El objetivo principal de este equipo interinstitucional, según el Ejecutivo, será gestionar la crisis social y laboral que enfrenta la provincia

Crecemos gran parte de nuestra infancia escuchando a nuestros padres o a los adultos en general decir: “cuando tengas tus hijos lo entenderás”, “cuando tengas tus hijos sabrás lo que se siente”, y así nos fuimos. Y vaya, vaya que tenían razón. De joven uno tiende, en algunos casos, a menospreciar la sabiduría de los adultos y de nuestros padres. Uno da por sentado todo el tiempo, esfuerzo, cariño, energía y comprensión que nos dedican, porque algunos tuvimos el lujo de no conocer la ausencia de esos atributos y sentimientos. Algunos tuvimos el lujo de tener padres, hermanos, abuelos, tíos, tías, de sangre y políticos, que nos regalaron un pedazo de esas características durante nuestro intercambio terrenal. Algunos simplemente dábamos eso por sentado, y en la infancia hasta expresábamos cosas como: “para eso me tuvieron, ¿no?”.
Pero, cuando crecemos, aprendemos más sobre la realidad del mundo, sus fondos y sus formas, independiente de que continuemos, viviremos y moriremos nadando las aguas de la ignorancia, vemos que ese sería el deseo de una cantidad impresionante de personas en el mundo. Y así, de repente nos sentimos tocados por Dios.
Y luego, tenemos hijos, y los vemos día a día crecer, entendemos la responsabilidad que conllevan, lo que demandan y lo que nos enseñan. Aunque sean chicos y no tengamos una vida completa de experiencia paternal, el amor, respeto y admiración que algunos tenemos por nuestros padres se multiplica de forma exponencial posterior a su nacimiento y crecimiento. Y eso es mucho que decir cuando la base sobre la que se multiplica ese crecimiento, ya de por sí, era altísima.
Dentro de los distintos tipos de amor que existen, los hijos representan el vínculo de amor más profundo que puede existir. Y a la vez el más retador. Porque tu emoción te invita a prepararlos gratuitamente al fracaso a través del consentimiento, pero tu razón te guía hacia la crianza que sabes que les permitirá desarrollar un estado mental que les ayude a navegar un mundo lleno de retos y maldades, pero a la vez de oportunidades y bondades. Con sus respectivas imperfecciones, por supuesto, pero con las mejores de las intenciones, y el eterno acompañamiento, en lo físico, moral y espiritual.
Es tan, pero tan grande este amor, que, en momentos de dificultad, discrepancia y retos, invita a los adultos al consenso, cuando en su ausencia, otros caminos podrían ser más fáciles. Por eso siempre he pensado que no hay fuerza más grande que el amor. Es una fuerza que une y promueve la razón, hasta en las situaciones más retadoras.
No imagino haber iniciado este camino en ausencia de un modelo a seguir. Y admiro mucho a los que, a pesar de esa ausencia, dan lo mejor de sí en este proceso cada día. También a los que salen todos los días a trabajar para sembrar esa semilla desde la infancia, en la que el amor no solo se transmite en abrazos y besos, sino en el sacrificio y el ejemplo vivo de autodeterminación y superación tanto personal como profesional.
Recuerdo a mi padre muchos años trabajando de 8:00 a.m. a 10:00 p.m., evidentemente ausente en muchas ocasiones, y a mi madre, adicional a su exigente y distante trabajo, administrando nuestro hogar, con tres hijos, tareas, comidas, entre muchas cosas. Un dúo dinámico que supo balancear la ausencia y la presencia, el positivo y el negativo, como un equipo, de forma magistral.
Siempre me pregunto, y ahora que veo a mi esposa, ¿cómo hacen las madres? Mi esposa es más inteligente que yo, es más fuerte que yo, es más capaz que yo, es mejor padre que yo, es una gran líder, administra el hogar, tiene un trabajo muy demandante, coordina la agenda de nuestras hijas, no se le olvida un regalo de cumpleaños de nadie. Es impresionante. ¡Menos mal que son el sexo débil! Pero me llena de orgullo y satisfacción saber que mis hijas tendrán un modelo a seguir femenino, como yo lo tuve masculino. Es decir, un punto de partida como guía.
Un punto de partida hacia el triunfo, moral, espiritual, y por qué no, económico. Un punto de partida hacia la paz interior.