• 16/01/2019 01:00

Costumbre incendiaria y vegetación

La llegada de la temporada seca es el comienzo de la intranquilidad de autoridades que conocen las dinámicas de los campesinos, dueños de finca y hasta de cazadores furtivos

Una humareda que se veía desde cierta distancia se elevó a un costado de la carretera, a la entrada de la ciudad de Aguadulce, justo al final del distrito de Natá, en las faldas del cerro El Vigía. Una extensión plana ardía y la hierba crepitaba con el fuego, estimulado por la brisa que recorría cercana los cañaverales. Las llamas ascendieron y los bomberos, casi cegados por la espesura grisácea, trabajaban afanosamente.

Luego de calcular las hectáreas consumidas, el comandante del equipo, se quejaba de que todavía hubiera tal desconsideración, como para no tomar medidas y evitar estos siniestros que cuando empiezan, no se sabe hasta dónde van a llegar. Precisamente, sobre la velocidad e intensidad que adquiría la candela, él se preocupaba que al final del tramo pudieran quemarse unas residencias, cuyos dueños empezaban a inquietarse.

La llegada de la temporada seca es el comienzo de la intranquilidad de autoridades que conocen las dinámicas de los campesinos, dueños de finca y hasta de cazadores furtivos; estos últimos, hacen arder determinados bosques para obligar a sus presas –como iguanas y pequeños mamíferos– a salir despavoridos y se convierten en el botín. Mucha gente adquiere tal costumbre para eliminar la maleza y otros propósitos.

Aunque los incendios de masas vegetales (IMAVE) –como se conocen generalmente a los que ocurren en el sector rural y que queman pasto y árboles– han bajado en su ocurrencia con los años; aún tienen impactos en el suelo –lo empobrecen y dañan los nutrientes– y en el aire, al contaminar. En 2016 hubo una extensión afectada de 80 223.31 hectáreas. Un año después fue de 8905.53 y en 2018, 7398.42, según datos recogidos por expertos.

De acuerdo a estas fuentes, tan solo en 2018 se produjeron 12 000 en el territorio nacional. Evidentemente que el nivel de daños que ocasionaron fue muy grande; aún, a pesar de que muchos de ellos empezaron solo como una práctica para ‘limpiar el terreno' y luego, el control se salió de las manos de quien había originado la ‘quema' con los perjuicios que trae para los involucrados; desde las fincas vecinas hasta los que se exponen para apagarlo.

No es fácil instruir a quienes viven en el campo para que abandonen esas tareas veraniegas. Es una actividad que tiene varias finalidades, como ya hemos mencionado. También está muy inserto en el ciclo de producción en determinados sectores. Por ejemplo, casi toda la cosecha en la industria azucarera se basa en prender la base de las plantas y así es más fácil recoger las cañas ennegrecidas y hasta más apretadas para la molienda.

Es necesario insistir en las precauciones que se deben tomar. Hay que multiplicar las recomendaciones, a la luz de la Resolución DM-0020 de 20 de enero de 2017 que establece medidas de control de quemas y condiciones para el otorgamiento de permisos. Además, se requiere asumir la noción de desarrollo sostenible y utilizar formas menos agresivas, que posibilitan aprovechar las condiciones del suelo para cualquier tarea productiva.

Hace unas semanas, hubo un encuentro, convocado por el Ministerio de Ambiente, de las Brigadas Forestales Voluntarias, que actualizaron sus conocimientos y se equiparon para estos meses. Además, se establecieron en días recientes los operativos de verano 2019, tanto en Chiriquí como en el este de las provincias de Panamá y Darién, que incluyen visitas a las fincas y hogares para brindar información a las familias sobre prevención y control.

Debemos cambiar, desde los grupos más sencillos vinculados con el trabajo de campo, hasta los sectores agroindustriales, que pueden transformar estas metodologías; aprovechar los desechos para convertirlos en materia prima y alcanzar beneficios adicionales. Es mucho lo que todos ganaríamos sin incendios de masas vegetales y preservación de los bosques.

PERIODISTA

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