• 03/10/2021 00:00

Requisitos para salir de la crisis profunda

“Para salir de la crisis y reconstruir esa confianza, se requerirá que las personas sean más dignas de confianza y que las instituciones sean moldes, en lugar de etapas desde las cuales las personas aprovechan para ser vistas y escuchadas […]”

Los panameños estamos viviendo una crisis profunda. Lo podemos ver en todas partes, desde la polarización política viciosa hasta los resentimientos desenfrenados y la desesperación que ha hecho bajar nuestras expectativas en todo. Estas disfunciones parecen tener raíces comunes, pero un síntoma de esta crisis profunda es que parece que no podemos entender exactamente dónde se encuentran esas raíces.

Cuando pensamos en esta crisis profunda, tendemos a imaginar nuestro país como un vasto territorio abierto y lleno de habitantes que hablan el mismo idioma, pero tienen dificultades entendiéndose. Y entonces se proponen ideas para derribar muros, construir puentes, hacer mesas de diálogos, crear reformas o lanzar mensajes unificadores. Pero lo que nos falta no es simplemente una mayor conexión, sino una estructura de la misma vida panameña: una manera de dar forma, propósito y significado a las cosas que hacemos juntos por Panamá. Porque con demasiada frecuencia olvidamos nuestro sentido de pertenencia, identidad y legitimidad, y hace que al final tengamos un país sin rumbo.

Esta crisis profunda es consecuencia del colapso de nuestra confianza en las instituciones públicas, privadas, cívicas y políticas. Desgraciadamente, no hemos pensado lo suficiente en lo que implica esa pérdida de confianza y por qué está sucediendo. Cada institución está llamada a realizar una tarea importante: educar a los niños, hacer cumplir la Ley, servir a los pobres, brindar algún servicio o satisfacer alguna necesidad. Y la hace al establecer una estructura y un proceso para combinar los esfuerzos de las personas y lograr cumplir esas tareas.

Pero al hacerlo, cada institución también forma a las personas que la integran para llevar a cabo esas tareas de manera responsable y confiable. Y de esa manera moldea el comportamiento y el carácter de las personas, y fomenta una ética construida en torno a una idea de integridad y unidad. De allí que queremos confiar en las instituciones y en las personas que las componen; en los partidos políticos, cuando asumen una obligación solemne con el interés público y moldean a sus allegados para que hagan lo mismo; en las empresas, porque prometen calidad y recompensan a sus trabajadores cuando hacen bien su labor; en los gremios y clubes cívicos, porque imponen estándares y reglas a sus miembros para hacerlos dignos de confianza; en la policía, porque valora el orden y el deber de cuidar a los ciudadanos, y así queremos confiar en todas las demás instituciones que existen y cumplen con una función digna.

Pero hemos perdido la confianza, porque ya no creemos que las instituciones desempeñan el papel que están llamadas a realizar. Hemos perdido la confianza por la corrupción, los abusos de poder y los vicios de las personas que las integran, los cuales socavan la paz social, colapsan la confianza y profundizan la crisis a todo lo largo y ancho del espectro social.

Sin duda, lo que más se destaca de esta crisis profunda es el fracaso de las instituciones para formar personas dignas de confianza. Antes, por lo menos, las instituciones servían como moldes de carácter y comportamiento, y eran plataformas para el desempeño y la prominencia. Para salir de la crisis y reconstruir esa confianza, se requerirá que las personas sean más dignas de confianza y que las instituciones sean moldes, en lugar de etapas desde las cuales las personas aprovechan para ser vistas y escuchadas, y que, en muchos casos, las usan de trampolín para saltar hacia otras instancias de poder.

Todos hemos tenido roles que desempeñar en el pasado en alguna institución, ya sea empresarial o pública, educativa o social, cívica o política, cultural o económica. En la práctica, esto significa habernos hecho la gran pregunta no formulada en estos tiempos: “dado mi papel en esta institución, ¿cómo debo comportarme?”. Eso es lo que se preguntaría una persona correcta que toma en serio una institución en la que está involucrada, ya sea como presidente, director, diputado, maestro, científico, abogado, ingeniero, padre, vecino o miembro: “¿qué debo hacer aquí?”. Las personas más respetadas y confiables en estos días son probablemente las que se hicieron en algún momento de su vida este tipo de preguntas antes de participar o emitir juicios importantes. Y, sin duda, las personas más insolentes, corruptas, arbitrarias vulgares y chabacanas, son aquellas que precisamente no se hicieron estas preguntas cuando debieron hacerlas.

Hacer estas preguntas y cuestionar nuestro rol es un primer paso para asumir nuestras responsabilidades y recuperar la confianza en nuestras instituciones. No sería un sustituto de las reformas institucionales, sino un requisito previo para ellas. Y hacer estas preguntas es algo que todos podemos hacer para enfrentar la crisis profunda que estamos atravesando y comenzar a reconstruir los lazos de confianza esenciales para una sociedad libre.

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