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- 31/12/2022 00:00
Vivir sin condicionamiento
La capacidad de soñar, la fantasía, muchas veces rescata al ser humano, tanto de sí mismo como del entorno. ¡Pero exageramos!, vivimos pidiéndole peras al Olmo, y cuando recordamos que en realidad plantamos manzanas… terminamos culpando al vecino, a Dios, la suerte, al destino, etc. Peor aún, ligamos gran parte de estas falsas expectativas al condicionamiento humano, cubriéndolas con discursos motivadores de “autorrealización”. ¿Pero cómo, si toda la vida somos sistemática y sostenidamente condicionados?
Hoy, la gran mayoría “humana”, en diferentes partes del mundo, observa (casi impávida) los abusos que cometen unas pocas personas condicionantes en contra de otras tantas condicionadas. Utilizando como vehículo al dinero, la moda, necesidades básicas. Deprime observar cómo muchos viven en medio de tantas carencias, inequidades, explotación, corrupción e injusticias. Mientras otros viven a toda marcha, lujo y esplendor. Algunos ansiosos por adquirir cosas de supervivencia básica (comida, salud, educación, seguridad) y otros ansiosos por adquirir cosas superfluas (tecnología adictiva, y lujos innecesarios e incosteables) Luego, a modo de compensación, nuestra sociedad, de lado y lado, termina sumiéndose en vicios de toda índole. Regulando su estado anímico mediante compulsiones (cultos, consumismo, trabajo), fármacos y substancias, que restauren su equilibrio existencial “normado”, o más bien “modelado” socialmente a punta de falsas expectativas.
Hace varios años, Iván Pávlov asoció el sonido de una campana a la comida de un perro. Con ello logró que el perro salivara, cada vez que le sonaba la campana. Esa dinámica se conoce cómo: Condicionamiento Clásico. En realidad, él no fue el primero en hablar de “condicionamiento”. Mucho antes que él, el filósofo Epicuro, enseñaba que el hombre vive condicionado, huyendo del dolor y buscando el placer. Sin embargo, desde que Pávlov inventó el condicionamiento clásico, se volvió la piedra angular del aprendizaje moderno, porque generaba resultados esperados de forma rápida. En este esquema, más parecido al entrenamiento que a la educación, el niño obedece para evitar el castigo o ganar el premio (no por portarse bien) el hombre “ama” por sexo (no por amor) el estudiante estudia para pasar (no para aprender). Nadie se detiene a interiorizar por qué hacen lo que hacen, pero lo siguen haciendo porque están condicionados, programados. De tal suerte, aquel que invirtió en el mejor o mayor estímulo (expectativas reales, falsas o falseadas a la fuerza), o aquel que lo mercadeó mejor, tendrá la mayor cantidad de “seguidores”, adeptos, votantes, etc.
En una sociedad así, en la que el hombre hace las cosas sin entender ni entenderse, las personas son poco racionales, apáticas, y muy manipulables. El niño es creativo y libre, el joven es rebelde porque aún sufre y se resiste al adoctrinamiento. De adulto se vuelve zombi, tan sólo resolviendo problemas y “criando como lo criaron” (perpetuando el modelo que condiciona) De anciano muere sin saber quién es (porque de facto nunca lo supo, ni lo entendió siquiera) sufriendo demencia, Alzheimer o senilidad. Luego, para que no nos sintamos tan socialmente “acorralados” nos hablan de un supuesto “libre albedrío” entre las pobres opciones preestablecidas por los pocos para seguir condicionando a los muchos.
La vida humana no puede seguir desarrollándose de esa forma, por temas de “rapidez” y provecho. Peor aún, si el provecho es de unos pocos. Hay que desacelerar, darle importancia a lo verdaderamente importante, sin falsas expectativas. Pero sobre todo, sacar el condicionamiento de las primeras etapas del desarrollo humano, entiéndase, durante su formación e instrucción. Sólo así, el hombre podrá volver a proyectar su espíritu en todo lo que hace. Principalmente en su propia vida.