• 01/12/2011 01:00

Loor al ser abnegado...

V engo de una familia de educadores y siempre he sentido un gran orgullo por el respeto y la admiración que los alumnos le profieren a m...

V engo de una familia de educadores y siempre he sentido un gran orgullo por el respeto y la admiración que los alumnos le profieren a mi difunto abuelo, a mis padres y, sobre todo, a la maestra Amada, mi abuela. Ella se crió en un pueblo pequeño del interior y fue a la escuela multigrado de la época; su papá debe habérselas ingeniado para que su hija mayor estuviera en la primera promoción de maestros de la Escuela Normal de Santiago Juan Demóstenes Arosemena.

La lógica del Dr. Arosemena era mover el centro de la preparación de los maestros a un sitio más cercano a los pueblos del interior al que pudieran llegar los nuevos alumnos con más facilidad, desarrollar la preparación académica en un ambiente parecido al que tendrían que enfrentar cuando estuvieran listos para regresar a sus pueblos y a sus escuelas a ser agentes de cambio y que tuviera la paz de la vida interiorana, propicia para el estudio.

La obra física de la Normal, sus edificios, su Aula Magna, sus jardines y sus residencias, conformaban un palacio para la enseñanza con un mensaje muy claro: La educación nos importa y mucho. El régimen de internado de los normalistas permitía lograr los efectos positivos de una convivencia estrecha, de tener que independizarse a edades tempranas y de una disciplina y formación más sanas y basadas en valores elevados, alejados de los problemas que pudieran tener en sus casas.

Finalmente, profesores rigurosos en la academia y en la enseñanza de las herramientas, que les permitirían a los nuevos maestros aprender aplicar y desarrollar las mejores metodologías de la época, permitieron un círculo virtuoso que pronto vio resultados en la educación de los niños de todo el país.

Los maestros graduados en la Normal de Santiago gozaban de un status social muy digno, estaban bien preparados, hablaban y escribían correctamente, explicaban claramente, se vestían con propiedad, eran líderes de sus comunidades, cuidaban sus modales, leían ávidamente, deseaban superarse constantemente, sembraban árboles, organizaban vida cívica, cultural y deportiva, en fin, enseñaban con el ejemplo.

Los maestros de las nuevas generaciones necesitan una Normal de la que nos sintamos orgullosos, con profesores de primera, donde ser admitido sea un privilegio, con facilidades de primera, donde aprendan la disciplina del conocimiento, con metodología de primera, donde la meritocracia académica sea el único patrón de medida y con la compensación económica de ser los mejores, haciendo el trabajo más importante de la sociedad que es preparar a sus niños.

A los maestros de hoy les reclamamos constantemente la falta de calidad de la educación y los malos resultados del sistema, mientras que no apreciamos que tienen trabajos de ‘tiempo repleto’, pobre infraestructura escolar y bajos salarios, todas cosas que tenemos que arreglar. Sin embargo, el punto es que es que un buen maestro saca buenos alumnos de donde sea y tenemos que revertir la tendencia actual ya.

El círculo virtuoso que queremos y que tenemos que lograr empieza con buenos maestros que enseñen bien a los niños que luego se conviertan en hombres y mujeres productivos y de bien, y que algunos, los mejores, puedan convertirse en maestros, otra vez. Es así como la maestra Amada es un buen ejemplo que debemos replicar junto a una nueva Normal, como templo del saber y la cultura.

EGRESADO DE STANFORD Y COLUMBIA.

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