• 13/11/2017 01:02

De emociones y elecciones

Se repite hasta el cansancio que ‘cada pueblo tiene el Gobierno que merece'. No señor, merecemos lo mejor porque somos un pueblo de gente buena y en nosotros está probarlo. 

Tengo un fólder (palabra aceptada en el Diccionario panhispánico de dudas —DPD—) en el que guardo recortes, frases que copio, caricaturas y algunas tiras de cómics. En 1992, durante el Gobierno de Guillermo Endara (q. e. p. d.) copié la frase ‘El pueblo tiene una respuesta emocional, pero una democracia no es un sistema que se rija por las emociones'. Está visto que en Panamá las emociones son determinantes en los torneos electorales que no son puntos a nuestro favor. No estoy diciendo que las emociones políticas son malas; sino que para elegir gobernantes deberíamos hacerlo con mente serena, analítica; sin emociones que enturbien el pensamiento. Como país democrático (gateando en muchos sentidos) tenemos que pasar por el privilegiado proceso de elegir cada quinquenio a los que nos gobernarán. Sin embargo, escogemos candidatos llevados por emociones (positivas o negativas) y razones baladíes (tiene carisma, parece ‘buena gente', sabe sonreír, es de mi pueblo, etc.); o peor aún, porque regala jamones, hojas de zinc, bolsas de arroz, estufas, etc. En vez de criterios tan pobres, lo que deberíamos exigir a los candidatos es mostrar qué tienen dispuesto para atajar la corrupción; en blanco y negro los programas para mejorar nuestras condiciones de vida. No obstante nos dejamos marear con el florido pero gastado lenguaje de campaña que nos pinta la vida en rosa. Y así nos vamos alegremente del brazo del que nos dice cosas bonitas; con el cerebro obnubilado, las orejas calientes y los ojos cerrados caminamos felices hacia el panteón del engaño. Ninguno ofrece sacrificios ni nosotros estamos dispuestos a hacerlos. ¿Qué candidato se atrevería a plantear, tan solo a plantear, la necesidad de eliminar subsidios que no han dado buenos resultados? ¿Lo pediríamos nosotros? Por supuesto que no; nuestro argumento sería que nos esquilman tanto que al pueblo le deben esas migajas; razonamiento que esgrimirían los afectados y, que en justicia, no deja de ser verdad.

La campaña electoral 2019 ya empezó. Los partidos más grandes están en rebatiña; se sacan los ojos entre ellos mismos mientras hablan de unidad. La descalificación está en su apogeo; las redes sociales y otros medios de comunicación son fangales para embarrar al contrincante. Todo vale. En el escenario actual veo a pocos políticos pero sí a muchos politiqueros; y no hemos aprendido a diferenciar los unos de los otros. O lo que es peor, estamos tan dañados políticamente que enganchamos con politicastros (político inepto o de ruines propósitos). Decir que se es ‘apolítico', que no se tiene interés en la política es ser analfabeto político; decir ‘no voy a votar', ‘no me gusta la política' es dejarle el portillo abierto a los que solo les interesa pegarse a la ubre gubernamental. No tenemos claro que la política tiene mucho que ver con nuestro diario vivir; que incide en el precio de los alimentos, la calidad de medicamentos y servicios públicos en general (agua, luz, transporte, seguridad). Opinar o activarnos como ciudadanos a favor o en contra de estos servicios son actos políticos. Lo censurable es permitir que la politiquería se apodere de estas acciones.

Imagino el torneo electoral como una plaza de toros. Nosotros, el pueblo, en las graderías mirando la engalanada plaza electorera; los músicos regalando a nuestros oídos lo que está en moda y jingles alegres, pegajosos; en el ruedo, politiqueros con vistosos trajes de luces nos deslumbran y en vez de manoletillas se inclinan para besar y abrazar niños y viejos (son más conmovedores). Así nos montan el espectáculo y allá vamos en masa sin habernos detenido a analizar lo conveniente de sumarnos a la fiesta de promesas mentidas o no realizables; no nos tomamos el tiempo para meditar sobre la tremenda responsabilidad de escoger a los futuros regentes de la nación. Para hacerlo es el cerebro, no el corazón el que debemos poner a funcionar.

Se repite hasta el cansancio que ‘cada pueblo tiene el Gobierno que merece'. No señor, merecemos lo mejor porque somos un pueblo de gente buena y en nosotros está probarlo. Basta del conformismo que razona ‘Mejor malo conocido que bueno por conocer'. Los ingenuos se van con el candidato de estreno que ‘todavía no se ha ensuciado', o con el que ‘no va a robar porque es millonario'. ¡Ja! Solo basta una breve mirada al ayer para que se desplomen tan baladíes argumentos. Ha sucedido una y otra vez. Razonar así es propio de agachados, vencidos, cobardes, pobres de espíritu, perezosos mentales; y es terrible que por ellos todos quedamos con la soga al cuello sin derecho al pataleo porque tuvimos elecciones ‘democráticas'.

No es tarde para enderezar nuestro destino. Y no vale señalar a otros, ‘la gente', con dedo acusador porque como dijo el chinito del cuento, ‘la gente son tú mismo'. ¿Será en las próximas elecciones que llegaremos a la urna con las manos limpias por no haberlas usado para cambalache de votos? Solo cuando el voto mayoritario sea honesto, tendremos derecho a exigir. Tenemos dieciocho meses para ‘calar' a los candidatos. A Panamá le iría mejor, si no se practica el ‘juegavivo' en política. Esto va con candidatos y votantes. Con usted y conmigo, amable lector.

COMUNICADORA SOCIAL.

‘Se repite [...] que ‘cada pueblo tiene el Gobierno que merece'. No señor, merecemos lo mejor porque somos un pueblo de gente buena [...]'

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