera una escala aquí.

Lo que siguió ha sido un trabajo arduo de cinco meses, de tocar puertas para patrocinios, de contratar los mejores técnicos del mercado para que la producción fuera de excelente factura, de un sinfín de imponderables que harían las delicias de cualquier columna de chismes. Cuando le dije a mi equipo de trabajo que traían una cortina roja no me entendían, no me creían, y tuvimos que sentarnos a ver su último DVD, grabado en vivo en el Luna Park, para que comprendieran lo que son los símbolos inequívocos del cantautor: su firma, la cortina roja, los dibujos que él mismo hace, y su inigualable banda.

En el camino se fueron entusiasmando, se fueron volviendo sabineros y metiéndose en la piel sus canciones, sus opiniones, sus gustos. El día del concierto ocurrió toda clase de imponderables, como un dolor de muelas, pintar el piso del escenario del teatro Anayansi apenas dos horas antes que empezara el concierto. También falló, por las métricas europeas, el grosor del tubo que debíamos tener listo para colocar el farol que se vuelve protagonista en La Magdalena, lo que puso en corredera a más de uno.

Pero salió, y muy bien. Ante un lleno completo, entusiasmado a más no poder y con el preámbulo de la magnífica intervención de Rómulo Castro y el Grupo Tuira, salió al escenario, por fin, 500 noches para una crisis. Joaquín Sabina no descuidó detalle, se refirió a Rubén Blades en varias ocasiones (en su canción El rap del optimista menciona que le hubiera gustado componer Pedro Navaja, igual que al Gabo), le dedicó a las colonenses un par de versos e incluyó a Balboa en un guiño que hizo que el teatro se viniera abajo en aplausos. El tipo hace su tarea cuando va a un país, se compenetra con sus costumbres y las incluye en cada concierto.

Por unos días nos olvidamos de los innombrables Salerno, Cucalón y el resto de la banda de Cobranzas del Istmo, de Benavides y su necedad de aferrarse al puesto, de los que tienen la galaxia por cárcel y nos entregamos a los 19 días y 500 noches de Joaquín.

ARQUITECTA Y EX MINISTRA DE ESTADO.

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