• 06/08/2022 00:00

Soluciones en tiempo de colera

Las causas de la protesta de los movimientos populares son legítimas, justificadas y hasta razonables en cierta medida. No obstante, no somos indiferentes al hambre, miseria, desesperanza, la rotura de la escalera social, una fractura social que crece, la exclusión de los desfavorecidos

Es difícil ser independiente y moderado frente al radicalismo de unos y otros o el oportunismo de quien gobierna. Encontrar soluciones en tiempos de ira y desconfianza resulta ingrato y gana fácilmente enemistades. La clase empresarial y popular deberían aliarse frente al actual gobierno. Ambos sectores, por su sectarismo, están cayendo en la trampa.

El diagnóstico actual es perverso. Por un lado, tenemos a un gobierno deslegitimado, sin credibilidad y con un líder ausente y anodino, cuyo objetivo es seguir en el poder. Su metodología ha sido la de atizar los odios y desconfianzas, para que nadie les recuerde: “la lucha de los opuestos, los deja gobernar”, para aparecer con responsabilidad disminuida. La responsabilidad de los gobiernos anteriores, sumada a la del actual, solo puede ser comprendida dentro del contexto del abandono de deberes, el clientelismo y la corrupción.

En cuanto al movimiento popular, este ha terminado siendo sectario y excluyente. La definición de pueblo (del latín populus) que designa la población de un país, o localidad, queda reducido a los humildes, descartando que, en Política (con P mayúscula), pueblo son todas las personas que forman parte del Estado, sin distinciones de raza, sexo, religión, nivel económico o social. Por consiguiente, debiendo representar a todos, se limitan a una categoría específica de ese pueblo. El matiz ideológico los condiciona y la posibilidad de crear puentes es inexistente.

Analizar al movimiento popular es complejo. Se corre el riesgo de ganarse una etiqueta. Sus métodos de lucha comienzan a generar malestar entre simpatizantes, moderados y opositores.

No obstante, las causas de la protesta son legítimas, justificadas y hasta razonables en cierta medida. No soy de izquierda, pero no podemos negar la existencia de hambre, miseria, desesperanza, la rotura de la escalera social, una fractura social que crece, la exclusión de los desfavorecidos. Esto no es un invento.

Por tanto, la cólera de los excluidos es entendible frente al despilfarro, la corrupción y los abusos del poder. Mucho se habla de la redistribución de la riqueza, sin entender lo que significa y cómo lograrla (El Engaño Populista). No podemos seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes. Muchos quieren vivir en Suiza, sin construir ese lugar. Sobre todo, faltan los suizos. Para ello debemos comenzar por hacer a los panameños suizos y ciudadanos de ese mundo que se sueña.

Por parte del poder económico o del empresariado, la situación no es mejor. El Modelo Económico actual ha servido para generar riqueza, pero su concentración y la pauperización de la población ha sido en directa proporción. La economía nacional de hoy se parece a una economía precapitalista del siglo XIX y no a una economía neoliberal del siglo XXI.

Este sector, que aparece en mejores condiciones, se siente amenazado y reacciona. Esto es entendible. Pero es incapaz de generar acuerdos por sus miedos y propias culpas. La preservación del status quo parece su mayor preocupación.

La clase empresarial y los gobiernos “democráticos”, consciente o no, han permitido que la fractura social se incremente. Muestra de ello es la destrucción de la educación nacional (L'Education Postmoderne), que ha creado una división casi insalvable entre educación pública vs. privada, y en esta última, según el costo de la matrícula, la ubicación de la escuela y el monto de la “donación”.

Finalmente, debemos considerar que, salvo casos excepcionales, nuestra clase empresarial no es precisamente ilustrada, ni nacionalista, ni democrática, donde el éxito se mide por el volumen del acumulado o el apellido.

Nuestro gobierno, en sobrevivencia, ha decidido explotar las contradicciones y los rencores de unos y otros. Al latente racismo y clasismo, el gobierno ha sumado el arma del anticomunismo (El Anticomunismo Moderno), del desgaste, del miedo a la rebelión de las masas (ver Ortega Y Gasset), de la intransigencia y del silencio cómplice.

Por lo tanto, los ciudadanos libres y responsables debemos reconstruir nuestro país, sobre bases firmes que permitan reducir la fractura social, eliminar la exclusión y restablecer la escalera social basada en méritos. Los subsidios y el control de precio no son una vía permanente viable. Debemos fortalecer el Estado de Derecho, la libertad económica y la libre competencia, la creatividad y el desarrollo humano.

Así mismo, la mejora de los servicios públicos debe ser una prioridad, especialmente en cuanto a salud, seguridad, justicia y, sobre todo, en educación. La educación pública, libre y gratuita, es una idea revolucionaria de los liberales de principio de siglo XX que no ha pasado de moda.

Pero nada de las aspiraciones anteriores se podrá concretar si no hay una lucha frontal contra la corrupción, el despilfarro, el tráfico de influencias, el clientelismo, por la democratización del país, y la reconstrucción de la administración de justicia. Para todo esto necesitamos Refundar el país y la nación.

Abogado
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