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- 30/05/2014 02:01
El ocaso de Venezuela
Lo que está ocurriendo en Venezuela es una tragedia verdaderamente triste y vergonzosa. Hagamos un poco de historia. Para nadie es un secreto que antes de la dictadura Chavista, la clase política y los sectores económicos dominantes, cometieron muchos errores. En el país, reinaba un ambiente de agotamiento en las estructuras tradicionales de poder, y existía un sentimiento generalizado de desesperanza, propiciado en gran medida, por una creciente corrupción de los gobiernos y de los partidos políticos de la época.
En 1989, Carlos Andrés Pérez, del partido Acción Democrática, es elegido presidente luego de librar una campaña prometiendo que se opondría al ‘Consenso de Washington’ y a las exigencias de las políticas financieras y fiscales sugeridas por el Fondo Monetario Internacional. Una vez en el poder, el presidente Pérez hizo todo lo contrario y adoptó una serie de medidas de prudencia fiscal, encaminadas a recortar los gastos que afectaron drásticamente los programas de ayuda social. A raíz de esta situación y de otros factores se produce en el país un movimiento de protesta popular producto del descontento general que culmina con el famoso ‘Caracazo’. En medio de este estado de incertidumbre, Hugo Chávez intenta un golpe de Estado. Al ver que el movimiento no prosperaría, decide entregarse pero con condiciones. Una de ellas, que pusiera fin a la asonada y, para hacerlo, le permitieron dirigirse a la nación en cadena nacional. Con la habilidad que siempre lo caracterizó, aprovechó esa oportunidad de oro para entre otras cosas, aparecer en TV con su uniforme militar. Al dirigirse a su país, se refirió a sus conciudadanos como ‘camaradas’ y admitió el fracaso del golpe ‘por ahora’, señalando que ‘es tiempo de reflexión hasta que vengan nuevas oportunidades’ con el objetivo de ‘encaminar el rumbo del país hacia un mejor futuro’. Palabras más y palabras menos, el discurso caló entre los sectores más pobres y como consecuencia de esto, al comandante Chávez se le dio el reconocimiento de haberse rebelado contra un sistema agobiado por los altos niveles de corrupción y deteriorado políticamente como consecuencia de ello.
Así las cosas, Hugo Chávez Frías corre para las elecciones presidenciales y llega al poder en 1998. Lo hizo basando su campaña en una estrategia donde prometió crear los cimientos para fundar una ‘Nueva República’, promoviendo una nueva constitución para reemplazar la vigente, ya que —según él— ésta había sido creada para favorecer a la partidocracia dominante de las últimas décadas. Prometió además que, de llegar al poder, pondría en marcha un paquete de reformas sociales y económicas que en su momento llamó la atención del voto popular, especialmente entre los más pobres, la clase trabajadora y de un amplio sector de la clase media que se sentían decepcionados y afectados por el rápido deterioro de las condiciones de vida de los últimos años.
Aunque las políticas iniciales de Chávez fueron un tanto moderadas, medio capitalistas, algo centro izquierdistas (muy al estilo Lula, de Brasil) y hasta conservadoras desde el punto de vista de la austeridad fiscal, con el correr de los años y a medida que sus ‘asesores’ cubanos se lo plantearan, fue endureciendo su discurso radicalmente hacia la izquierda hasta el punto que hizo cambiar el nombre del país por el de República Socialista Bolivariana de Venezuela y con ello trazó su plan para implementar el Socialismo del Siglo XXI. Chávez no vivió lo suficiente para presenciar el fracaso de su movimiento.
Semanas antes de su muerte, tiró la línea y allanó el camino para designar a Nicolás Maduro como su sucesor. Este ganó las elecciones de 2013 por un estrecho y cuestionado margen y, a pesar de esa realidad, ha gobernado con mano dura sin considerar que la mitad de los venezolanos están en contra de su estilo de gobernar y que probablemente hoy esa cifra se haya multiplicado geométricamente. Y no es para menos. En Venezuela pareciera que el sistema marcha contra la corriente. Mientras la utopía socialista se derrumba en el resto del mundo, Maduro camina seguro hacía ella como si viviera en otro planeta. Lo curioso es que a pesar de que Chávez trató de revivir esa corriente ideológica, hoy totalmente desgastada, Maduro parece desconocer que no tiene el carisma ni el liderazgo de su antecesor para lograrlo. Lo paradójico es que su gobierno está haciendo todo lo contrario.
Hagamos el inventario: Cada día se radicalizan más. La tolerancia es muy escasa. Ya casi no hay justicia social ni las más mínimas garantías de respeto por las libertades ciudadanas. El régimen tiene un absoluto control del Estado y como consecuencia, ya no son capaces de atender las necesidades de sus ciudadanos. Los venezolanos tienen que soportar un clima de inseguridad y de violencia impensable, los índices de pobreza han aumentado, la corrupción es rampante, cada día hay menos alimentos para consumir, el desempleo sigue creciendo, han perdido la capacidad para brindar los servicios médicos básicos que demanda la población y, para rematar, tienen el índice de inflación más alto del mundo. Sencillamente, el régimen ya no es capaz de generar prosperidad y el estado de crispación reinante a motivado a los jóvenes estudiantes a disentir. El movimiento sigue ganando adeptos cada día y todo parece indicar que el pueblo se cansó de vivir en un sistema prácticamente inoperante.
Maduro tiene un discurso desfasado de ataques sistemáticos contra el imperialismo ‘yanqui’ y la derecha opositora a la que llaman fascista. Lo triste de este drama es que en Venezuela mandan los cubanos, pero en el gobierno nadie se atreve a reconocerlo. Son ellos los que controlan los principales estamentos de seguridad para garantizar que puedan seguir recibiendo el tan codiciado petróleo. Sin este, es muy probable que la isla no podría subsistir.
Resulta increíble ver como la Cuba de Raúl ha iniciado un proceso de apertura económica para adecuarse a su nueva realidad, consciente quizá de que ésta, no da espacios para el romanticismo de ideologías utópicas ni mucho menos revolucionarias. Mientras en la isla comienzan a soplar vientos de cambios ‘leves’, en Venezuela el régimen proyecta querer hacer todo lo contrario. Sencillamente parecen desconocer las realidades contemporáneas del mundo de hoy. Nadie tiene la bolita de cristal, pero la cosa no pinta nada bien para nuestra querida Venezuela.
ECONOMISTA