• 21/05/2010 02:00

Panamá: la democracia en ascenso

Es una lamentable regla tácita del periodismo que si un país se porta bien, desaparece de la noticia internacional. Y eso es precisament...

Es una lamentable regla tácita del periodismo que si un país se porta bien, desaparece de la noticia internacional. Y eso es precisamente lo que le pasa a Panamá. El país vive los conflictos naturales, algunos más agudos que otros, de una joven democracia. Pero los vive en un clima de paz, sin mayores sobresaltos que los que causan un diálogo intenso entre el poder y los medios de comunicación y los retos de apuntalar a una nación pequeña y prácticamente recién nacida. Si a Panamá la gobernase un energúmeno, como los que proliferan en otras partes del continente, ocuparía las primeras planas informativas como sucedió en los tiempos de la dictadura militar.

Una clave de la creciente estabilidad política de Panamá es el consenso cada vez mayor entre los panameños de que la democracia, con todos sus defectos e insuficiencias, es inmensamente preferible a la dictadura, de la cual muchos aún tienen fresca memoria. Cualquier duda en este sentido la disipan las frecuentes noticias sobre Manuel Antonio Noriega, el impresentable ex tiranuelo panameño que deambula de país en país y de prisión en prisión, pagando sus cuentas pendientes con la justicia extranjera. Aquí también las tiene. Y son incluso más graves, porque incluyen cargos de asesinato y torturas. Pero es un secreto a voces entre los panameños que ningún gobierno democrático, ni siquiera los del Partido Revolucionario Democrático en el que militara, se ha esmerado en reclamar a Noriega, símbolo no solo de un gobierno prepotente, abusador y corrupto, sino de la humillación general que significó la invasión norteamericana que finalmente le depuso.

En las democracias jóvenes el periodismo suele compensar con inusitado celo y agresividad por los años de censura y maltratos. Así ocurre hoy en Panamá, donde hasta los medios serios a veces tratan con irreverencia a las principales figuras del gobierno, empezando por el presidente. Pero esta misma impetuosidad mantiene saludablemente en jaque al poder que encarna una presidencia que en su forma y conducta, si bien no en su contenido, aún guarda vestigios de la dictadura. Gracias al trabajo abnegado e incisivo de los periodistas panameños, todos los líderes electos de la nueva democracia han tenido que responder preguntas sustantivas sobre corrupción administrativa, tráfico de influencia y nepotismo. Uno de ellos, Ernesto Pérez Balladares, alias “ El Toro ”, se ha visto acorralado por un proceso judicial que dura ya casi un año.

La embajadora de Estados Unidos en Panamá, Barbara Stephenson, una mujer inteligente y discreta, rehúsa comentarme sobre corrupción en el gobierno. Cree que sus observaciones no aportarían nada a las buenas relaciones entre ambos países. Pero me expresa preocupación por la inseguridad que en el país generan las bandas de delincuentes al servicio del narcotráfico internacional, cuyos clientes principales se hallan precisamente en Estados Unidos y Europa. Su inquietud la comparten muchos panameños que en programas de radio y televisión y en los diarios reclaman a viva voz mejor protección al Estado. Panamá es uno de esos países que, como Colombia y México, probablemente se beneficiarían de un plan coordinado y audaz de despenalización de drogas. Pero ya se sabe que esta alternativa es políticamente incorrecta para los líderes regionales.

Además de la inseguridad y la corrupción, el otro gran problema pendiente de Panamá son las persistentes desigualdades entre ricos y pobres, aunque en la capital, donde vive la mitad de la población, abundan las señales de una emergente clase media —urbanizaciones nuevas, flamantes centros comerciales, abundante tráfico de vehículos— muestra inequívoca de una alentadora movilidad social. Colegas amigos y un sociólogo opinan que la brecha entre ricos y pobres se reduciría recortando la enorme burocracia y usando esos fondos para aumentar la inversión social. Una proyectada y espectacular ampliación del Canal de Panamá, auténtica maravilla del mundo, le proporcionará al Estado mayores recursos para perseguir este objetivo fundamental a partir del 2014. Durante el estreno del tercer juego de esclusas del Canal, Panamá volverá a situarse por unos días en la palestra informativa. Luego se alejará de ella, como inevitablemente sucede con las democracias en ascenso en nuestro atribulado hemisferio.

*Columnista de El Nuevo Herald.opinion@laestrella.com.pa

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