• 24/12/2014 01:00

Cuba y EE. UU., el deshielo

Washington busca una Cuba estable, próspera y democrática

Con el apremio de la inexorable cita de la Cumbre de las Américas de abril próximo en Panamá, el presidente estadounidense Barack Obama actuó contra reloj para alcanzar un acuerdo histórico con el régimen de Cuba. Estaba urgido por contar con una plataforma para relanzar las relaciones hemisféricas del siglo XXI.

Washington busca una Cuba estable, próspera y democrática. Su objetivo paralelo es renovar su capacidad de influir en el curso de los acontecimientos continentales. Con el gesto hacia Cuba, Obama recuperó la imagen regional que, sin duda, capitalizará en el encuentro cimero de Panamá.

Por su parte, el octogenario liderazgo cubano, encabezado por los hermanos Raúl y Fidel Castro, ha ganado tiempo, su bien más valioso. Está apremiado por una realidad interna que desborda su capacidad ante las tímidas reformas emprendidas en los últimos años que no han mejorado las condiciones de una economía inexistente. Por eso, La Habana se abrió a negociaciones con Washington, consciente de que Venezuela, su principal soporte regional, es cada vez un benefactor menos seguro.

Los hermanos Castro dejan a Caracas encerrada en su retórica antiestadounidense a la vez que buscan, con absoluto pragmatismo, la orilla de la economía estadounidense como alternativa para garantizar que no se los lleve la ola del derrumbe acelerado de los últimos vestigios del chavismo. Ahora cuentan con mayor aire para tratar de apaciguar los ánimos de una sociedad cada vez más arruinada económicamente y asfixiada por una ideología en la que no creen.

De repente La Habana obtuvo de Obama una lista de regalos de Navidad que representan un rescate inmerecido, como editorializó The Washington Post. El diario afirmó que Cuba logró exactamente lo que buscaba cuando hizo de Alan Gross, el cooperante estadounidense detenido en diciembre del 2009, un rehén de facto para negociar con Washington.

Bajo los acuerdos se establecerán relaciones diplomáticas plenas, se excluirá a Cuba de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo, se levantarán las restricciones sobre la inversión de empresas estadounidenses y las transacciones bancarias al igual que el turismo a la isla.

Cuba se comprometió a liberar a 53 presos políticos, algunos de los cuales ya han salido de prisión. Permitirá, además, la entrada de observadores de la Cruz Roja Internacional y de relatores de derechos humanos de la ONU y flexibilizará las telecomunicaciones y el uso de Internet.

La Casa Blanca descartó que el Congreso vaya a levantar pronto el embargo económico impuesto por más de medio siglo a La Habana, y reconoció que el acercamiento con el régimen de los Castro genera rechazos entre los legisladores estadounidenses que tendrán que digerir primero la nueva política antes de impulsar más cambios.

La primera baja producto de los acuerdos fue la de Rajiv Shah, director de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), quien dejará el cargo en febrero ante el fracaso en los proyectos de respaldar la disidencia dentro de Cuba.

También podría llegar a su fin, aunque no fue parte de las negociaciones, la Ley de Ajuste Cubano (conocida como ‘pie seco, pie mojado’), vigente desde 1995 que otorga residencia permanente a los isleños que logran tocar suelo estadounidense.

Cuando Obama y Castro intercambiaron un saludo de seis segundos en Johannesburgo en diciembre del año pasado, durante el funeral del ícono sudafricano Nelson Mandela, habían avanzado seis meses en negociaciones secretas encaminadas a poner fin a más de medio siglo de hostilidades.

Los contactos se llevaron a cabo en Ottawa y Toronto y en marzo pasado se sumó el Vaticano. En junio el presidente de Uruguay, Pepe Mujica, llevó una carta de Obama a Castro. En total fueron nueve encuentros secretos, que culminaron el martes pasado con la conversación telefónica de una hora entre Obama y Castro.

Como en todo conflicto —en este caso el final de la Guerra Fría en el Caribe— la confrontación se saldó con el intercambio de prisioneros.

En el corto plazo, el impacto anímico de los acuerdos entre Washington y La Habana es positivo. El régimen cubano se quedó sin argumentos y debe dejar de subsistir en una especie de estática milagrosa, porque solo las ruinas sobreviven al tiempo. Los hermanos Castro deben, en el intermedio, preparar una nueva generación de líderes, presumiblemente encabezada por el vicepresidente, Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, para tomar el poder en el 2018, cuando finalice el mandato de Raúl, quien anunció que no buscará la reelección.

En lo que corresponde a Panamá, este nuevo escenario le da mayor relevancia a la Cumbre de las Américas y cambia su dinámica. Obama ha planteado que la sociedad civil cubana debe participar en la próxima cita de Panamá y demostrar su relevancia en la vida política de la isla.

Los críticos señalan que en dos años Obama estará en su casa y que los Castro mantendrán todavía el poder. Pero nadie duda de que como artífice del deshielo con La Habana el presidente estadounidense ha esculpido su sitial en la historia.

PERIODISTA

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