• 20/04/2019 02:03

Inequidad social y teología cristiana de la pobreza

‘[...] destacadas organizaciones de intelectuales, coinciden en que se tienen que aplicar medidas para regular la economía mundial [...]'

En estos días que la cultura cristiana invita a reflexiones profundas de nuestra existencia en la sociedad que vivimos, nuestros estudiantes manifestaban su inquietud frente al tema de cómo superar la desigualdad social y los factores que inhiben el desarrollo sostenible, especialmente por el hecho de que a la postre, el ejercicio médico, de las Ciencias Sociales u otro, se encuentra con una especie de paradoja que da la sensación de arar en el desierto, de no alcanzar una auténtica equidad social y sus sostenibilidad ambiental, al no superar las verdaderas causas de la pobreza, cual castigo de Sísifo.

Algunos, mostraban indignación cuando conocimos que, entre el 2007 y 2017, la productividad de los trabajadores —generando riqueza material en Panamá— había aumentado 45.8 %, frente a que nuestros salarios reales solamente habían crecido 24 %. Sin duda, un mecanismo ampliador de la brecha entre ricos y pobres.

Pero la indignación no provenía tanto de la aplicación de este mecanismo de inequidad, sino de que los apologistas de la élite benefactora de tales desigualdades, como el presidente del Conep, llegó a afirmar que ‘la productividad no ha crecido al ritmo adecuado y anda por debajo de lo que se necesita para ser realmente competitivo a nivel internacional...' (25 de marzo 2019). En otras palabras, no es viable la distribución de los panes, porque la clase trabajadora (jornaleros, obreros cualificados y no cualificados, técnicos y profesionales) tiene que generar mucho más riqueza para que se le tome en cuenta quizá, en una eventual distribución... por ahora, la mayor parte de los panes multiplicados será para las élites.

En este tema de las desigualdades sociales —por cierto esquivada olímpicamente por casi todos los candidatos presidenciales— destacadas organizaciones de intelectuales, coinciden en que se tienen que aplicar medidas para regular la economía mundial, tales como un impuesto progresivo global al capital, en forma concreta a la riqueza, junto con una profunda transparencia de las finanzas internacionales.

Es decir, establecer un sistema tributario de carácter progresivo —que aporten más los que se apropian de más riquezas— junto a la eliminación de los llamados ‘paraísos fiscales' —EUA, Suiza, Luxemburgo, Islas Caimán, Singapur, Hong Kong... y Panamá—, ya que, según el Financial Secrecy Index, que mide los flujos financieros ilícitos, allí reposan riquezas evadidas de los fiscos nacionales de ¡entre 21 y 32 TRILLONES de dólares!

‘El papa Francisco lo explicó [...], cuando afirmaba que: ‘La pobreza cristiana es que yo doy de lo mío y no de lo superfluo [...]' [...]'

Por supuesto que estos honorables poseedores de tamañas riquezas, buena parte de ellas expoliadas a través de los mecanismos que justificaba el presidente del Conep, jamás estarán de acuerdo con medidas que, en términos evangélicos, no es otra cosa que la multiplicación de los panes, pero para ser distribuidos, no como la entienden ellos, para ser apropiados por unos pocos.

El papa Francisco lo explicó diáfanamente en su homilía del 16 de junio de 2015, cuando afirmaba que: ‘La pobreza cristiana es que yo doy de lo mío y no de lo superfluo, incluso de lo necesario al pobre, porque sé que él me enriquece. ¿Y por qué me enriquece el pobre? Porque Jesús ha dicho que Él mismo está en el pobre'.

‘Esta es la teología de la pobreza —siguió diciendo este extraordinario pastor— por esto la pobreza está en el centro del Evangelio; no es una ideología. Es precisamente este misterio, el misterio de Cristo, que se ha abajado, se ha humillado, se ha empobrecido para enriquecernos. Así se comprende por qué la primera de las Bienaventuranzas es: ‘Bienaventurados los pobres de espíritu'.

En definitiva, con la aplicación de esta teología, se entiende por qué este mismo papa hace algunas semanas atrás manifestó que cuando habla de la pobreza o de los pobres, los poderosos del mundo lo muestran con una cara afable; pero cuando habla de las causas reales de la pobreza —que tienen que ver con los mecanismos de la inequidad y las formas de explotación social— lo muestran, lo acusan, de comunista.

Lo irónico es que, muchos de los que son benefactores de los mecanismos de la ampliación de la brecha entre ricos y pobres, son asiduos activistas de las iglesias cristianas de mayor afiliación —católicas y no católicas—, pero a su vez, resultan ser los más rabiosos agresores de esta teología de la pobreza enunciada por el papa Francisco y por las más prominentes autoridades de alta solvencia intelectual y moral que hemos conocido en los últimos siglos.

¡Felices Pascuas!

SOCIÓLOGO Y DOCENTE DE LA UP.

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