• 09/04/2023 00:00

Reglas son reglas y hay que cumplirlas

“[...] cuando vivimos y cumplimos las reglas, sentimos una experiencia que nos hace crecer y ser cada día mejores”

Las leyes, los reglamentos, las normas y los principios, ya sean civiles, comerciales, morales, deportivos o de cualquier otro tipo, hay que respetarlos. Ninguna sociedad del mundo podría funcionar bien si sus miembros actuaran cada uno por la libre.

Las leyes son de acceso público y especifican lo que es permitido o no. Sin embargo, las leyes, aunque son generales por naturaleza, pueden ser específicas. Algunas están dirigidas a todos los ciudadanos, sin importar sus circunstancias; la ley contra el robo se aplica a todos. Otros tipos de leyes están dirigidas solo a individuos que cumplen ciertas condiciones; la ley de manipuladores de alimentos obliga a tener un carné blanco de salud.

Pero las leyes deben ser simples y directas para que su propósito se logre de manera clara e inequívoca, sin excepciones. La ley no dice: “no conducir bajo los efectos del alcohol, a menos que se dirija a casa después de salir del bar”. Dice: “no conducir bajo los efectos del alcohol”, punto. La ley tampoco dice nada sobre las particularidades, condiciones, necesidades, deseos, preferencias y circunstancias de las personas. Rico o pobre, bueno o malo conductor, o si es un Ferrari o un automóvil viejo destartalado, una vez usted toma el control del timón y está bajo los efectos del alcohol, ya violó una ley de tránsito.

Pero también la administración de una ley o la aplicación de una regla requieren juicio. No solo basta con conocer la ley; se espera que un policía esté familiarizado con los estatutos que rigen su jurisdicción. Igualmente, un árbitro deportivo debe conocer las reglas de su respectivo deporte para poder emitir juicios rápidos y, a menudo, difíciles en el fragor de la competencia. El objetivo de las leyes es simplificar las cosas para hacerlas más manejables, y su desconocimiento u omisión no exime de su cumplimiento. Más aún, por muy injusta que sea una ley, incumplirla no implica obviar su sanción.

Siempre se ha dicho que el golf es un deporte sencillo con reglas complicadas. Nada mejor para explicar lo anterior que lo sucedido a Roberto De Vicenzo el 14 de abril de 1968, cuando perdió su oportunidad de consagrarse campeón del Torneo Masters, uno de los cuatro más importantes del golf, por un error de anotación de su compañero de juego, Tommy Aaron, que le anotó cuatro golpes en el hoyo 17, en lugar de los tres que hizo para el “birdie”. El público que estuvo allí en Augusta, Georgia, observó y todo el mundo vio por televisión que De Vicenzo hizo tres. Sin duda, una tragedia que no le hace ninguna justicia a la verdad.

Pero las reglas son las reglas. Y las reglas del golf dicen explícitamente que cada jugador debe revisar su tarjeta antes de firmarla y que la anotación que prevalece es la que aparece en la tarjeta. Y la regla, aunque extremadamente injusta, es correcta.

El pobre De Vicenzo no podía creerlo, estaba desconsolado. Pero no fue el error, sino la reacción de De Vicenzo lo que sorprendió a todos en aquella época. Se limitó a pronunciar unas palabras que pasaron a la historia: “qué estúpido soy”. Jamás culpó a Aaron ni reclamó a las autoridades para que no aplicaran el reglamento y así obtener el campeonato.

Años más tarde, De Vicenzo habló a los medios sobre el tema y manifestó que cuando se detectó el error, su respuesta fue muy simple y entre lágrimas dijo: “Las reglas hay que respetarlas. Siempre creí que el único tonto había sido yo y no le podía echar la culpa al otro jugador”. Esa actitud fue lo que terminó abriéndole las puertas y dándole las oportunidades para viajar alrededor del mundo, siempre invitado a los torneos y ganando reconocimientos hasta de sus propios competidores.

El espíritu de respeto a las reglas trasciende siempre, y no solo en el deporte del golf, sino en todos los ámbitos de la vida. Porque si De Vicenzo hubiera dicho que le habían hecho trampa y que su competidor había actuado con mala intención, seguro las cosas no hubieran salido igual y las puertas se les habrían cerrado. Al final, su tragedia ese día en Augusta terminó siendo el mejor error de su vida.

Y así debería suceder cada vez que, por las razones que sean, incumplimos una regla. Definitivamente, debemos tener la madurez de De Vicenzo para entender que las reglas no solo existen para sancionar a los que las incumplen, sino porque nace de nosotros mismos cumplirlas porque es lo correcto.

El juego de golf nunca será sencillo y sus reglas tampoco. Pero, al igual que todo en la vida, cuando vivimos y cumplimos las reglas, sentimos una experiencia que nos hace crecer y ser cada día mejores.

Empresario
Lo Nuevo