• 11/03/2014 01:00

La bella vida

Dios definitivamente nos creó un mundo hermoso, un mundo para que lo disfrutáramos, para que viviésemos felices en él. Las bellezas natu...

Dios definitivamente nos creó un mundo hermoso, un mundo para que lo disfrutáramos, para que viviésemos felices en él. Las bellezas naturales, el amanecer, el atardecer, las flores, la lluvia, el correr de los ríos, la belleza de las cascadas, el ruido de las olas al estrellarse con la arena, la inmensidad del mar, las estrellas, la luna, y los propios animales, desde pájaros hasta águilas y halcones. En ese mundo, en medio de tanta belleza, el hombre.

Y ha sido el hombre, el único pensante de toda la Creación, el que, en lugar de disfrutar el mundo y la Creación, ha dejado que sus bajos instintos lo dominen y sea presa de la envidia, la ambición, el deseo de poder, de poseer, de imponer. Hoy el mundo sufre las consecuencias de un hombre materialista, que lejos de apreciar y cuidar el ambiente, lo destruye por sus mezquinos intereses. Hoy naciones, en pleno siglo 21, es decir, dejando atrás los 5,000 años antes de Cristo que vieron los imperios egipcios, griegos, romanos y todos sus avances en ciencia y civilización, más luego los dos mil años después de Cristo y los avances tecnológicos y científicos que nos han traído hasta aquí, el hombre todavía no aprende a convivir en paz ni con sus conciudadanos ni con el resto de los coterráneos.

Hoy, las luchas por mercados, por materias primas, por territorios a explotar y conquistar, hace que no podamos vivir en paz y armonía, ni siquiera en paz con nosotros mismos. El hombre de hoy está más preocupado por lo material, la riqueza que pueda acumular, las cosas que puede ostentar, que por la paz espiritual y los verdaderos valores de amor, familia, solidaridad y ni hablar de moral y honestidad. Hoy los jóvenes, si no ven esperanza por el camino recto, cambian al camino de la delincuencia, pandillas, narcotráfico, buscando su superación económica. Para ellos, el vivir varios años con lujo y ostentación le justifica la muerte joven. Pero es que los adultos, empresarios o profesionales, aprenden de igual forma a manejarse en un mundo de corrupción, que va desde el pago de coimas hasta sobreprecios, compartiendo con funcionarios a cambio del vil metal.

En ese nuevo orden mundial no nos sorprende nada, lo que antes nos hubiese abochornado, hoy lo analizamos fríamente. Por eso cuando una diputada manda a cuidar su lengua al arzobispo, lo que años atrás hubiese sido para muchos causa de excomunión, hoy es comentario político. Hoy nos parece normal que a funcionarios del más alto nivel se les vea públicamente con una compañera que no es su esposa, o que se conozcan de escándalos de faldas de magistrados, funcionarios y grandes empresarios.

Pareciera que en el pequeño mundo de un país los escándalos se reducen cada vez más, cada vez nos escandalizamos menos. Los derroches del dinero público por parte de diputados en regalos a sus electores, partidas millonarias malversadas por funcionarios, no nos escandalizan, mientras una población entera está sin agua, sin calles, sin tres comidas diarias. Y aunque el mundo nos lo ha acercado la tecnología, todavía lo vemos grande y lejos. Las revueltas de Egipto, Sudan, Libia, Yemen y recientemente de Ucrania y Venezuela no parecen cercanas a nosotros, pero los pueblos son iguales, con los mismos deseos de mejor calidad de vida, derechos y libertades.

Hoy, todavía, países poderosos pretenden dominar a naciones y pueblos, así vemos a Rusia buscando controlar Crimea y Ucrania, los Estados unidos tratando de imponer su sistema a Irak, Irán, Afganistán, etc. ¿Por qué no aprenderán a respetar la libre determinación de los pueblos? ¿Por qué siguen hablando de democracia y no la respetan fuera de su territorio? ¿Por qué no aprendemos todos a vivir la vida como estamos supuestos a vivirla?

Hoy la vida del capitalino en particular ha bajado en calidad en forma dramática. No hay caballerosidad, no hay respeto, no hay cortesía, no hay honestidad ni moral. La gran pregunta es si se pueden o no recobrar esos valores, esas costumbres o simplemente hay que aceptar que fueron cosas del pasado y hay ahora que adaptarse al nuevo reto de los tiempos: el juegavivo, la viveza, los trucos y engaños, la mentira y el fraude.

Muchos no entienden el cambio y las transformaciones a las que estamos sujetos hoy, y no ven lo que viene. ¿Qué podemos esperar de las próximas generaciones que lo que juegan hoy son juegos de asesinatos, muerte, destrucción, en los famosos juegos electrónicos? ¿Qué paso con los juegos de ayer: tejo, guacho, canicas, la lata, la lleva, saltar soga, patinar? ¿Dónde quedaron las niñas con sus jueguitos de té y los vestiditos de muñecas? El cambio que hemos dejado llegar a los niños de hoy proyectan hombres diferentes del mañana. No dudo de que las próximas generaciones crecerán más agresivas, más violentas y cuando vivan en una ciudad agresiva solo nos llevará a confrontaciones y violencia para resolver problemas rutinarios.

Me declaro pesimista, aunque optimista por naturaleza, en el tema del futuro no lo veo rosado. Estamos destruyendo el ambiente, el cambio climático no parece asustar a nadie, la juventud está creciendo con muy poca moral y principios, la corrupción parece ser aceptada por las mayorías, la familia formal ha sido reemplazada por la unión libre, todos los indicadores, para mí son negativos. Es hora de un último esfuerzo por la sociedad que aún cree en la belleza de la vida pasada, para proyectar la vida futura.

INGENIERO INDUSTRIAL Y ANALISTA POLÍTICO.

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