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- 02/06/2009 02:00
Las lecciones (I)
La victoria de Ricardo Martinelli, amén de mostrarnos la gran habilidad de sus planificadores y la disciplina de sus fuerzas, es el resultado de una sociedad que ha perdido la confianza en las organizaciones políticas tradicionales. En un país, todavía joven y demasiado presidencialista, la figura del candidato y su conducta se convierten en un factor determinante al momento de fijar posiciones. El electorado usó los instrumentos legales a los cuales le obliga la Ley Electoral, pero votó por el individuo y no por la oferta de los partidos. De igual manera podemos decir de la candidata derrotada.
No se trata ahora de buscar la explicación en la habilidad que el adversario usó para lograr su victoria, sino, cuáles fueron los errores en los que incurrimos, que hicieron posible esa victoria, tanto por parte de la candidata derrotada, como su equipo de campaña y todo el aparato del partido. Transcurrido casi un mes no siento que haya calado aún en el PRD una revisión de ese tipo. El problema se puede explicar por el protagonismo de la dirección en la campaña electoral. Es poco común encontrar una disposición humana a la autocrítica, sobre todo cuando está en juego la vigencia de sus actuales dirigentes.
Siento que en el PRD se manifiesta una crisis de identidad. El no saber qué somos, qué queremos y hacia dónde debemos ir. No me refiero a los hermosos escritos programáticos de nuestros intelectuales, que nadie lee y menos aplica. Es su práctica política.
Ya no somos el partido brioso que cabalgó junto a Omar. Somos un partido de 30 años de existencia. Un partido maduro que sufre de las enfermedades típicas de su edad. Alejamiento de las bases. Pérdida de vínculos con la sociedad. Burocratización. Desideologización. Tendencias a la corrupción. Pérdida del sentido de diversidad de pensamiento y del derecho a disentir. Sustitución de la disciplina por prácticas coercitivas. Clientelismo electorero para uso de primarias. Desaparición de sus frentes de masas y del trabajo dentro de la organización social.
Esa crisis de identidad se aprecia en otra crisis: la de dirección y la de liderazgo. Cuando se pierde la capacidad de generar consensos internos, más allá de la simple lucha colectiva por la sobrevivencia, la dirección pierde su capacidad de abordar los temas estratégicos capaces de dar un giro en el camino correcto.
No se trata de buscar responsabilidades individuales, porque también hay una responsabilidad colectiva que nace de la complicidad, el sometimiento y el silencio de todos.
La maduración de esta crisis tomará todavía un tiempo, porque somos un poderoso partido con un origen social vinculado a un proyecto de nación que transformó a toda su sociedad, que se transmite de generación en generación, y que demostró su fuerza en las pasadas elecciones. Nuestra fuerza es la nostalgia de lo que otrora fuéramos.
La tarea más importante ahora es retomar el camino de la democracia real en el partido y abandonar el discurso de la democracia formal llena de procedimientos engañosos y mecanismos de elección y de discusión que termina cuando el poder y la plancha de los dirigentes de turno impone, selecciona y discrimina el espacio del debate y la oportunidad de la participación.
-El autor es miembro del PRD.rvasquezch@cwpanama.net