• 15/09/2013 02:00

Desde el infinito

Pued e sonar extraño este relato, debido a la relación amistosa ante la abismal diferencia étnica que hubo entre nosotros. Mi amigo lleg...

Pued e sonar extraño este relato, debido a la relación amistosa ante la abismal diferencia étnica que hubo entre nosotros. Mi amigo llegó de tierras muy lejanas. Vino de Corea del Sur, donde nació en un pueblo llamado Gong-Ju, en la provincia de Chung-Nam. Allá pasó toda su juventud ajetreado en sus sueños sobre el futuro hasta que llegó el momento de enrolarse en el ejército. Convertido en piloto aeronaval, terminó el servicio militar para abrazar la medicina tradicional y la medicina moderna y con este conjunto de sabidurías, logró destacarse como experto en la acupuntura que aplicó en Panamá por varios lustros.

Apenas llega, logra montar su clínica para dedicarse a curar con esas minúsculas punzadas en combinación con un manojo de hierbas medicinales que compraba en Los Ángeles, Estados Unidos, y que provenían de su amado país, los que convertía en emplastos dérmicos que aplicaba a sus pacientes.

Por eso hoy cruzo por ese desierto que surca el corazón que ya no late. De ese pasado que nos incita a no ser egoístas ante la naturaleza humana y menos en promover ese vano intento al tratar emocionalmente de retener una persona que fue perdiendo su calidad de vida por los deterioros que le produjo la enfermedad invasiva. Ya el mal se había anunciado con desafinadas trompetas con una larga hospitalización en Singapur, debido a la repentina afectación ocurrida en uno de esos viajes por aquellos lugares que visitaba con ese espíritu de caminante. Desde esos momentos su deterioro creció con pasos de gigante, hasta que el maltrecho cuerpo dejó de resistir; sin embargo, apoyado por sus hijas y su familia, pudo trafagar por ese largo calvario hasta que Dios lo llamó.

Nacer y morir es un conjunto de inexpugnable designio divino. A alguno de nosotros la longevidad nos permite alcanzar alguna sabiduría, pero todo depende del desarrollo de la cultura en que se evolucione, lo que ha menudo es infranqueable y menos si hay equidistancia en las mediciones, de este modo casi no podemos comparar la experiencia asiática con la latina. Este es el caso con mi predilecto amigo YOUNG TAE KIM, quien trasmigra de este mundo a las 8.20 minutos de la noche, del 3 de septiembre de este año. Unos días antes trató de comunicarse conmigo de manera telepática, me supongo que para despedirse. Por mi parte sentí una inmensa y frenética necesidad de visitarlo, que antes había dejado de hacerlo con regularidad, porque con una salud marcadamente deteriorada, se fue apartando de la realidad y ya casi no me conocía.

Esto frenó mis visitas, porque lo quería recordar como antes, con su ceremonial actitud oriental, con su hermética afabilidad, con el marcado silencio para comunicarse, con el ancestral carácter tan extraño y hasta inapropiado en las relaciones comunes de nuestra cultura. Con todo y esto, cuando tenemos un verdadero amigo desnudamos nuestras alegrías y los pesares, compartimos sentimientos, escuchamos y nos escuchan, sabemos que no habrá recriminación, que no existirá la crítica y aunque subsistan las advertencias por los extremos a los que nos abocamos, los amigos comparten los pesares.

La muerte física de esta naturaleza produce un dolor moral que se asienta en la mente de sus deudos. Es un pesar agudo y constante, aunque estemos avisados de la irremediable partida del ser de quien atesoramos, pues subyace el apego y la constancia sobre la profunda relación amical, y cuando ocurre el desenlace, el ramalazo que produce es como la impertérrita lava de un volcán en erupción, la cual penetra por los laberintos de la conciencia y se sostiene en su epicentro incólume y lacerante, con el anuncio permanente de su presencia que socava el alma por la sórdida y punzante presencia. La intensidad del reconcomio sofoca los sentidos, mientras se aviva el pesar por ese adiós, al son de un torbellino incesante de los titilantes recuerdos. Pasan por la mente por la que corren como fantasmas, aquellos momentos compartidos para evocar los episodios de convivencia en los que desnudamos nuestros sentimientos, nuestros pesares, las pinceladas de triunfos o la escurridiza efímera alegría.

Sabemos que la vida es finita y que la existencia pende en vilo ante cualquier circunstancia, pero la irracionalidad nos embarga, mientras cabalga airada junto a la resistencia por admitirlo. No hay forma de expresarlo con la exactitud meridiana. Ahora tomo conciencia de lo expuesto en nuestra Biblia, en el versículo 15.13: ‘No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos’. Es cierto que nosotros nunca hablamos de religión, pero a lo largo de todos los encuentros la Filosofía sobre el bien estuvo latente. Labró su espacio en mi corazón en el que permanecerá hasta el nuevo encuentro desde el infinito, pero ahora puedo entender de los misterios divinos sin precisar el enfoque que le podríamos dar a las trilladas interpretaciones religiosas. Disfruté por muchísimos años de su compañía y todavía hoy me alimento con los recuerdos. Lo encontré por su fama en la acupuntura, por sus manos que curaban con apasionante destreza. La empatía entre nosotros fue inmediata. Al principio me habló de una prueba de tres sesiones antes del diagnóstico sobre mi mal, pero esta actividad se extendió por años. Pase largas horas en la clínica en cualquiera de los salones desocupados, mientras mi amigo atendía en sus mejores momentos a varios pacientes a la vez.

Kim en su mundo cotidiano supo escuchar con originalidad oriental todo nuestros pesares del alma y los males del cuerpo. Soportó nuestros lamentos, mientras con un manojo de diminutas agujas trasteaba la espalda. Mientras yacía tendido en la camilla podíamos discutir temas sobre el derecho, una carrera extra que logró alcanzar en Panamá. Él supo tolerar nuestras quejas, soportar las charlas, inyectarse de paciencia para promover la tolerancia, mostrarse tan sencillo y práctico, mientras de manera desinteresada fluían de sus labios los consejos, como lo hace un hermano mayor sin los regaños. Hasta pronto Kim.

ABOGADO Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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