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- 23/10/2025 00:00
El tránsito en Panamá: entre la obra pública y el desorden ciudadano
El tránsito en la ciudad de Panamá se ha transformado en un auténtico desafío cotidiano que refleja mucho más que simples problemas de movilidad. Es, en realidad, el espejo de un sistema urbano que crece sin la debida coordinación entre instituciones, sin planificación preventiva y con una ciudadanía que, en buena medida, ha perdido la paciencia y el respeto por las normas.
Durante las últimas décadas, la ciudad capital ha experimentado un crecimiento sostenido en su infraestructura, pero también un deterioro progresivo en la gestión del tránsito. Hoy, los proyectos públicos de saneamiento -como los vinculados al Programa de Saneamiento de la Bahía de Panamá, las intervenciones del IDAAN y otras obras ejecutadas por diversas instituciones del Estado- han multiplicado los puntos de congestión en casi todas las rutas principales. Son obras necesarias, nadie lo discute, pero su ejecución evidencia una ausencia de coordinación vial y supervisión inmediata que termina afectando gravemente la movilidad de miles de personas cada día.
En esos cruces donde se ha reducido el paso o donde el espacio vial se ha visto drásticamente afectado, debería ser obligatorio que la autoridad competente coloque personal de tránsito para dirigir la circulación y evitar el caos que se genera cuando cada conductor intenta pasar sin respetar el orden. No basta con conos plásticos ni con señales improvisadas: el tránsito debe ser guiado y controlado. En muchas de esas zonas, basta observar por unos minutos para constatar que los embotellamientos no son producto de la cantidad de vehículos, sino de la ausencia de orden y de presencia de autoridad.
La solución, aunque sencilla en apariencia, requiere decisión política y sentido común: si una obra pública altera significativamente el tránsito, debe incluir en su presupuesto la contratación o coordinación de agentes que regulen el paso durante el tiempo que duren los trabajos. Esa medida, por elemental que parezca, representaría un gran alivio para los ciudadanos que enfrentan diariamente el tráfico sin apoyo institucional visible.
Otro aspecto que merece atención es el de las intersecciones conflictivas, donde el comportamiento vial se convierte en un riesgo permanente. Un ejemplo claro es el área del Parque de las Madres, en la rotonda del Centro Médico Paitilla. Quienes descienden del viaducto hacia el Hotel Golden o Las Américas suelen ignorar por completo el alto reglamentario, poniendo en peligro a quienes transitan por la vía perpendicular. Este tipo de conducta es una combinación de imprudencia y falta de fiscalización.
A lo largo de los años, he tenido la oportunidad de comentar esta situación con varios ministros de Obras Públicas -algunos amigos, otros conocidos- y siempre he insistido una recomendación sencilla: colocar resaltadores o “policías muertos” antes de esos cruces. Los resaltadores, bien ubicados y señalizados, obligan a los conductores a reducir la velocidad, hacer el alto y respetar el paso de los demás. No se trata de inventar soluciones complejas, sino de aplicar medidas prácticas que reduzcan los accidentes y mejoren el flujo vehicular.
El problema del tránsito panameño no puede atribuirse únicamente a los conductores. Es un fenómeno multifactorial que combina deficiencias institucionales, una planificación urbana fragmentada y una cultura ciudadana que ha perdido la noción del respeto y la cortesía al volante.
Mientras el número de vehículos crece exponencialmente, las calles siguen siendo las mismas y las soluciones estructurales avanzan con lentitud. No hay sincronización semafórica adecuada, los desvíos de obras se diseñan sin estudios de impacto vial, y los proyectos se ejecutan como si el tránsito fuera un asunto secundario. En paralelo, muchos ciudadanos han normalizado prácticas como bloquear intersecciones, invadir carriles contrarios o estacionarse en lugares prohibidos.
A ello se suma un factor educativo: no existe una cultura vial arraigada. La educación sobre normas de tránsito debería ser parte del currículo escolar desde los primeros grados. Si queremos ciudadanos respetuosos de las señales y conscientes de los riesgos, debemos formarlos desde la niñez. La educación vial no puede limitarse a campañas esporádicas en televisión; requiere un esfuerzo permanente del Estado, las escuelas y los medios de comunicación.
El tránsito en Panamá no mejorará por sí solo. Requiere una combinación de tres elementos indispensables: autoridad efectiva, educación sostenida y planificación urbana responsable.
La autoridad debe estar presente en los puntos críticos y actuar con firmeza; la educación debe formar ciudadanos conscientes de que el respeto al otro es la base del orden social; y la planificación debe integrar la movilidad como eje central del desarrollo urbano. Solo así podremos transformar el actual caos vehicular en un sistema más humano, más ordenado y más seguro. No se trata únicamente de mover autos: se trata de mejorar la calidad de vida de todos los panameños que, día tras día, pasan horas atrapados en el tráfico de una ciudad que podría -si se lo propusiera- avanzar mucho más lejos y con mayor civilidad.