• 21/05/2017 02:03

Reingeniería del sistema político

Marshall Berman utilizó la célebre frase de Marx "todo lo sólido se desvanece en el aire", para ilustrar la emoción 

Marshall Berman utilizó la célebre frase de Marx "todo lo sólido se desvanece en el aire", para ilustrar la emoción y el espanto de un mundo en el que todo se transforma apresuradamente. Hoy los panameños vemos cómo estos últimos diez años de crecimiento económico han pasado sin que hayamos podido disfrutar verdaderamente de los beneficios que traen los tiempos de prosperidad y bonanza.

Ya no hay más ampliación del Canal y ahora lo que queda son deudas por pagar. Incluso, la clase media que históricamente fue soporte de la estructura social del país, ya no tiene la misma fuerza de antes. Hasta la democracia, que creíamos haber desenterrado en 1990, ha perdido su esplendor.

En medio del caos, la única certeza que parece existir es que son los políticos los grandes causantes del país sin rumbo y descontrolado que hoy tenemos. La afirmación es exagerada, pero también profundamente cierta. Desde hace muchos años se sabe que las prácticas e instituciones que constituyen el llamado sistema político han perdido sentido y solo sirven para que unos pocos, políticos y empresarios, se aprovechen de ellas. Las señales son cada vez más fuertes y hoy hemos llegado a un punto en que gran parte de la sociedad está cansada, hastiada de unos políticos que, en su mayoría, quieren seguir jugando para repartirse los fondos públicos mientras el país se hunde.

Así, a pesar de promesas y declaraciones, no ha habido ninguna reforma en serio de la política. Opositores y gobernantes han preferido mirar para otro lado, aislando a los pocos pero valientes ciudadanos que con desesperación reclaman el cambio. Y hoy por eso nadie cree en nadie y los políticos buenos o malos, justos o pecadores, debieran esconderse en sus casas y no salir hasta que tengan vocación de servir.

Frente al derrumbe hay dos alternativas. Una es realizar algunos cambios cosméticos similares a lo que hicieron con la ley electoral el mes pasado y esperar que todo vuelva a ser como antes. La otra es atreverse a cambiar de raíz un sistema que en casi cincuenta años no ha estado a la altura de los reclamos populares. Un cambio profundo del sistema debe partir de una Constituyente que funde nuevas reglas y que establezca la caducidad de todos los mandatos para poder empezar de nuevo. El objetivo debe ser crear un diseño institucional que mejore la representación popular, la eficacia gubernamental y la participación ciudadana.

En primer lugar, se deben definir pesos y contrapesos para frenar el presidencialismo atroz que ha demostrado su fracaso. Piénsese hasta qué punto los problemas individuales de los últimos presidentes impactaron sobre el país: la incapacidad de Moscoso, el hiperpragmatismo de Martín, el desenfreno de Martinelli y la pasividad de Varela. Así, con un sistema que depende de una sola silla, es esencial devolver a los otros dos Órganos su valor específico para imprimir velocidad, generar flexibilidad y producir eficiencia.

Pero igualmente, para recuperar la legitimidad política se requiere un cambio profundo del Órgano Legislativo. Por un lado, terminar con la institución que se ha convertido en el ejemplo de corrupción política: partidas circuitales. Por el otro, una nuevo modelo electoral que permita al mismo tiempo satisfacer el reclamo ciudadano de mayor proximidad de representantes y representados y profundizar la proporcionalidad del sistema. El sistema de jurisdicciones provinciales permitiría elegir a los diputados en circunscripciones uninominales y garantizar la proporcionalidad y el espacio de las minorías, solucionando, a su vez, los problemas de sobrerrepresentación que causa el sistema del voto plancha.

A su vez, se requiere poner límites a las reelecciones de los diputados y alcaldes, obligando así a los políticos a bajarse de esa nube de perpetuidad y vivir de la misma manera que sus representados con períodos fijos y fechas de vencimiento. Asimismo, es indispensable un régimen de financiamiento de la actividad política que permita un control efectivo y sanciones reales mediante algún organismo ciudadano independiente.

Finalmente, deben instaurarse instrumentos fuertes de control y participación ciudadana en todos los niveles. Desde la revocatoria de mandatos hasta las audiencias públicas, pasando por la iniciativa popular y los referéndum que permitan la continuidad en el tiempo y el fortalecimiento de los partidos políticos existentes.

Es obvio que hablar de estas cosas cuando el país parece a punto de estallar puede sonar a ciencia ficción. Sin embargo, solo mediante una verdadera reingeniería del sistema institucional podrá la política recuperar la legitimidad que hoy ha perdido y que constituye el requisito indispensable para cualquier transformación real de la sociedad.

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