• 29/05/2018 02:03

Anécdotas y vivencias humanas del Dr. Arnulfo Arias (I)

El libro está basado en su diario, escrito a partir del año 1935. Aunque su vida política es ampliamente conocida, sus interioridades no.

El pasado 10 de mayo, tuvo lugar la presentación del libro titulado ‘Arnulfo Arias el Hombre', escrito por el Dr. Manuel Cambra, en un acto organizado por la viuda del presidente Arias, la expresidenta Mireya Moscoso, quien hizo posible esta histórica presentación.

El acto fue un éxito completo. Se agotaron los 800 libros presentes. En el salón, con 700 sillas fueron todas ocupadas y otras 200 personas observaron esta presentación de pie, lo cual significa que la figura de Arnulfo Arias sigue presente en el recuerdo y corazones de los panameños después de 28 años de su desaparición física.

El libro está basado en su diario, escrito a partir del año 1935. Aunque su vida política es ampliamente conocida, sus interioridades no.

Como sobrino del Dr. Arias y antes que sea demasiado tarde, por quedar muy pocas personas que puedan verificar estos pasajes, me permito narrar algunas anécdotas y vivencias sencillas y humanas de su persona, ocurridas a lo largo de su vida.

El Dr. Arias no era ese hombre frío, seco e impenetrable como aparentaba ser políticamente; por el contrario, era una persona muy humana con un gran corazón que solo se abrió a su primera esposa Ana Matilde Linares como también a su segunda esposa Mireya Moscoso, a familiares y a sus muy pocos amigos íntimos.

Recuerdo dos hechos que, a mí, en lo personal, me impactaron. En 1948 cuando regresó de su primer exilio de siete años en Argentina, después de una grandiosa manifestación en su honor, viajó inmediatamente hacia Penonomé, llegando allá a eso de las 12:01 de la madrugada, le tocó la puerta al Sr. Ponciano Rodríguez, amigo de su madre fallecida, para que le enseñara el lugar en donde estaba ubicada su tumba; ambos se dirigieron al cementerio de Penonomé y, encontrando la puerta cerrada con candado saltaron la tapia y el Dr. Arias oró allí, sobre la tumba de su progenitora, por un largo tiempo.

El otro incidente ocurrió con el deceso de su primera esposa Ana Matilde Linares de Arias, cuando él se encerró, solitario, en el estudio de la residencia de la familia Linares, y veló toda una tarde y toda una noche y a su fallecida esposa, además de eso se encerró durante toda una semana en ese estudio sin hablar con nadie, y solo recibía la bandeja de comida que le pasaban por la puerta.

La población también sentía pena por ella. Después de una misa de cuerpo presente en la Iglesia de Santa Ana, la multitud sacó el féretro de la carroza y lo llevaron en hombros hasta el Cementerio Amador.

Un hecho casi similar ocurrió cuando se estaba velando el cadáver del Dr. Arias en la Iglesia de la Catedral y una multitud de ‘santaneros' quiso ingresar a la Catedral para trasladar el féretro a la Iglesia de Santa Ana, y tener yo que intervenir con el Lic. José Salvador Muñoz y lograr así que desistieran de tal acto.

Me contaba el tío Arnulfo que, en una ocasión, recién llegado de sus estudios médicos, caminando por la Ave. 4 de julio, hoy Ave. de los Mártires, soldados norteamericanos que habían invadido la ciudad y en acto de prepotencia, se adueñaban de las aceras teniendo el panameño que tirarse a la calle, vio cómo dos policías zoneítas acompañados de sus homólogos panameños, perseguían a un joven panameño que se había introducido por la parte trasera del Instituto Nacional y le propinaban una golpiza. El delito era que había tomado unos mangos de la antigua zona del canal. El Dr. intervino y casi se lo llevan ‘preso'.

Este joven humilde bien pudo ser un campesino, carretillero, limpiabotas o un jornalero, pero según el Dr. era uno de sus humildes conciudadanos y no de segunda categoría como lo consideraban los Gobiernos de ese entonces, por lo cual había que ayudarlo. Este incidente creo que marcó su vida y su interés por servir a su patria y, posiblemente, reafirmó su sentir nacionalista.

Nunca olvidó su origen humilde y que su madre, de origen campesino y oriunda de las montañas de Penonomé, que vendía tortillas y chicharrón, le hace abandonar su prometedora carrera de médico cirujano, graduado de la Universidad de Harvard y de Chicago, las más prestigiosas de ese entonces. El Dr. estaba convencido de que tenía una misión que cumplir y que, por algo una bala solo había rozado su cintura en la Guerra de los 1000 días, y esa misión consistía en elevar el nivel educativo, económico y social de los más humildes panameños.

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