• 13/02/2019 01:01

Venezuela, la del ‘Socialismo del Siglo XXI'

‘[...] el Gobierno de Maduro perdió el rumbo y su legitimidad, muchas veces como resultado de sus desatinadas acciones [...]'

Con la llegada de Hugo Rafael Chávez Frías al poder en 1999, se inició un proceso de transformación en Venezuela, con una nueva constitución, moderna y balanceada, que abrió nuevos espacios a las principales fuerzas políticas, económicas y sociales del país. No obstante, las viejas aspiraciones del militar golpista y su encantamiento con Fidel Castro y el régimen de Cuba, hicieron que Chávez tomara la vía del populismo, con una mezcla de políticas confusas y contradictorias que lo llevaron a proponer su modelo de ‘Socialismo del Siglo XXI', base de sus errores e improvisaciones.

Antes de morir, el 5 de marzo de 2013, Chávez escogió como su sucesor a Nicolás Maduro, dirigente sindicalista, marxista de formación, forjado en la política dentro del proceso chavista. Maduro fue ratificado como presidente constitucional mediante elecciones populares el 14 de abril de ese mismo año.

La oposición retomó sus esfuerzos para regresar al poder a través de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), una coalición de partidos políticos, bajo la premisa de que ‘una cosa era Chávez y otra Maduro'. La MUD desconoció a Maduro, aduciendo fallas en el proceso y parcialidad en el Consejo Nacional Electoral (CNE). En un ambiente de bravuconería de calle entre el Gobierno y la oposición, el Gobierno detuvo y posteriormente condenó a prisión al dirigente de oposición Leopoldo López, lo cual afectó aún más la posibilidad de un entendimiento político entre las partes.

En el 2015, la MUD ganó 112 de las 167 curules de la Asamblea Nacional, con tan solo un 56 % de los votos, rompiendo así la hegemonía y el control parlamentario de Chávez. Sin hacer reparación alguna a la validez del proceso y la legitimidad de la investidura del CNE, la oposición redobló sus esfuerzos desde la Asamblea Nacional para desestabilizar al Gobierno.

En respuesta, Maduro convocó en 2017 a una Asamblea Constituyente con el objeto de redactar una nueva constitución. El Gobierno, para asegurarse un resultado favorable, procedió a excluir, impedir, descalificar, incluso exiliar, a varios dirigentes de oposición, mermando así la capacidad de la MUD para participar en esos comicios. El diseño de la convocatoria no se plegó a los usuales patrones de representatividad utilizados en estos procesos, y una vez elegidos los constituyentes, estos se declararon depositarios de la voluntad popular con capacidad para dictar medidas de inmediata aplicación, sin que mediara una propuesta de constitución y un referéndum de aprobación del pueblo venezolano, tal como lo exige la Constitución vigente. Ese mismo año hubo elecciones para elegir gobernadores, donde solo cinco de 23 posiciones recayeron en miembros de la MUD.

Presintiendo debilidad y desorganización en la oposición, el Gobierno convocó de manera anticipada a elecciones presidenciales para mayo de 2018. Además de la falta de garantías y la parcialidad del CNE, esos comicios estuvieron marcados por el manejo antojadizo de la normativa electoral, la inhabilitación de candidatos y partidos de oposición, la falta de transparencia y anomalías al momento de emitir los votos.

Sin embargo, fue la legitimidad de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) para intervenir en los procesos electorales, incluyendo la juramentación del ganador, el factor de quiebre de la legitimidad del presidente Maduro y su Gobierno. En una interpretación promovida por la oposición y avalada internacionalmente, la intervención de la ANC sirvió para invalidar la reelección de Maduro y sustentar la elección de Juan Guaidó como presidente provisional de Venezuela, quien hasta el 23 de enero de 2019 fungía como presidente de la Asamblea Nacional en manos de la oposición.

En los últimos tres años, afectado por la situación económica que le ha impedido satisfacer las necesidades básicas de la población, y atosigado por la insistencia de una oposición con el propósito de tomarse el poder, ahora apoyada por los Estados Unidos de América y sus aliados, el Gobierno de Maduro perdió el rumbo y su legitimidad, muchas veces como resultado de sus desatinadas acciones y reacciones frente a una oposición que hasta hace poco se veía dividida, sin discurso, sin apoyo popular, sin propuesta. Así, el Estado populista y benefactor predicado por el ‘Socialismo del Siglo XXI', después de 20 años de triunfos y penurias, llega a su fin, sin oxígeno para respirar y sin espacio para moverse.

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