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- 23/11/2022 00:00
Podredumbre
La historia cuenta que las elecciones de 1968 fueron de las más sucias de la historia de Panamá. Y eso es decir mucho.
Desde 1903 nuestros procesos electorales han sido poco lo que han tenido de transparencia y legalidad. Los políticos del patio, a inicios de la República, con el objetivo de preservar sus intereses, hasta propiciaban intervenciones del ejército norteamericano.
Insultos, descalificaciones, calumnias, intromisiones en la vida personal, ataques a emisoras, robo de urnas, violencia con los llamados pie de guerra, compra de votos. Todo eso se constituyó en la marca de los explosivos comicios del 68, donde los resultados tardaron en conocerse hasta dos meses después de las elecciones.
En fin, una contienda donde la disputa por el poder de las clases dominantes, divididos entre los liberales, gobernando, y Arnulfo Arias, apoyado con algunos de sus antiguos enemigos de la oligarquía, llegó a tales extremos que motivaron el golpe de Estado de ese año, donde los militares, garantes hasta ese momento de la estabilidad de los poderosos, decidieron tomar el control para supuestamente poner orden en el desastre institucional que vivíamos, desembocando en 21 años de dictadura.
2024 anticipa algo parecido o peor. Lo vemos en los “auxilios económicos” que reciben diputados del Ifarhu para familiares y allegados. Lo percibimos en videos, quizás de vieja data, en donde dos conocidos políticos –de signo contrario- mantienen estrechas relaciones. Nadie me quita de la cabeza que “esas informaciones” provienen de gente dentro del mismo PRD, tratando de quitar del camino a quienes adversan a quienes hoy creen tener el control de ese desprestigiado partido. Vendrán muchas más, aún a 12 meses para que inicie el proceso electoral.
El PRD, fuera de la papa por dos períodos consecutivos, hará lo que esté a su alcance para quedarse. Lo vemos en el escándalo de la Unachi, en lo que descaradamente hacen en la Asamblea y en el exagerado endeudamiento que crece en el país, previendo tener dinero disponible para aceitar la campaña del 2024, como probablemente usarán los más de 500 millones adicionales que dará el Canal de Panamá, con el cuento de adquirir tierras públicas necesarias para su operación. Igual quiso hacer Martinelli en 2014, cuando con Mimito Arias, favorito a lo largo de la campaña, pensaba gobernar en el poder tras bambalinas, con lo cual pasarían por alto sus tropelías.
Burlándose de todos, la Corte Suprema nombró a un magistrado afín al PRD en el Tribunal Electoral, que es de esperar resulte como el anterior que tuvieron allí (Erasmo Pinilla) que nombró a su extensa parentela.
Al inicio del Gobierno, Juan Carlos Varela, pensando que Ricardo Martinelli buscaría entorpecer su gestión a través de los diputados, pactó con el PRD. Emprendió una campaña contra la corrupción del Gobierno anterior, ignorando lo que sabía de Martín Torrijos, de repente como parte del pacto hecho con sus supuestos adversarios.
Ese arreglo llegó hasta el punto de financiar con descaro la elección en 2015 del diputado Pedro Miguel González como secretario general del PRD frente al expresidente Ernesto Pérez Balladares, con quien Varela veía más difícil entenderse. Además de nombrar a esposas de diputados como embajadoras, Varela facilitó que el PRD tuviera por dos periodos consecutivos la presidencia de la Asamblea, tiempo en el que Rubén de León –actual secretario general PRD- se convirtió en potentado ganadero.
Acercándose las elecciones de 2019, por un escaso margen, el PRD le ganó a Rómulo Roux de Cambio Democrático y el electorado no percibió que ninguna de esas dos fuerzas era opositora. Durante estos últimos tres años, el PRD ha tratado de aplicar aquello de divide y triunfarás, hecho confirmado cuando en la Asamblea no hay voces opositoras.
En este panorama confuso solo cabe una opción y pasa por fomentar el cambio necesario que le urge al país: la unión de todos los panameños decentes y auténticamente democráticos. La unión, más que entre personas, alrededor de un programa de aspiraciones mínimas para afrontar los tantos problemas que tiene el país en desigualdad, salud, educación, seguridad, justicia y, sobre todo, en la rampante corrupción existente de nuestros gobernantes e inescrupulosos empresarios.
Podemos hacerlo, porque en Panamá los decentes somos más. Faltaría que los tantos que se creen con méritos para ser presidente, a través de partidos de “oposición” o independientes, se percaten de que, solo la unidad de propósitos y no de egoísmos personales en torno a programas comunes, nos facilitará iniciar los profundos cambios que tanto requerimos como Nación para quitar la podredumbre en que cada vez nos hundimos más.