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- 13/10/2018 02:01
Prohibicionismo vs. libre albedrío
El prohibicionismo es esa costumbre de querer imponer –y no meramente persuadir— un código de conducta particular a los demás, con las excusas de preservar la moral y de proteger al individuo de sus propias malas decisiones. Ese prohibicionismo niega la dignidad humana y aquí expongo el porqué.
El puritano en su extremo quiere hacer virtuosos de todas las personas, de allí que quiera erradicar los vicios. Sobre esto, Santo Tomás de Aquino aclara que la ley humana está dirigida a todos los humanos que viven en sociedad, la mayoría de quienes no son perfectos en virtud, por tanto la ley humana no debe prohibir los vicios, sino solo aquellos que causan daño a terceros y sin cuya prohibición no sería viable la vida en sociedad, como son el asesinato, robo y similares. Con los ejemplos que da como delitos, Santo Tomás esboza lo que hoy conocemos como el principio del derecho penal mínimo: las sanciones penales deben limitarse solo a aquellas conductas que consideramos tan destructivas de la sociedad o de derechos ajenos, que su disuasión requiere un castigo de prisión.
Sin embargo, en la mayoría de los estados de Estados Unidos, la prostitución está prohibida y hasta contemplada como delito, y se castiga tanto a quien se prostituye como a quien paga por sexo. Esto, en pleno Siglo XXI. En dicho país se ensayó también la prohibición del consumo de bebidas alcohólicas y, por supuesto, nació la actual guerra contra las drogas. La guerra global contra las drogas, convertida en cruzada mundial por la presión de dicho país en la comunidad de naciones, es un claro ejemplo de puritanismo hecho política pública. No funciona, no reduce adicciones, no reduce muertes por sobredosis –de hecho, hay bastante evidencia de que las incrementa—, pero allí está. Pasa algo similar con la prostitución, respecto de la que la evidencia apunta a que su criminalización aumenta la diseminación de enfermedades de transmisión sexual e incrementa la incidencia de violaciones y otras formas de abuso sexual a mujeres. Por ejemplo, el estado de Rhode Island despenalizó en 2003 la prostitución practicada en determinadas circunstancias, y la evidencia acumulada por más de 10 años después apunta a reducciones muy notables en la transmisión de enfermedades de transmisión sexual como la gonorrea, así como en comisión de violaciones y otros delitos sexuales.
Santo Tomás incluso cita (en Summa Theologica ) un pasaje de San Agustín en que este dice que si se eliminaran del mundo las prostitutas, el mundo quedaría lleno de lujuria. A muchos puede sorprender encontrarse juicios tan sensatos en estos eminentes exponentes de la teología católica, pero así es, tanto San Agustín como Santo Tomás entienden que las leyes humanas no pueden crear el paraíso en la Tierra buscando que todos los hombres sean virtud pura. Lo tienen tan claro que usan la prostitución como ejemplo de vicio cuya prohibición genera más males que bienes. ¿Por qué no lo pueden entender los gobernantes y algunos ciudadanos del Siglo XXI?
El punto de Santo Tomás, por supuesto, no es avalar el vicio ni su abuso. Es evidente que ni San Agustín ni Santo Tomás están invitando a las personas a prostituirse ni a contratar prostitutas ni a volverse alcohólicos o drogadictos ni a dilapidar sus riquezas en el juego. Lo que entienden es que condenar moralmente una conducta no implica de ningún modo querer su prohibición legal. Y esa es la partecita que no entienden los que quieren prohibir vicios. Quien pide la despenalización de las drogas y hasta su legalización plena, no por ello está diciendo que consumirlas sea bueno. Simplemente, como San Agustín y Santo Tomás, entiende desde el punto de vista pragmático que las prohibiciones de vicios no son lo que hace virtuosas a las personas. Como le dice el capellán de la prisión al protagonista Alexander De Large en La Naranja Mecánica: ‘La bondad viene de adentro. La bondad es elegida. Cuando un hombre no puede elegir, deja de ser hombre'.
El libre albedrío implica la potestad de elegir y, por tanto, conlleva el riesgo de elegir mal. Cuando se priva a las personas adultas de su capacidad de elegir, so pretexto de protegerlas de sus propias decisiones, se les arrebata su dignidad humana. Y aquí pregunto: si partimos de que Dios dotó de libre albedrío a cada individuo, ¿quién soy yo para negárselo?
ABOGADO
‘Cuando se priva a las personas adultas de su capacidad de elegir, so pretexto de protegerlas [...], se les arrebata su dignidad humana'