• 20/12/2021 00:00

Victoriano Lorenzo Troya (1867-1903) (2)

“Panameños como él siempre renacerán de la sierra y la sabana, del monte y las aldeas, de la ciudad y del campo como emblemas de nacionalidad; […]”

Lo acaecido con Victoriano demuestra que, a finales del siglo XIX e inicios del XX, los principios doctrinarios de la Ilustración todavía no habían echado raíces, como ya queda dicho. El hombre del campo seguía siendo el ente cultural a quien calificarían despectivamente de orejano, campesino, “patirrajao”, “del otro lado del puente”, manuto y cholo. Vocablos con los cuales se quiere establecer muros, separar, excluir, decirnos que somos “los otros”; que está muy bien que la cornucopia vierta sus riquezas hacia un lado, el de la abundancia, mientras a los demás, a la mayoría, le corresponde el papel de gato ñarriando (maullando) para que le entreguen el mendrugo de la opípara mesa del potentado, del amo.

Las luchas victorianas tienen un hondo significado y no se agotan en la disputa de los mestizados indígenas del área comarcal de Coclé. Sin saberlo, aunque sentido en la boca del estómago, Victoriano luchaba contra la herencia de personajes coloniales, como en el caso de Víctor De la Guardia y Ayala, quien escribe, en el siglo XIX, la primera obra de teatro istmeña de la que se tiene noticia (La política del mundo), pero que también fue un gamonal penonomeño de lo más ruin y abyecto, individuo que se apropiaba de la tierra del campesino y que era enemigo acérrimo de Francisco Gómez Miró y Domínguez de Lara, el ideólogo interiorano de la independencia de Panamá de España.

Puedo afirmar, sin el más mínimo temor a equivocarme, que la historia del Istmo puede ser estudiada al repasar la vida de Victoriano Lorenzo Troya. Ella refleja, como en un espejo, las causas internas y externas, las contradicciones de un país cuya mayor tragedia ha sido, paradójicamente, su posición estratégica. La vida del general coclesano es la del íngrimo hombre del campo que vive sometido a estructuras sociales y su vínculo con familias dominantes, casi siempre ubicadas en los pueblos principales, desde donde ejercen su hegemonía y control social y cultural. Tanto ha sido así, que hasta hace poco las bancas en los templos llevaban sus nombres y apellidos y ellos podían ser sepultados a la sombra del templo bajo el señalamiento de “cruz alta”. Los demás aparecen en los archivos parroquiales inhumados de “limosna” y algunos bajo el rubro de “cruz chica”.

En estas tierras de Victoriano, tan próximas al canal interoceánico que se construye luego de su alevosa muerte, una transnacional minera se apropia de las riquezas del istmeño, saquea los recursos que nos pertenecen, mientras a los descendientes de Victoriano les queda el ejercer de peones, al mismo tiempo que se destruye el legado ambiental en el mismo corazón de la patria mancillada. La tierra coclesana corre similar suerte a la Reserva Indígena creada por Porras, territorio del cual los descendientes de Victoriano apenas si se han beneficiado, comarca que la angurria por la tierra logró cercar y convertirla en haciendas particulares.

De lo dicho se colige que, en el siglo XXI y más allá, la nación no puede darse el lujo de olvidar a los verdaderos héroes, aquellos que con sus actos honran el andar de un pequeño país en la cintura ístmica americana. La república, a la cual destacó José Franco en su PANAMÁ DEFENDIDA, la misma de Francisco Changmarín en EL GUERRILLERO TRANSPARENTE, necesita que las nuevas generaciones dejen de ser, al decir de Ortega y Gasset, “el señorito satisfecho”. Y esa aspiración solo será posible cuando la educación panameña, transformada en sus raíces, les muestre a las figuras cimeras de la nacionalidad, para que los héroes televisivos den paso a Justo Arosemena, Belisario Porras Barahona, Pedro Goitía Meléndez, Octavio Méndez Pereira, Victoriano Lorenzo Troya y toda una pléyade de istmeños que sería largo enumerar.

La tarea es extensa y llena de obstáculos, pero nada que no pueda ser superado con organización y liderazgo ilustrado. Tenemos que rescatar a nuestros prohombres y a nuestras epopeyas, como la emprendida por los panameños en un día como hoy, el 12 de diciembre de 1947, mediante el liderazgo de la Federación de Estudiantes de Panamá y el Frente Patriótico de la Juventud, cuando la nación de Victoriano se opuso a la permanencia de bases militares y demostró, con hechos, en dónde radica el poder originario.

Y hoy estamos aquí, en Cabuya de Chame, la tierra de Diana Morán Garay (1929-1987) y su SOBERANA PRESENCIA DE LA PATRIA. La cabuyana que, en 1964, escribió en ese memorable poema patriótico:

“¿Quién me pide que sufra, que suframos de amnesia,

que le demos a Flemming tres medallas

y con Bogart bailemos tamborito

por la amistad del tiburón

y el anzuelo en las sardinas?”.

Por eso me llena de emoción que, en un pueblo de la oquedad del campo, por donde en algún momento transitó Victoriano, se realicen reconocimientos tan inmensos y llenos de trascendente significado como el que se vive en Cabuya de Chame. Dan ganas de gritar: “Que viva la inteligencia y desaparezca la estulticia”. Porque develar la efigie de Victoriano Lorenzo Troya es un evento que se inscribe en la dirección correcta, supera las visiones románticas a las que somos tan proclives los panameños, no pocas veces borrachos de folclore adulterado y de celebraciones novembrinas, que se olvidan, como se pierde el eco y el humo del volador entre los cerros.

Nunca se podrá ocultar la verdad histórica, imposible, tal y como se intentó al pretender desaparecer el legado de un hombre como Victoriano Lorenzo Troya. Panameños como él siempre renacerán de la sierra y la sabana, del monte y las aldeas, de la ciudad y del campo como emblemas de nacionalidad; istmeños que debajo del sombrero campesino, los tembleques y la danza del Cucuá, sacan a relucir la dignidad nacional.

-. Milcíades Pinzón Rodríguez. Disertación en Cabuya de Chame, el 12 de diciembre de 2021, con motivo de la develación de la efigie de Victoriano Lorenzo Troya.

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