• 06/09/2023 10:02

El ‘Trommelfeuer’ y la neurosis de guerra

'A finales de 1915, el Consejo del Ejército, en Londres, por primera vez reconoció oficialmente la existencia de una zona intermedia entre la cobardía y la neurosis', Sánchez, 2017

“Es imposible captar en palabras esta experiencia pero todo aquel que la ha vivido sabe a lo que me refiero. Tal vez la mejor manera de describirla sea decir que es como un terremoto prolongado y violento, mezclado con rayos y truenos, al mismo tiempo que un estúpido gigante se divierte disparando cientos de fogonazos” (Diario del Teniente de Ingenieros ruso Andrei Lobanov-Rostovski, 1916, citado por Englund, 2011).

Es la descripción de una situación bélica propia de la Gran Guerra (1914-1918), el temido “fuego nutrido” (en alemán, Trommelfeuer, fuego de tambor) que, entre el ejército británico, generó traumas sicológicos en el 10% de los oficiales y el 3% de la tropa (Shepard, 2011, citado por Sánchez, 2017). En su afán por entender esas reacciones frente al fragor de la batalla, los médicos militares acuñaron el término “Shell-shock” vinculándolo al origen del trauma, las numerosas horas que los soldados pasaban bajo nuevo enemigo. “No se trataban de daños físicos en los cuerpos, sino de trastornos emocionales y neurológicos provocados por el horror de la guerra” (Sánchez, 2017).

Distinguir entre la pusilanimidad del combatiente y el trauma generado por la lucha fue muy difícil para muchos de los ejércitos en liza. Miles de los casos fueron identificados como “cobardía” y los inculpados fueron pasados por las armas. Los médicos militares se preguntaban -para evitar esos procesos sumarios e irracionales fusilamientos- cómo organizar la clasificación de soldados doblemente heridos (física y emocionalmente) y la de aquellos que sólo estaban afectados del sistema nervioso.

“A finales de 1915, el Consejo del Ejército, en Londres, por primera vez reconoció oficialmente la existencia de una zona intermedia entre la cobardía y la neurosis” (Sánchez, 2017). La necesidad de clasificar a miles de heridos llevó a los servicios sanitarios militares británicos a soluciones imaginativas (como la de añadir una “W” -de “wound”, herido- en los expedientes de “Shell-Shock”) que solo aumentaron la confusión.

Un caso notable fue la experiencia del joven Robert Graves -más tarde autor de la famosa novela histórica “Yo Claudio”-, quien a sus 19 años se alistó en el regimiento de los Royal Welsh Fusiliers. “De esta experiencia bélica, Graves relatará en su libro ‘Adiós a todo eso’ (2009) cómo fueron afectados sus sentidos y sus percepciones de la realidad”.

Mientras tanto, las bajas siquiátricas masivas seguían siendo una constante después de cada ofensiva por lo que el médico Samuel Myers “identificó tres elementos esenciales en el tratamiento de la neurosis de guerra: ‘la rapidez de acción, el medio ambiente adecuado y las medidas psicoterapéuticas’ e intentó impulsar unidades médicas especializadas que, cuando aparecieron, siempre fueron escasas” (Sánchez, 2017). Los alemanes Andree y Knoblauch hicieron las primeras “tablas de clasificación para los varones histéricos y para los traumatizados por la guerra” (Didi-Huberman, 2007, citado por Sánchez, 2017). Esas tablas, copiadas después por los británicos, serían de suma utilidad para identificar padecimientos mentales concretos que librarían a muchos soldados del epíteto de “desertor”, “cobarde” o “demente”.

Durante el conflicto mundial varios directores de cine fueron llamados a filmar material de propaganda bélica a favor de los aliados, sin embargo, fueron los franceses los que llevaron sus cámaras a los hospitales de campaña y a los centros de rehabilitación. Las imágenes reproducían con total crudeza lo que acontecía, no perseguían ser filmaciones antibélicas pero para evitar minar el esfuerzo de guerra, las autoridades las censuraron y aparecieron después de 1919. Casi cien años después, el Centro de Bellas Artes de Tenerife presentó un consolidado de las imágenes de los archivos europeos EYE Film (Holanda), Cinemathèque Royale (Bélgica), Deutsche Kinemathek (Alemania), Centre National de la Cinematographie (Francia), Nasjonalbiblioteket (Oslo – Noruega), Det Danske Filminstitutet (Dinamarca), Imperial War Museum (Reino Unido), Národní Filmový Archiv (República Checa), Österreischisches Filmmuseum (Austria) y Fondazione Cineteca Italiana (Italia), lo que evidencia la bastedad de los padecimientos mentales de miles de soldados.

La relación entre historia y cine se ha planteado desde tres grandes puntos de vista, el primero como elemento de análisis en la investigación de su propia historia (Historia del cine), el segundo como documento para producir discursos históricos (el cine como fuente) y el tercero como recurso didáctico que apoye la enseñanza de la historia. Estos puntos de vista no son excluyentes (Amador, 1996, citado por Rodríguez & Corrales, 2015) y fueron útiles para llevar a la pantalla los primeros registros fílmicos -y más tarde las primeras películas europeas sobre temas bélico-sicológicos- de la “Shell-shock” o “neurosis de guerra” generados masivamente por la Gran Guerra.

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