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- 11/11/2025 00:00
Más allá del discurso: el desafío de la coherencia política
Se ha dicho que ciertos diputados llegaron al escenario nacional gracias al impulso de un liderazgo carismático y a la bandera de la lucha contra la corrupción. Es cierto: toda renovación política necesita un punto de partida simbólico, un rostro que encarne el descontento y canalice el hartazgo ciudadano frente a la política tradicional, que no han respondido a las necesidades ciudadanas.
Pero reducir el mérito de esos liderazgos únicamente a un “efecto arrastre” es desconocer una realidad más profunda: el voto ciudadano no solo respondió a un nombre, sino a una necesidad de cambio estructural en la forma de ejercer la política. Muchos de esos nuevos actores conectaron con sus comunidades, construyeron confianza y generaron presencia territorial, algo que trasciende cualquier figura individual.
Ahora bien, la crítica de que el discurso anticorrupción es insuficiente para sostener una agenda nacional no carece de validez. El rechazo a la corrupción es un punto de partida, no un proyecto de país. Quien aspire a transformar el sistema debe pasar del moralismo político a la propuesta programática: políticas públicas que hablen de empleo, educación, seguridad, desarrollo local y justicia social y responda de manera efectiva a las expectativas del pueblo panameño.
La ética sin gestión se agota; la denuncia sin soluciones termina desgastando el capital político. El país necesita líderes que, además de señalar lo que está mal, sepan proponer lo que debe hacerse bien.
También se ha señalado la falta de coherencia interna o de definición ideológica. Es una observación legítima. La política no se sostiene solo en buenas intenciones, sino en marcos de pensamiento claros, capaces de orientar la acción pública. Cuando la ideología se diluye, la toma de decisiones se vuelve reactiva, y el riesgo es caer en lo que se critica: improvisación, contradicciones y personalismo.
La verdadera renovación no consiste en parecer diferentes, sino en ser consistentes, construir estructuras democráticas internas y definir principios que trasciendan coyunturas. El momento político actual exige madurez. No basta con encarnar la indignación ciudadana; hay que traducirla en instituciones más fuertes y políticas más justas.
La ciudadanía ya no vota solo por rostros nuevos, sino por ideas sólidas, coherencia y coraje moral. Porque al final, el verdadero cambio no se mide por quién grita más fuerte contra la corrupción, o quien está más en contra del gobierno, sino por quién tiene la capacidad y la convicción de hacer las cosas de manera correcta, diferente y mejor por el bien del país. Ese será el verdadero punto de quiebre entre la vieja política y la nueva que el país reclama. Más que las palabras, deben ser nuestras acciones las que hablen por nosotros. Panamá no necesita más discursos vacíos ni divisiones estériles, sino soluciones reales a los problemas que afectan a su gente.
El verdadero compromiso con el país no consiste en oponerse a quienes piensan distinto, sino en debatir con altura de miras sobre las mejores rutas para construir un futuro común. Nuestro destino no puede definirse por la confrontación, sino por la capacidad de proponer, dialogar y transformar.
Hoy más que nunca, Panamá necesita la colaboración de todos. Si no asumimos con valentía los cambios que el país reclama, si no apostamos por nuevos modelos de acción y entendimiento, estaremos condenando a nuestra nación al estancamiento.
En este momento decisivo, el fracaso no puede ser una opción. El futuro de Panamá depende de la responsabilidad y la coherencia con que actuemos hoy.