Los capturados fueron ubicados en la comarca Ngäbe-Buglé, las provincias de Veraguas, Los Santos y Panamá
Al terminar un período escolar, es momento propicio para hacer las evaluaciones y analizar qué pasó con la educación en nuestro país. Y lo primero que hay que señalar es que a muchos niños no les gusta leer. Dicen que es aburrido. Preferirían pasar su tiempo haciendo cosas en su teléfono móvil o “tableta”. No es que no sepan leer bien. Ellos pueden. Son niños inteligentes y excepcionalmente creativos. Simplemente no les gusta leer y sé que no están solos. Entiendo que los jóvenes reciben micro dosis de dopamina durante horas y horas, y que encontrar algo más estimulante que conectarse en línea es una tarea difícil. Aun así, si no lo intentamos, estamos condenando a las futuras generaciones a la mazmorra del analfabetismo.
Mis padres siempre estaban leyendo algo. Mery tenía sus “Vanidades” y “Selecciones” en la mesa de la cocina. Melena siempre llevaba su fiel periódico al baño para leer y tenía en su mesita de noche numerosas revistas y libros. Durante las salidas a la farmacia o supermercado, podías encontrarlo siempre en la sección de libros mientras los demás compraban lo que estuviera en su lista.
Definitivamente, en mi casa como muchas otras siempre hubo material de lectura. Recuerdo las enormes estanterías llenas de revistas de colección del National Geographic. Uno de los acontecimientos más importantes de la vida de muchos niños fue cuando sus mamás compraban enciclopedias. Durante el tiempo libre, cuando los niños ahora juegan videojuegos, antes leían artículos diversos de las enciclopedias, libros, revistas y periódicos.
Nos gustaba leer porque permitía aprender de todo. En retrospectiva, la lectura de ese entonces tenía un propósito. Cuando llegamos a la escuela secundaria, sentimos orgullo al obtener nuestro primer carnet de biblioteca. En aquel entonces, las bibliotecas tenían un tarjetero con fichas cuadriculadas de cartulina 3” x 5” donde el bibliotecario sellaba la fecha en que se tomaba prestado un libro y la fecha en que se devolvía. Recuerdo que mi carnet siempre tenía por lo menos de cuatro a seis libros prestados, y nunca pasé de la fecha para su retorno, tratando siempre de leerlos todos.
Sin embargo, el pasatiempo de leer no se limitaba únicamente a sacar libros de la biblioteca y pedirlos prestados a los amigos. Los padres estaban más que dispuestos a comprar libros a sus hijos cuando se los pedían. Incluso muchos regalos de Navidad y cumpleaños eran libros. Y no sólo compraban los libros, sino que también de vez en cuando regalaban una lámpara de luz blanca para las mesitas de noche para que pudiéramos leer antes de dormir. No es exageración, pero muchas veces me desperté en medio de la noche con la luz aún encendida y el libro abierto sobre el pecho.
Cuando mis hijos nacieron, una de las cosas que más les gustaba era que les leyeran libros. Y cuando tuvieron edad suficiente para leer, hice lo mismo que mis padres y los llevaba a las bibliotecas públicas, en este caso las de Clayton y Albrook cuando aún existían las instalaciones militares estadounidenses en Panamá. Y también les saqué sus carnets para que pudieran pedir prestados libros. Además, durante los viajes, no había nada más divertido que ir a un Barnes & Nobles o Borders, y quedarnos allí horas. Más tarde, cuando salieron las series de Harry Potter y Crepúsculo, mi esposa Enna era la que se los llevaba y hacían fila de horas para obtener su ejemplar y comenzar a leer enseguida.
El hábito de la lectura se enseña de generación a generación. Como nos dijo Mery una vez sentados los cinco hermanos en la mesa principal de la casa: “la educación que les hemos dado es el dinero mejor invertido; asegúrense de hacer lo mismo con sus hijos y nietos”. Por eso, siempre he tratado de estar a la altura de ese consejo, y al pasar esa tradición a mis tres hijos, yo esperaría que ellos igualmente se la pasen a mis nietos. Solo así habré devuelto a mis padres al menos un poco de lo que me dieron.
Al preguntarnos entonces como sociedad y país, qué se requiere para mejorar la educación de los estudiantes, lo fundamental y primero es que aprendan a leer. En ese sentido, como padres estamos obligados a inculcar desde el hogar el hábito de la lectura. Solamente así, dejando que nuestros hijos nos vean leer, teniendo material de lectura en casa, llevándolos a la biblioteca, comprándoles libros y, sobre todo, mostrándoles interés en la lectura, pondremos la rueda del aprendizaje a girar. Y créanme, esto es algo muy fácil y que no requiere pensar mucho: así criaron mis abuelos a mis padres, así criaron mis padres a sus hijos y así crié yo a los míos. Y así es como debe ser para crear un mundo de más lectores y de estudiantes que quieran aprender.