• 18/04/2019 02:02

¿Diablito o santito...?

‘[...] corto resumen de lo escrito por nuestro gran historiador Castillero Calvo. Aconsejo su lectura total a aquellos que quieren conocer un caso más de un embaucador ególatra [...]'

¡No! Este artículo no es sobre el tema que se imaginan… ¡Lamento decepcionarlos! Se me ocurrió cuando abrí el último libro escrito por Alfredo Castillero Calvo, insigne y prolífico historiador panameño, quien nos ha regalado con múltiples obras las que, leyéndolas y no poniéndolas de adorno en estanterías o mesas, podemos adentrarnos a nuestro pasado y comprender quiénes somos y de dónde venimos. En esa obra, ‘Antología histórica', encontré de nuevo el enigmático y bizarro personaje ‘Hermano Gonzalo de la Madre de Dios del Rosario', con quien ya había tenido un primer encuentro en el libro mamotreto de mil páginas del mismo autor: ‘Historia urbana de Panamá la Vieja', un estudio laborioso y meticuloso en el que Castillero Calvo describe hasta el último detalle que le ha llegado a sus manos —mobiliario, puertos, casas, calles, barcos, vestidos, personajes, historias, etc.— después de recorrer medio mundo recolectándolos, incluyendo el Archivo de Indias de Sevilla. Es obra imprescindible para todo panameño con algo de curiosidad, que le llamen la atención las piedras y restos de edificios que contemplamos cada vez que recorremos sus linderos bordeados por la vía Cincuentenario. Pocos piensan que en aquel pequeño lugar existió una ciudad pujante por más de 150 años, en la que tuvieron lugar amores, muertes, nacimientos, crímenes, negocios, y tantas otras cosas que suceden en una metrópoli conectada a ultramar por vías marítimas, tanto por el océano Pacífico como por el Atlántico, a través de Portobelo.

Cuando por primera vez leí sobre el hermano Gonzalo, alrededor del 2006, cuando se publicó el libro, las características psicológicas de este individuo enseguida llamaron mi atención.

Poco conocía de la enfermedad psicopática o egocéntrica llevada a sus límites. No había escrito todavía ‘Míster Políticus o el señor de la política', en donde tuve que estudiarla para darle forma a uno de sus personajes, y por ello me sorprendió que un sujeto como aquel tuviera éxito en sus acciones y delitos. Después, cuando comprendí la enfermedad y reconocí a algunos de ellos en personas que me rodeaban, comprendí que aquellos sucesos sí fueron posibles. El expediente entero del juicio de este ‘Hermano' está en Sevilla. Me interesé tanto que pedí una copia fotográfica, la cual tengo guardada en algún rincón de mi biblioteca en su caja redonda de metal.

Era un trotamundos, como lo llama ‘Castillero'. Visitó Veracruz, Guatemala, Nicaragua, Lima, Trujillo y Panamá, entre otros. En cada uno de estos lugares se metió en problemas y le abrieron juicios. Nos concentraremos en lo que sucedió en Panamá. Su modus operandi era vestirse con ropas de monje humildes y proclamar que tenía visiones y que podía ver el futuro. También hablaba de apariciones y milagros. Era un individuo inteligente, astuto y superficialmente agradable, atributos de todos los psicópatas. Además, solo le importaban él y su destino, sin sentir el menor remordimiento por las consecuencias de haber embaucado hasta a conventos de monjas. En aquella época las personas eran religiosas, crédulas, y él, en forma temeraria y magistral, supo aprovecharse de ello. Llegó a ser considerado como santo, y tanto en Panamá como en Lima, según Castillero, las personas ‘recortaron trozos de su hábito para guardarlos como reliquias milagrosas'. Cuando al final lo aprehendieron, le encontraron cosidos en su hábito de ermitaño 1500 doblones de oro.

En Panamá, se dedicó a vivir de dádivas y a anunciar por las plazas y calles el inminente incendio de la ciudad por su falta de fervor religioso y relajadas costumbres morales. Encargó un cuadro de la ciudad presa de un voraz incendio, cuyas llamas encendían demonios parecidos a piratas. En esto acertó. El cuadro fue colocado en el convento de los Franciscanos, quienes lo apoyaron y respaldaron. Pero un año antes Morgan había tomado Portobelo y jurado regresar a quemar a Panamá, por lo que la ‘profecía' tenía sustento real. Fue desterrado a Lima, en donde regresó a sus prácticas de pedir dádivas. Con el saqueo de Panamá, logró el aporte de peruanos, entre ellos iglesias y monjas, y regresó a Panamá cargado de riquezas para ‘reconstruir' la ciudad, solo que se quedó con la mayoría del botín. Ya en Panamá, cuando se decidió mudar la ciudad al nuevo sitio de Ancón, convenció a su presidente, Fernández de Córdoba, de que le donara tierras valiosas para su ‘obra misionera', asunto que nunca prosperó. Además de todo aquello, trataba muy mal a sus sirvientes y esclavos, y tenía fama de pendenciero y haragán.

Finalmente, las autoridades, cansadas de tantas quejas y abusos, no lo toleraron más y lo procesaron. Se le pidieron cuentas por todo el tesoro que había conseguido en Lima para ‘reconstruir la ciudad'; de los objetos litúrgicos de monjas que se le habían entregado para que los custodiara; de la manera que había conseguido decenas de mulas que usaba para el negocio del traslado de mercancías por el Camino de Cruces de un océano al otro, y de los otros negocios que tenía, entre ellos galeras que alquilaba ya donde sería la nueva ciudad. También se ordenó que se estudiara su conocimiento religioso, prueba de la que salió bastante mal. Finalmente, el obispo y presidente interino, Antonio de León, ordenó su arresto, le embargó sus bienes, y le desterró para siempre de Panamá.

Este es un corto resumen de lo escrito por nuestro gran historiador Castillero Calvo. Aconsejo su lectura total a aquellos que quieren conocer un caso más de un embaucador ególatra que se viste de santo, convence a millares, pero que en el fondo es solo un pobre diablito.

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