• 06/09/2025 00:00

Quille Vásquez y su inteligencia natural

Panamá. Junio de 1962 en el Colegio Rodolfo Chiari de Aguadulce, Coclé. Antes de cantar el himno nacional de los lunes, el profesor de Religión, Aquiles Quille Vásquez, pasaba revista a su grupo de primer año: bien peinados, uniforme impecable, barbilla alzada, tono audible y vista al frente.

Nativo de Natá de los Caballeros, no tenía el porte y la majestuosidad del general francés Charles de Gaulle, pero inspiraba respeto. Antes de unirse al cuerpo docente, escaneaba con su mirada de halcón a cada uno de sus discípulos y recordaba: “tenemos tarea hoy; ¡no veo a Marco Aurelio!”.

Era tenaz, sobre todo a la hora de inculcar valores morales. Ponía las tareas con la solemnidad de un heraldo real. En una ocasión nos mandó a hacer una buena obra social de fin de semana para entregar el lunes.

Llegado el día, revisaba los deberes en medio de un silencio sepulcral. Una sonrisita marca diminutos surcos en las mejillas, signo de que venía la reprimenda. “¡Dios santo!”, exclamó al ver la cantidad de ancianas que habíamos cruzado por las calles de Aguadulce, El Roble, Pocrí y El Cristo.

Hubo otros amagos de buenas acciones, como bajar gatos de árboles, fregar platos y brindar agua a los peones que socolaban los potreros de la región. Dos tareas le llamaron la atención: la de Hilario Quesada y la de Marisol Batista.

Como ese día estaba regalón, le concedió mención honorífica a la buena acción de Sacramento Torres. Le había propinado tres palazos al gato de su abuela Chenta cuando intentó echarle garras a Yaco, un loro boquisucio que tenía de burladero un frondoso árbol de marañón.

Sin sacrificio no hay beneficio

Hilario y Marisol pasaron al frente a explicar sus buenas obras. Hilario, un cholito rollizo de El Barrero, contó que el domingo dejó de ir a la matiné del Teatro Aguadulce para dedicarle tiempo al tío Elizondo, quien había quedado paralítico al caerse de un poste de la Fuerza y Luz.

Tío Chondo me narró parte de la Guerra de los Mil Días y las batallas del cerro Vigía. Me habló de cuando rociaba perfume a las empolleradas en los tamboritos, cuando era estibador del puerto de Aguadulce y llenaba de sacos de azúcar las bodegas del barco Unova”, apuntó.

Hilario dejó de ver la película del vaquero Rocky Lane y los episodios de Santo, el enmascarado de plata. Un sacrificio digno de la Cruz de Hierro.

En tanto, Marisol, residente de la legendaria Loma del Pájaro, se encargó de bañar, vestir y dar de comer a sus hermanos para que su madre fuera al barrio San Juan de Dios a plancharle la ropa a la familia Ordóñez. Ella sacrificó el voleibol callejero de los domingos y la serie televisiva de Bonanza, en la casa de Arnoldo De Gracia (hoy un prominente urólogo).

Al profesor no le interesaba acumular notas; la idea era crear conciencia sobre la importancia de ayudar al prójimo. Nos enseñó la filosofía del expresidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt: “La prueba de nuestro progreso no es si nos unimos a la abundancia de quienes tienen más. Es si damos lo suficiente a aquellos que tienen poco”.

A los que para salir del paso inventaron una supuesta buena obra, lo que sería hoy una descarada fake news, el profesor les escribió en el pizarrón un pensamiento de Benjamín Franklin: “La pereza viaja tan despacio que la pobreza no tarda en alcanzarla”.

Al maestro con cariño

Con ejemplos sencillos, con su conducta y sin la mentada inteligencia artificial, el profesor de Religión no perdía oportunidad para moldear nuestro carácter mediante la transformación del yo interior. Como decía el escritor Ernest Hemingway: “El hombre que ha empezado a vivir seriamente por dentro, empieza a vivir más sencillamente por fuera”.

En su clase aprendimos a ser analíticos y a no memorizar. Quille nos asignaba un tema y teníamos que investigarlo. En ese tiempo no existía internet, por lo tanto, recurríamos a las bibliotecas públicas, periódicos y revistas de la época.

Estas sencillas remembranzas dan fe de que el aula de clases es el escenario ideal para la enseñanza y el aprendizaje. Por fortuna, hay muchos docentes comprometidos que no solo dan la milla extra, sino ponen de su bolsillo para que la luz del conocimiento llegue a las nuevas generaciones.

La tecnología digital es versátil para el estudio, entretenimiento y socialización; siempre que padres de familia, docentes y medios de comunicación masiva definan el uso razonable de celulares y redes sociales.

No obstante, nada podrá igualar el compromiso, el calor humano, la responsabilidad e inteligencia natural del docente. Recordemos la afirmación del magnate empresarial de la tecnología digital, Bill Gates:

La tecnología es una herramienta muy útil, pero la verdadera clave para mejorar la educación radica en el maestro”.

Aquel lunes de 1962 no llevé la tarea al profesor Aquiles Vásquez, por lo tanto, en desagravio, le regalo este breve y profundo pensamiento de Rubén Alves, actor, guionista, director de cine franco-portugués: “Enseñar es un ejercicio de inmortalidad”.

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